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Línea: Arco La Traición.
Multimedia: @GhostTownMettie.
Cantidad de palabras: 1260.
Categoría: slice of life.

Meddlesome


Aunque fue a su sexto intento, la foto logró registrarse con decencia, la pantalla del teléfono no mostró ni desdibujo ni movimiento accidental. Un fastidiado Kalego se retiró el brazo de Opera del hombro cuando asumió que estuvo satisfecha, se ajustó un mechón violáceo hacia atrás en un deslice rápido y se alejó como un perrito asustado. Estuvieron abrazados tanto tiempo con tal de acertar la foto que no le sobró valentía al terminar.


Ella se fijó en la pantalla para después verlo a él, comparando feliz y aun así neutra del rostro. Mantuvo sus ojos conmovidos en Kalego cuando habló.

—Qué lindo eres, hasta haciendo las cosas de mala gana. 

No supo por qué, ese tonito dócil —que por error creyó irónico— le sació una necesidad desconocida hasta ese momento. Tal vez se resignó a tiempo a su compañía, pues entendió la razón por la que lo buscó a esa hora, una advertencia, un reclamo recordatorio, pero un capricho, como toda la vida fue habitual. "Tomémonos una foto" fue una frase común desde que eran estudiantes y Opera todavía en la adultez la filtró en sus conversaciones, sólo que menos seriamente.

Suspiró con su hastío característico. Consideró no tener tiempo para pensar en el pasado.

—Devuélveme el teléfono. Tengo que salir de la escuela en menos de media hora.

—Un momento, voy a enviarme las fotos... 

En realidad siguió viendo la foto, se tomó su tiempo para salir de la cámara, y cuando lo hizo se notó por el ligerito enrojecimiento que le manchó los pómulos. Su compañero observó sus ocelos pasearse varias veces por la pantalla.

—No te di permiso de ver la información de mi teléfono, así que por lo menos apúrate, descarada —eso último lo susurró—, ¿y por qué te urge tanto de todos modos?

—¿No te lo dije ya, Kalego-kun? Parece que me lo preguntas porque te gusta mi respuesta... ya que dejaremos de vernos un tiempo mientras te encargas de aquello, quiero tener una foto contigo usando el uniforme de docencia y...

En voz baja fue perdiendo el hilo de la conversación, aplicó con diminuto acecho la vista en el teléfono mientras se acomodaba el fleco carmín con las uñas. Fue un gesto de interés o de novedad, según interpretó Kalego, y precisamente eso lo alertó. —Oi... ¿qué haces?

—¿Agregaste mi número como "senpai"?

Se hizo un silencio. Opera no sintió vergüenza al verlo fijo, pero él sí, y pudo haber recordado el regaño de unos días atrás de no ser porque esta vez ella lo miró con una sonrisa amable en fila. ¿Qué tan débil lo tuvo la situación como para haberle incitado inquietud el sólo mirarla? Y qué extraña inquietud, además, porque se fundía con otra emoción agradable. Tardó en responder. Las pupilas rojas continuaron así, sobre él, devorándolo entero. —¿Qué tiene? Tú misma anotaste tu número en mi teléfono cuando yo... tch... da igual.

Entonces sí expuso su sonrisa. —Cuando perdiste el duelo, supongo. Eso tiene ya muchos años, pero yo no me agregué con un apodo. Me acordaría de haberlo hecho.

—Mándate las fotos y listo, no tengo por qué explicarte nada.

—Ya voy, pero hazme un favor... no me quites ese apodo, Kalego-kun.

En verdad, el discreto rastro de imploro en la voz su compañera lo desconcertó para bien, se le figuró frágil por más que sus ojos de gata se presumieron contundentes. Al segundo la vio concentrarse otra vez en el teléfono y el cambio de actitud lo intimidó, mas no se lo hizo saber.

—¿Por qué? —ya sin interesarse en su motivo de interés aceptó que quiso seguir escuchándola. No se le cruzó por la cabeza el intentar ocultarlo con una excusa, simplemente quiso preguntar.

—Ya las envié —aclaró primero, luego explicó—, hmm, por qué... es porque yo no te pedí que me llamaras así en ese momento, sólo Balam-kun lo hacía.  Me agrada porque ahora se siente como si siempre hubiera sido importante... ya que lo hiciste por voluntad. 

Cuando el teléfono le fue extendido, Kalego musitó un "gracias" muy entre dientes. Opera lo vio guardarlo al interior del manto, pensando que quizás estuvo ganando tiempo de calidad con él al explicarle el porqué de su sorpresa. Parte de la mañana la pasó con él...

Lo tradujo en un triunfo, nada anterior en su vida le fue más tierno que esas breves oportunidades de atrapar al maestro en sus horas de calma. Los ratos libres que tuvo —tanto como profesora novata y como ama de llaves de Sullivan e Iruma— fueron casi siempre monopolizados por pensamientos sobre Kalego, o sobre la versión cuervito de Kalego. Por su parte, él se limitó a preguntarse si debió enojarse o enorgullecerse por haberla hecho sentir tan relevante. Ella ya lo era en muchos sentidos, pero sobre todo le exigía a él demostrárselo y no siempre se daba cuenta de ello. Se convirtió en una costumbre.

Durante unos largos segundos se quedaron ahí mismo en silencio, pasando la muerte de su conversación, hasta que sonó el timbre del instituto para anunciar la entrada de los estudiantes.

Ambos pares de ojos se enfriaron: —¿Te vas? —preguntó Opera antes de acomodarse la trenza al hombro del uniforme bordó, y Kalego asintió—, suerte. Sé que ya te pedí demasiado, pero es tu culpa porque fuiste un irresponsable y por lo tanto no me voy a disculpar contigo. Sólo te deseo suerte.

Su voz le dejó una impresión rara y contradictoria, indignante y conciliadora en simultáneo. Kalego soltó otro agradecimiento en un mascullo tenso al resultarle difícil pronunciar cualquier cosa. —No podré reportarme ni con el director ni con Shichiro mientras atravesemos esta situación, así que...

—Ah, repórtate conmigo, no hay problema. Quiero enterarme bien del evento y del papel de tu hermano en todo esto, nadie mejor que el perro guardián del instituto para registrar esa información.

Aquel énfasis para mencionar a Narnia lo puso nervioso.

—...por supuesto. Ten en mente lo que te dije antes, Opera.

—Bien. Eso es todo, gracias por las fotos... ¿está bien si te envío fotos de la clase cuando Shiida-sensei comience a participar en ella conmigo?

—Sí, sí.

La bonita sonrisa complacida de su senpai se asomó otra vez frente a él, ignorando que a lo mejor se emocionó de más con su respuesta. De nuevo encontró algo en su conversación que le gustó por la relevancia dada y escapó de su diálogo a paso lento, girándose y despidiéndose con la mano. Kalego la imitó muy vagamente y castigó el torpe instinto que le provocó hacerlo.

Sí lo enfadó darle tanta importancia a una entrometida, pero la emoción perdió importancia al recordar que siempre fue así; algo, incluso más allá del contrato mágico que los unió, constantemente lo forzó a enaltecerla. Opera se metía en su vida cuando no era oportuno y lo sacaba del hábitat hasta por accidente. Al menos eso lo refrescaba un poco de su rutina de profesor estricto.

Al retractarse de esos pensamientos consiguió concentrarse, suspiró entendiendo el reloj y a partir de ese instante todo sucedió con una rapidez extraordinaria. Tal vez pasó apenas una hora cuando la Policía del Inframundo lo recibió. Subió a la sede, llegó con la persona indicada, y con el té servido descubrió el inicio del tema...

Pero antes de todo recibió un mensaje y le pidió a su compañero un momento para leerlo. Se trató de una foto de su líder con la clase anormal, todos los idiotas —como los llamó él con su "cariño" odioso— hablando al fondo del aula y ella emocionada, pues ser su suplente le gustó más de lo calculado en un inicio. Kalego le cedió su atención a la pantalla y se detuvo sólo cuando le entraron ganas de romper el teléfono por su involuntario afán de contemplar la imagen, de admirarla a ella. Hizo todo lo posible para no enrojecer.

—¿Hubo alguna emergencia?

—No, todo está bien, continuemos con nuestra conversación,... jefe de seguridad Azazel.

Predijo un futuro caótico.
Otra vez.

𝐴𝑟𝑐ℎ𝑖𝑣𝑒𝑟𝑜 𝐾𝑎𝑙𝑒𝑟𝑎 - EN PAUSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora