- CAPÍTULO 4: Peligroso. -

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William estaba sufriendo una mezcla de vergüenza y susto.

Las delicadas manos no solamente estaban sobre su entrepierna, sino que además comenzaron a toquetear con una animosidad impresionante.

—Pero, ¿Qué...? —comenzó a preguntar aterrado.

—Ooops... Lo siento. Se me resbaló. —respondió ella sonrojada, al tiempo que William salía despavorido de su agarre.

Su virilidad se presionaba con fuerza contra la tela de sus calzoncillos.

¡Estaba despierto y endurecido con sólo unos segundos del toqueteo descarado de Amelia!

—¿Se te resbaló? —preguntó él asombrado de su picardía. —Querrás decir que se te "resbalaron" ambas manos. —corrigió divertido y terminó de organizar rápidamente la cena de Amelia, aun dándole la espalda para evitar que ella viera cómo lo había dejado. —Tenemos que guardar distancia, dulzura. Te comportas así por los efectos de... Lo que sea que te dieron. No estás totalmente consciente. —indicó y la escuchó mascullar algo a su espalda.

—¡Tengo calor! —exclamó ella de pronto y, cuando él se giró con el plato en su mano, se quedó anonadado.

Amelia se había quitado la parte de arriba del traje de elfa, quedando sólo en las benditas mallas, la falda esponjosa y un sujetador rojo que por alguna loca razón hizo que la palabra "pasión" llegara a su mente.

William quiso que lo partiera un rayo.

Él definitivamente iba a hacerla suya. En todas las formas y posiciones posibles... ¡Pero no iba a ponerle un dedo encima mientras estuviera bajo los efectos de lo que sea que el imbécil le había dado!

¡Él era un hombre viril y capaz de conquistar a una mujer!

¡No necesitaba drogarla o algo así para acostarse con ella!, se dijo molesto.

Juraba que si volvía a encontrarse a ese tipo... No lo dejaría escapar con vida por lo que le había hecho a Amelia.

—Siéntate, tu cena está lista. —murmuró sin poder evitar fijarse en sus muslos gruesos y la vio caminar hasta la silla.

Cuando ella se sentó, él logró ver fugazmente un poco del triángulo rojo que le cubría el trasero.

Mierda.

William miró al cielo dramáticamente, seguro de que no sobreviviría a la noche gracias a un severo caso de bolas azules causado por la tentación de tenerla ahí.

Colocó su cena frente a ella, sobre la mesa.

—Come esto y luego, cuando ya estés en tus cinco sentidos; hablaremos. —murmuró con voz ronca.

Estaba realmente preocupado de no ser lo suficientemente determinado como para no tocarla esa noche.

Amelia se le quedó mirando fijamente.

Mientras él lo tomó como si ella estuviera perdida en sus pensamientos; ella en realidad estaba observándolo con detenimiento, siendo consciente de lo mucho que le gustaba ese hombre.

Era todo hombros anchos, brazos musculosos y un rostro que parecía tallado por los mismos dioses.

¿Cómo era que no se había derretido en un charco de excitación en cuanto lo vio?

Recordó todas esas ocasiones en las que se sintió sola, triste... Todas esas noches en las que lloró hasta quedarse dormida, en las que sintió que nunca sería suficiente para que alguien la amara como lo hacían los protagonistas masculinos de sus historias.

Una historia para Navidad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora