- CAPÍTULO 9: Esposa Celosa. -

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Un par de horas después William regresó a casa sonriente.

Traía el corazón rebosante de alegría de nada más saber que tendría a Amelia para él solito durante el resto del día.

Mientras estaba en la oficina, pensó bastante en Amelia y en cómo podían ir evolucionando las cosas entre ellos.

Estaba seguro de que ella al principio se negaría a mudarse con él.

William estaba consciente de que era muy pronto, pero eso no quería decir que él no podría tejer su red alrededor de ella.

Contento, se imaginó a sí mismo seduciéndola para que se quedara una que otra noche y al final, cuando ellos estuvieran más cerca, le propondría mudarse juntos... Era el plan perfecto.

Y, aunque no se atreviera a decirlo en voz alta, le gustaría que para ese momento ya Amelia llevara al próximo bebé Kingston creciendo en su vientre.

Él sabía que estaba yendo muy rápido, pero mientras no se lo dijera a Amelia ella no se asustaría.

Suspiró con una sonrisa plasmada en el rostro, al tiempo que atravesaba el umbral de la puerta de su casa.

Era increíble sentir que había alguien esperándolo en casa... Que su mujer lo esperaba en casa.

La imagen de ella esperándolo en la cama sin nada de ropa le excitó.

¿Cuánto tiempo tardarían en tener sus manos encima del otro de nuevo?

Caminó directamente hacia su despacho, pensando que ella estaría ahí escribiendo y frunció el ceño al encontrarse el ordenador con la pantalla encendida, pero sin rastros de la presencia de Amelia.

Regresó al pasillo principal y pensó en gritar llamándola, para informarle que ya estaba en casa; pero se llevó la sorpresa de su vida cuando se encontró de frente con Melissa Kingston.

La mujer lo miraba furiosa, estaba sentada con las piernas entrecruzadas y sus manos descansando sobre su rodilla, como si se tratara de todo una reina.

Ésa mujer era su pesadilla... Actual esposa de su padre y su madrastra.

—Regreso a buscarte, después de un largo viaje, y me encuentro con que no has sido un buen chico en mi ausencia. —dijo Melissa a forma de saludo. Lo repasó con la mirada y luego se mordió el labio, haciéndolo sentir náuseas.

—¿Qué haces aquí? —preguntó William conteniendo su enojo.

Ya se podía imaginar a Amelia escondida en la habitación principal, esperándolo con muchas dudas acerca de la presencia de esa mujer en su casa.

—¡Te extrañé, amor! —respondió ella con ese brillo de demencia en sus ojos que él tanto odiaba.

—Te pregunté ¿Qué haces aquí?, ¿Qué no fui lo suficientemente claro la última vez que nos vimos?, ¡Te prohibí expresamente acercarte a mí!... ¡Te dije que si volvías a meterte en mi vida ibas a pagar muy caro, ya no me importará que mi padre se entere de todo!... Al fin y al cabo, estaría haciéndole un favor. —dijo William y ella transformó su expresión facial en una de pura ira.

—¡Tú no dirás absolutamente nada!... Si me casé con tu padre fue por ti... —Comenzó a decir ella y él sintió ganas de vomitar.

—Eres una enferma... Te obsesionaste conmigo en el internado y luego te acercaste a mi padre con intenciones de quedarte permanentemente en mi vida. Si nunca le he dicho nada, es para evitarle más problemas de salud. Pero ahora estoy decidido a tener una relación estable y no permitiré que continúes metiéndote en mi vida. —le gritó William y pateó una de las sillas del comedor haciéndola caer de forma estrepitosa al suelo.

Una historia para Navidad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora