Capítulo 2.

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Lo mejor de las vacaciones es que puedo trabajar casi toda la semana y recuperar las horas de sueño en el transcurso del día. Puedo descansar e incluso practicar ballet más  que cuando estoy en la universidad.

La verdad es que amo las vacaciones, porque puedo ganar dinero y hacer lo que realmente me gusta, bailar ballet.

Pero la forma en que generó mis ingresos no es muy aprobada y si alguien que no fuera mi mejor amiga lo descubriera, bueno... estoy segura de que no recibiría felicitaciones.

Es miércoles y mi clase de ballet inicio a las dos de la tarde y termina a las cuatro, pero más conducir al departamento acaba a las cinco con veinticinco y estoy tan agotada que lo primero que hago apenas abro la puerta, es dejar caer mi bolso a un costado y encaminarme arrastras hasta el pequeño sofá que le pertenece al arrendatario, ignorando por completo que Ellen, mi mejor amiga, que está allí mismo solo con ropa interior sentada en la mesa comiendo una sopa instantánea, de esas que solo necesitan que agregues agua caliente y esperar unos minutos para servirtela.

— Hola, zombi.

Pego un saltito del susto y apartó mi cara del almohadón, para levantarme un poco mirando hacia su dirección.

— Hola, nudista.

Se examina a sí misma y luego sonríe ampliamente con la boca llena de comida. Como detesto que haga aquello. Apostaría que se ha pasado todo el día en la cama y ni siquiera ha abierto las ventanas de su habitación.

Ellen Collins, tiene el cabello hasta la cintura y es colorina de nacimiento. Es un poco más alta que yo y cuida de su físico haciendo ejercicio todas las mañanas, incluso más que yo. Es alegre y carismática, ama bromear, así que casi gran parte de mi tiempo debo estar cuidando mi espalda de ella. No estudiamos en la misma universidad, aquí el encargado de que nos conociéramos fue Evans, mi otro mejor amigo.

Como he dicho, el sofá le pertenece al casero, así como el 70 % de todos los muebles y por ser solo estudiantes, además de que Ellen es su sobrina, la renta es un poco más barata.

— Evans, nos invitó a una fiesta hoy ¿Vienes? —pregunta sonriente.

— tengo que trabajar.

Ella es la única que sabe por qué vine a estudiar y vivir en esta ciudad, tuve que contárselo apenas pase la primera noche aquí.

Me coloco de pies a duras penas para dirigirme a mi cuarto, necesito una ducha y algo de comida, prepararme para trabajar o esa era mi intención hasta que pasó por delante de la que es su habitación donde lo que veo me reactiva.

Sobre su desordenada cama, está mi libro favorito, con unas páginas un tanto arrugadas y justo al lado de este mi peineta. El primer objeto reconozco haberlo prestado y comienzo a arrepentirme, pero el segundo, no. Parece darse cuenta de su descuido y error, a lo que intercambiamos una mirada para comenzar una carrera hasta caer encima de su cama peleando por mi peineta.

La verdad es que no entiendo cómo algo tan mínimo como el que saque mis cosas sin pedirlas primero, me moleste tanto. De todos modos terminamos una al lado de la otra, boca arriba, mirando el techo blanco de su cuarto.

— deja de meterte con mis cosas.

— es que la tuya peina mejor, Denise. Además, ya deberías estar acostumbrada, llevamos un año así.

— Lo sé, pero no lo puedo evitar y no lo justifica.

— perdón.

Suspiró. Ella es lo más cercano que he tenido a una amiga y por cómo se comporta, a veces, a una hermana. Me sobreprotege, me cuida y me consiente cuando quiere, incluso he llegado a suponer que me ve como su mascota.

Miel, chocolate y fresasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora