- CAPÍTULO 8: . ¡Que tenga feliz vida, arpía!-

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La sonrisa que había Amelia había mostrado a Will murió en sus labios cuando ella escuchó que la puerta se cerraba.

Él se había ido contento con su respuesta, pero lamentablemente aun no tenía idea de cómo se movía la mente de una mujer.

Ella no acostumbraba a mentir, pero cuando necesitaba hacerlo era muy buena en ello.

Aunque por fuera había sonado muy tranquila, la realidad era que por dentro estaba triste.

Ella sintió que esa solo fue una excusa que usarían los hombres para no decirle de frente a una mujer que estaba pasando de ella.

No pudo parar de preguntarse si él sólo estaba siendo amable y esperaba que ella leyera entre líneas que debía irse de allí antes de que él regresara de la oficina.

Luego recordó las últimas palabras de Will, y se dijo que él no podía estar fingiendo. No podía ser una mentira.

Él le pidió que lo esperara y eso iba a hacer.

Intentando no ser tan negativa, Amelia salió del baño minutos después.

Se sentía como nueva después de ese baño, aunque el dolorcillo agudo seguía entre sus piernas, ella se sentía muy bien.

Al bajar y ver la comida sobre la mesa del comedor, decidió sentarse a comer para luego comenzar a desarrollar su idea.

Una vez que terminó el desayuno que él había pedido para ella, Amelia comenzó a caminar con curiosidad por la casa.

Lo primero que descubrió gracias a su inspección, fue que no solamente era grande, sino que además cada habitación parecía haber sido decorada por el decorador de interiores más detallista que existía en la tierra.

Cada espacio parecía contar una historia y eso le encantó.

De pronto, Amelia se descubrió a sí misma pensando en que sería maravilloso vivir en un lugar como ese y escribir inspirándose en la decoración de cada espacio.

La idea la llenó de ilusión y continuó soñando despierta.

Mientras seguía descubriendo y observando, encontró el despacho de William.

Se quedó impactada por unos segundos y casi tuvo un orgasmo cerebral al ver la hermosa biblioteca que había en las paredes de ambos lados y detrás del escritorio.

Era como, el sueño erótico de todo amante de la lectura.

Ella no sabía si él realmente había leído tanto en su vida, pero de lo que sí estaba segura es de que ese lugar parecía perfectamente diseñado para alguien intelectual y fanático de la lectura.

Entró caminando con lentitud, como si sintiera que era un sueño y podía despertar bruscamente de él.

Vio el ordenador sobre el escritorio y se apresuró a encenderlo.

Se sintió más que contenta de comenzar a escribir allí.

Amaba su desván, era como su madriguera. El lugar ideal para crear sus historias... Pero no podía negar que, de vez en cuando, necesitaba un cambio de aires.

Un nuevo ambiente que le inspirara a hacer cosas nuevas, a tener nuevas ideas.

Estaba ansiosa por comenzar a escribir, pues tanto la casa como los sucesos de la noche anterior hicieron que su inspiración burbujeara, dándole una nueva idea para un libro.

¿Su editora quería una historia para navidad?

¡Pues iba a darle una historia para navidad!

Mientras el computador encendía, se preocupó ante la posibilidad de que tuviera contraseña.

Pero luego sonrió al ver que el computador iniciaba sesión sin necesidad de introducir ningún dígito.

Ella no perdió tiempo y rápidamente creó un documento en el que comenzó a identificar las ideas que se le ocurrían.

Identificó a cada persona con nombres, sus descripciones y la descripción del lugar en el que se narrarían los hechos.

Se aseguró de identificar el documento con su seudónimo y enlazarlo a sus archivos del correo.

—Así, cuando llegue a casa, tendré el archivo actualizado en mi propio almacenamiento... ¡Sin necesidad de perder el tiempo buscándolo! —se dijo contenta, al tiempo que comenzó a escribir el primer capítulo.

Amelia estaba tan inspirada que en menos de un par de horas ya tenía los tres primeros capítulos listos.

Contenta con eso, se levantó del escritorio por un momento.

Planeó ir a tomar agua a la cocina y quizá encontrar algún snack... Sólo que no se esperó llevarse una sorpresa en el pasillo, justo antes de llegar a la cocina.

—¡¿Y tú quién demonios eres?!—gritó una voz chillona de mujer, haciéndola saltar sobre sus pies.

—Buenos días, señora. Creo que, dado que soy yo quien está aquí dentro, debería ser usted quien responda esa pregunta. —le dijo Amelia con una sonrisa, medio en broma y medio en serio.

—¡¿Cómo te atreves a responderme de esa manera?! ¡Eres una arrastrada! —le gritó y Amelia entendió que estaba más que furiosa.

—Escuche, señora... Yo solamente le estoy respondiendo de la forma en la que usted se dirigió a mí primero. Estoy segura de que podemos cambiarle el tono a nuestra conversación... ¿Qué le parece si comenzamos desde cero? —preguntó Amelia, extendiendo su mano hacia la mujer.

Ella pensó que, después de todo, no tenía idea de quién era la señora, y (aunque fuera maleducada) ella no estaba sintiéndose bien al responderle de la misma manera.

La mujer ignoró sus palabras y su mano extendida.

Observó con atención la ropa que Amelia cargaba puesta.

—¡Ya entiendo!, eres una de las zorras que William se busca de vez en cuando. —respondió a Amelia, mirándola con una ceja arqueada y una expresión despectiva en el rostro.

—¡Óigame! ¡Un momento, señora! ¡No me falta el respeto!... —exclamó Amelia indignada. —Usted no sabe quién soy, y yo tampoco sé quién es usted; así que esa no es forma de tratarnos entre nosotras. —le respondió Amelia, usando su mejor expresión facial de enojo. Ella era muy educada y buena por las buenas, pero no iba a quedarse callada si alguien que ni siquiera la conocía venía a faltarle el respeto.

—¡Por favor, deja de hacerte la digna! —respondió la mujer y soltó una carcajada irónica. Claro que sé muy bien quién eres, eres una arribista que vino a aquí esperando quedarse en la vida de William, a cambio de un par de revolcones nocturnos... ¡Pero es mejor que te vayas bajando de esa nube, porque sobre mi cadáver voy a dejar que entres en su vida! ¡De seguro te acostaste con él esperando poner tus manos asquerosas en su dinero! ¡Pero fue totalmente en vano, porque no te lo permitiré!... No vas a obtener nada de él. —gritó furiosa.

Amelia la observó anonadada, sintiendo unas grandes ganas de darle una bofetada. Claramente el dinero no asegura la educación, se dijo indignada.

Al principio pensó en seguirle respondiendo, pero luego llegó a la conclusión de que una mujer con tantos cables cruzados en su cabeza no iba a ceder, ni a retirar sus acusaciones. Así que ella respiró profundo y decidió actuar con dignidad.

—Yo no necesito alzar la voz para defenderme con la verdad... No vine aquí por ningún interés; no estoy interesada ni en el dinero, ni mucho menos en escalar una posición social. Créame que hasta el momento no lo he necesitado y he sido bastante feliz con lo poco que tengo. Pero, aunque sea una persona que lo que tiene es porque lo ha trabajado con esfuerzo, eso no quiere decir que usted tiene derecho de insultarme de esa manera. No estoy obligada a soportarla, ni a sus insultos. Así que, si me disculpa... ¡Me largo! ¡Qué tenga una feliz vida, arpía! —agregó y olvidando todo, salió de la casa de William furiosa.

Una historia para Navidad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora