Límites

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Las campañas de la catedral replicaron anunciando la hora a todos en el pueblo

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Las campañas de la catedral replicaron anunciando la hora a todos en el pueblo. Eran las ocho en punto y las estrellas brillaban en el firmamento. En una torre del castillo, Aizawa escuchó el sonido de las campanas distorsionado por el viento y la distancia. Su cabello largo se movió como un banderín oscuro y sus ojos negros observaron fijos las antorchas que el pueblo encendía en sus calles principales. El hombre seguía pensativo en lo que había visto esa mañana. Los luceros flotando en el espacio entre ambas manos, una la del príncipe y la otra la de su guardián.

—¿Quién es el mago? —susurró contra el viento y decidió elegir la palabra mago porque las leyendas decían que decir "brujo" en el exterior y de noche podría hacer qué otros brujos, volando en su escoba, te descubrieran al llamarlos.

La realidad es que todos repetían las mismas historias de brujas qué se llevaban a los recién nacidos, que se quitaban las extremidades y se volvían un animal o que hacían rituales con vírgenes. Todos temían a las brujas pero pocos habían visto a una.

Aizawa terminó de recibir el reporte de la vigilancia en la torre norte que le pertenecía a la sección del príncipe. Sus caballeros contaron que vieron una bola de fuego salir del castillo, cursar el lago, desaparecer en el bosque y luego regresar.

—¿Una bruja en el palacio? —Su corazón palpitó con miedo, si hubiera brujas dentro del castillo serían indetectables a menos que hicieran grandes errores.

Hace tiempo había sugerido al rey que buscará un brujo de confianza para estas situaciones pero el rey se negó completamente y afirmó que la magia no existía. Aizawa hubiera sido escéptico si no fuera porque fue testigo como un amigo suyo fue raptado por una bruja y nunca regresó. El sentimiento de quedarse inmóvil y ver a su amigo Oboro chillar de terror mientras la bruja con su capucha negra lo arrastraba al bosque, lo había dejado marcado. Se había sentido culpable del suceso y ahora tenía una manía con el control.

Aizawa se recogió el cabello, se colocó el casco y se dirigió al palacio a escoltar al rey a la cena con el príncipe. Llegó a la puerta de la sala real donde estaba el trono hecho de roble y oro que los Midoriya habían usado por siglos. Los guardias lo detuvieron diciendo que el rey estaba en una audiencia con la general Mitsuki. Aizawa había hablado poco con la mujer, ya que se mantenía ocupada trabajando con las tropas pero era una de los mejores espadachines que el reino tenía.

Tuvo curiosidad de que estaba hablando la general con el rey pero fue fácil saberlo cuando desde la puerta su voz alta sobresalió.

—¡Si el reino vecino está comenzando a ser hostil es porque mantiene campamentos en el límite de las fronteras, tiene nuestros cañones apuntando a su territorio y una tropa que hace rondines y va luciendo sus espadas en los costados! —Mitsuki dijo con osadía —¿Cómo no van a creer que queremos una guerra?

—¡No voy a ceder a sus peticiones absurdas, general! ¡No retiraré las tropas!

—¿Qué es lo que busca con todo esto, majestad? El reino ya es fuerte, temido, próspero y poderoso. ¿Qué gana con amenazar las tierras vecinas? ¿No debería estar buscando acuerdos para sostener esta paz en lugar de ponerla en peligro engordando el número de sus tropas?

ᴇʟ ᴘʀɪɴᴄɪ́ᴘᴇ ʏ ᴇʟ ᴄᴀᴢᴀᴅᴏʀ | ᴅɪsɴᴇʏᴡᴇᴇᴋDonde viven las historias. Descúbrelo ahora