Capítulo 9: Celos enfermizos.

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A la mañana siguiente, al llegar a la sala de profesores para soltar mis cosas, lo vi. Pablo estaba hablando con Marta y ambos me saludaron.

Me dolía la cabeza así que me tomé un ibuprofeno y bebí agua. Recogí mi carpeta y me fui a mi clase.

-Sara, –me llamó Pablo en el pasillo -¿te encuentras bien?

-Sí, ¿por qué?

-No tienes buena cara...

-Gracias, ahora sé que me veo horrible –me encogí de hombros.

-No es eso, tonta –me sonrió como solía hacerlo –Te ves guapísima, como siempre.

-Llegaré tarde a mi clase, hablamos después –y me fui.

Por suerte, mi cabeza dejó de dolerme y pude disfrutar de mis niños. Al terminar la clase, nos despedimos y fui a la sala de profesores.

Mi teléfono sonó un par de veces, aunque no le presté atención. Tenía ganas de llegar a casa y darme una ducha.

Llegué a la sala de profesores, recogí mis cosas y me fui. En el pasillo, volví a encontrarme con Pablo.

-¿Estás mejor?

-Sí, mucho mejor –le sonreí.

-Te he visto hoy dando clases. Se nota el amor que les tienes a esos pequeños.

-Son mis niños. Me va a costar mucho despedirme de ellos el año que viene.

-Me alegro que siguieras tus sueños. Siempre supe que serías una gran profesora.

Yo me quedé callada y mirándolo. Me recordaba tanto a aquel hombre de hace 5 años del que enamoré... Sin darme cuenta, una lágrima recorrió mi mejilla y él la limpió con su mano.

Sentí un cosquilleo en mi estómago con su tacto.

-¿Sara? –la voz de Diego me devolvió a la realidad.

-¡Diego! –me asusté y me alejé rápidamente de Pablo -¿Qué haces aquí?

-Te he estado llamando al móvil y no lo has cojido.

-Estaba en clases, justo acabo de salir.

-Quería invitarte a comer ya que anoche no nos vimos.

Diego miró a Pablo y yo caí en cuenta que no se lo había presentado. No sabía quién era. Aunque no tenía ganas de dar explicaciones, no me quedaba más remedio que presentarlos.

-Diego, él es Pablo y Pablo, él es Diego.

Ambos se estrecharon la mano y un silencio incómodo llenó el lugar.

-Nos vemos mañana –dije mirando a Pablo.

-Vamos querida –rodeó mi cintura con su brazo y salimos en silencio.

Nos montamos en su coche y fue entonces el momento de dar explicaciones.

-¿Es tu ex?

-Sí...

-¿Estás trabajando con tu ex? ¿Y no me lo habías dicho? –nunca lo había visto tan enfadado y yo me asusté. -¿Qué estaba pasando cuando llegué? ¿Por qué te estaba acariciando?

-El director nos informó el lunes que un profesor nuevo sustituiría este año a Rebeca, que está de baja por su embarazo. Yo no sabía que sería él precisamente. Tampoco deseaba verlo de nuevo.

-¿Por qué te estaba acariciando la cara? –volvió a preguntarme apretando los puños sobre el volante.

-No sé por qué lo hizo, la verdad... -traté de quitarle importancia.

-No quiero que lo veas ni hables con él.

-No puedo hacer eso, es un compañero de trabajo. Tengo que ser profesional.

-No tienes que trabajar –me miró –Múdate a mi casa, ponemos una fecha de boda y nos casamos. ¿Para qué esperar más?

-No, claro que no. Sabes que amo mi trabajo.

-¿Lo amas más que a mí?

Por dios, ¿quién era éste hombre? Jamás lo había visto así. Claro está que nunca lo había visto celoso, ni había tenido motivos. Pero ahora tampoco le estaba dando motivos para estar celoso. No le había dicho que estaba confundida, que no sabía que sentía por uno ni por otro. ¿Quería que dejara mi trabajo? ¿Qué me casara corriendo? ¿Qué le estaba pasando por la cabeza a este hombre?

-Diego, nunca te he dado motivos para que desconfíes de mí ni para tus celos. Entiendo que estés molesto y siento no haberte dicho antes que Pablo estaba trabajando en la escuela pero...

-Pero nada, Sara. Estamos prometidos, vamos a casarnos. No quiero que estés cerca de él ni un minuto más.

-¿Y qué quieres que haga?

-Ya te he dicho que no tienes por qué trabajar, yo puedo mantenerte perfectamente.

-No quiero que me mantengas. ¡Me gusta mi trabajo y no voy a dejarlo! –abrí la puerta y salí del coche enfadada.

-¡Sara! –me llamó -¡Sara vuelve a coche!

Pero no le presté atención, seguí caminando hasta llegar a mi coche, me subí y me fui a casa. Al llegar me metí en la ducha. Sentí varias veces el timbre de mi piso sonar. Sabía que era Diego, pero no le abrí.

Cuando ya no pude más comencé a llorar. Estaba triste y enfadada. No podía creer que me estuviera pidiendo que dejara mi trabajo con tal de no ver a Pablo. Él sabía lo importante que es para mí mi trabajo, pero le daba igual.

¿Cómo sería mi vida si me casara con él? ¿Me obligaría a dejar mi trabajo y quedarme en casa encerrada?

Mi profesorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora