Capítulo 4.

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Corro por el pasillo para llegar hasta donde están los pequeños cuartos que utilizamos como camarines. Me detengo en el cual veo a dos compañeras hablar entre ellas, mientras miran con tristeza hacia el interior del cuarto. Una vez cerca puedo ver cómo está la situación, Elisia llora desconsolada con la mirada perdida, mientras Paul la sostiene por los hombros ya cubiertos por una manta, pidiendo que recuperara el aliento, que se tranquilizara y que le escuche.

Recuerdo que Elisia, nos confesó a casi todas que su padre la golpeaba cuando ella era apenas una niña y que en el instituto la molestaron por sufrir de sobrepeso, cosa por la que fue derivada una que otra enfermedad.

— vamos, Elisia. Mírame.

Rogó Paul, un hombre de 28 años que se encargaba de cuidarnos cuando nos sucedía un incidente, era como nuestro doctor particular. Su cabello es rubio y ondulado, sus ojos eran de un bonito café claro y por delante de estos llevaba unos lentes de marco negro.

Tomo a la chica por las mejillas para sostener su mirada con la de él.

— Elisia, respira conmigo.

La chica lentamente comenzó a hacerle caso. Una a una las demás comenzaron a abandonar la habitación, dándome la oportunidad de apoyarme a la pared sin saber qué decir exactamente y soltando la cinta que sostenía la máscara para dejar al descubierto mi rostro. Paul, intercambia una mirada conmigo para luego darle el impulso suficiente a Elisia, para que fuera a cambiarse de ropa acompañada por otra compañera.

— Nathan, debe de estar hecho una furia —pensó en voz alta, una vez que Elisia ya había abandonado el pequeño cuartito— ¿podrías llevarla a casa?

— claro, pero le informas a Nathan de mi ausencia.

Asiente con una leve sonrisa para después invitarme a mí ahora a que me cambiara de ropa.

Apenas eran las doce de la noche cuando salimos del edificio por la puerta trasera y nos subimos a mi coche. El trayecto hacia donde vive fue de lo más silencioso, estaba claro que le costaría un poco superar la situación y eso lo entiendo, por eso es que no la obligo a hablar ni mucho menos a agradecérmelo o despedirse cuando llegamos a su residencia.

Simplemente, la observó entrar por la puerta principal, en la casa que comparte con una de las fraternidades que hay en su universidad, con mi mentón apoyado al volante.

Pienso unos segundos en lo ocurrido y me marcho a casa.

Cuando llego falta poco para las dos de la mañana y todo está tan tranquilo que ni me molesto en encender las luces del departamento, solo me quito los zapatos para caminar en calcetines hasta mi cama donde me dejo caer.

Suspiro.

A pesar de todo lo ocurrido, no logro quitarme de la cabeza su rostro. ¿sus ojos eran de color verde o azules? ¿Cómo era antes de su divorcio? ¿Qué edad tiene? ¿Siempre es así de huraño? ¿A qué se dedica?...

— ugh...

Me cubro la cara con la almohada.

Y recuerdo que solo me pareció atractivo porque es mi tipo y solo es eso, nada más que eso y que todo este interés se me quitara mañana porque no lo volveré a ver, no parece el tipo de hombre que pierde su dinero en clubs nocturnos ni mucho menos sociabilizar.

Sí, no lo volveré a ver.

Además, si lo volviera a ver no creo que pase mucho, no estoy dispuesta a eso, no tengo las energías para soportar otra decepción amorosa.

Me coloco de pies, me cambio de ropa y luego de lavarme los dientes me voy a dormir.

A la mañana, cuando despierto, no me sorprende ver a Evans durmiendo en el sofá de la sala de estar con la boca entreabierta abrazando un cojín. Lo más seguro es que Ellen le haya dado las llaves, pero no es así, al parecer ella cambió sus planes y decidió venir a dormir con él y Jun, pienso al verla aparecer de su habitación con los ojos apenas abiertos y el maquillaje de la noche anterior aún en la cara.

Miel, chocolate y fresasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora