Prólogo.

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En la primera página de aquella novela inglesa titulada 'Velas hundiéndose' yacía una breve (larguísima) dedicatoria escrita por el propio autor. Esta decía así:

Transformar las manifestaciones de vida presentes revuelven deseos y ansíos por una mejoría interna que, en la mayoría de casos, no resulta ser algo un poco más áspero que un grito desesperado por un escape que queremos, internamente, que pase desapercibido por otros. Ya que solo es débil melancolía.

Que sea tan común y natural como una oleada de aire.

Este aire que nos rodea nos condena. Esta condena nos ahuyenta y, a ti, a ti te libera. Te libera de mi lúgubre manía de huir. Te libera de mi apresurada y caprichosa forma de amar. Te libera de mi instintivo temor. Te libera de mi indecisa juventud que pulveriza tu sentir. Que deglute nuestro amor y que separa nuestras vidas.

Te liberas entonces de mi. Pienso así yo que te he entregado una transformación. Una que no tiene que sobreponer tu suntuosa belleza y tu imposible existencia sobre mi pestilente carácter.

Y sin embargo te anhelo. Te veo en mi sueño y te veo en mi destripado ego que invita a mis nervios a buscar un pedacito tuyo que, por error, o porque siempre fuiste un narcisista farfallón; hayas dejado debajo de mis pies con la inmadurez de tu capricho para que yo tampoco te olvide. Para que así seamos dos los que tengan que sufrir los embrujamientos del amor.

Ya no nos vimos. El agrio humo que se recargaba en un suelo atiborrado de esperanzas se fundió. Y con ello lo supe. Ya no te vería mañana. Ya no te miraría envejecer, mucho menos te vería morir. Siempre pensé que te regalaría mi último aliento a ti y que tú me llevarías flores a mí.

Y es que mejor te verá la muerte que yo. ¿Qué veré yo si el aire no se mueve por mi miedo al olvido? Por mi añoranza a atar mis ojos a tu cuerpo. Qué impacible remordimiento carga un asustadizo corazón. Qué impaciente egoísmo cargo yo, amor mío. Amor que no merezco, amor que no poseo y que por consiguiente no puedo reclamar.

Éramos contrarios. Éramos dos en una sucesión de ciclos. En un mundo cambiante y en una realidad imprecisa como mi torpe pulso y mi espantosa suerte. Y sin rasgos especiales nos unió la ilimitada existencia de un amor. Como contendientes que fuimos y; aunque no te vea, estoy seguro que seguimos siendo, la gente y nosotros nos clasificaremos como contrarios. Tú paraíso divino obstruyendo el paso de  dolores que no te corresponde cuidar, y yo cómica desgracia que brinda risas sin la menor intención de hacerlo. Y que, una vez concluida la lucha por superar nuestro antagonismo, nos reintegraremos a la consolidación de una unidad, trascendidas entonces todas nuestras propias oposiciones.

Pero ahora, en este instante, solo somos lo que propicié. Solo somos lo que hemos sido desde que dejamos de ser lo que amamos ser. Nos hundimos y nos apagamos. Resurgimos y no nos encontramos.

Por ello, he construido esta historia para darnos el final que no supe obsequiarte en vida siendo completamente consciente de que una dedicación no basta para expresar el significado que tuviste en mi vida.

Con amor, Hazz.

Velas hundiéndose || Larry Stylinson.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora