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Línea: AU mafia.
Multimedia: @423zt.
Cantidad de palabras: 1206.
Categoría: hurt/comfort.
(Experimento)

Vivos o muertos

...después de esa palabra, Kalego se sintió abandonado. La oscuridad devoró todo rastro de compasión en la cara de su compañera, y bajo la tenue luz lunar resaltaron los ojos decepcionados que ella le mostraba a todo el mundo. No se sorprendió con ese resultado, no se ganó ningún halago a fin de cuentas. Pero el silencio de su escolta sometió su corazón al peso que tanto quería evitar: la culpa.

Traicionó al negocio. Se lo confesó a Opera, una integrante de la familia que tenía los pies hundidos hasta el fondo del asunto. Y habló como si ese crimen no pusiera en riesgo su vida.

—Te pedí muchas veces... que no me hablaras de esto. Eres un idiota, Kalego-kun. Embolsarte dinero no es lo único que tienes que hacer para salir de aquí.

«Y sólo por desearlo pueden matarte...»
Reprimió su propia idea.

—No sé qué te desconcierta tanto si tú eres peor que yo. Tú fuiste la primera persona que quiso huir, y lo intentaste más de una vez cuando ya eras escolta. Alice-kun te delató ante nosotros, es sólo que nunca se lo contó a Iruma.

—Sabes que no es eso, que me preocupo por otras razones. Qué irónico se siente. No me agradas, pero ya comparto cosas contigo...

Kalego chitó con el cigarro entre los dedos. Vio a su asociada retener el dolor con una miradita rencorosa y su primera respuesta fue incomodarse, porque no le gustó verla así, ni sentir compasión por ella.

No se reflejó más consuelo en las pupilas turbias de su guardia, el fleco rojo les hizo sombra, evitó que se siguieran exponiendo a la vista del tesorero. Opera escondió medio rostro en sus brazos enlazados. No le sobraron ganas de enfrentar a Kalego, ni de seguir escuchándolo. Pero tampoco estuvo en condiciones de eludirlo.

Alzó los hombros como por un espasmo de risa sin hacer ruido. En lugar de mostrar sarcasmo como siempre, se empujó a sí misma contra la superficie del mueble para no tener que levantar la cara. E incluso el aroma de la madera la molestó. Estaba infecto de aroma a nicotina y, lo que era más desagradable aún, del olor del dinero. Dos pruebas de los malos hábitos de Kalego.

Él apoyó los codos frente a ella, pintado de igual frustración. La vio temblar dentro de sus incómodos antebrazos y sospechó enseguida que estaba por llorar. Pensarlo le ató un nudo en la garganta, "por mero contagio anímico", quiso pensar, pero su empatía llegó más lejos que eso al tratarse de Opera. Le costó admitir su propia vulnerabilidad por ella, contando con que ni siquiera por su estadía en la mafia la llegó a conocer realmente. Dentro de esa jerarquía eran casi enemigos. No se suponía que sintiera tanto por ella y tampoco le convenía.

Pero Opera estaba llorando en serio, aunque escasamente; los escalofríos eran evidencia de una fuerte retención de lágrimas. Kalego relajó los hombros con cierto pesar.

—¿Qué te pasa? Mírame.

—Si volvieran a interrogarme, tendría que decirles lo que has estado haciendo. De hecho, me sorprende que te hayas molestado en confesar un robo cuando no parece que sientas culpa. Quieres un testigo, ¿no es así? Bastardo.

—No... no es eso. ¿Crees que te elegiría a ti como testigo? No soy estúpido.

—Puedo ayudarte a conseguir más dinero —Opera susurró, sacando los ojos húmedos hacia la luz—, si hacemos un trato y me llevas contigo...

El tesorero regresó al color pálido de su rostro. Sintió duplicarse el dolor entre su pecho y su cuello en cuanto notó que Opera estaba sufriendo con su confesión. No se conocieron lo suficiente, eran simples esclavos del mismo negocio, pero algo desarrollaron que los hizo no desconfiar del otro.

Kalego comenzó a temer esa sensación. No disfrutó experimentarla y el cigarro en su mano nerviosa no fue consuelo suficiente. Le fue difícil pensar que, por un momento, otra persona más que él necesitó de su ayuda, o que le ofreció ayuda. No supo qué decir.

Su escolta suspiró al ritmo en que rindió los hombros. Le bastó con ese silencio suyo para recordar lo difícil que sería negociar un escape.

—No, olvídalo. Ya me da igual. Iruma-sama no es alguien que se atreva a interrogar a su propio equipo, es obvio. Si salgo de aquí viva o muerta... es cosa mía —expresó Opera, luego lo meditó—, y en realidad vivo en comodidad...

Soltó como un gruñido lo que no quiso soltar en forma de llanto; le ardieron los párpados con sólo aguantárselo. Forzó su voz: —En sí, tú y yo somos desconocidos. Que no se llevan bien.

Si se hubieran tratado mejor a tiempo, tal vez habrían podido planear un escenario donde ambos se distanciaran de la mafia. Sin embargo, surgió el miedo de que no tuviera sentido. El tiempo siguió su recorrido y ahora los dos tenían muchas más razones para perder la esperanza de irse.

—Olvídalo, me da igual —repitió ella, seguramente pensando lo mismo que él—. Esto es cosa mía.

Aunque Opera no esperaba una respuesta, Kalego sostuvo un fragmento de voz en la garganta sólo para contestarle. Una tontería poco común, surgida tal vez sólo porque Opera se mostró vulnerable. Si estarían atrapados juntos por tanto tiempo hasta que supiera a dónde ir con el dinero, ¿qué tendría de malo decirlo?

Se tragó los nervios. Nunca dijo nada por el bien de otros, pero por el de ella...

—Es cierto que yo mismo no puedo huir todavía. Mientras esté aquí... eh...

—Kalego, si no—

—Cuentas conmigo.

...era difícil no querer decir nada al respecto.

Opera lo miró a los ojos, por fin, sin llorar, sin hablarle. Sin tener idea de qué iba a decir antes de esa interrupción. Sólo por un segundo, se alejó de la realidad.

La voz grave, tan linda como se había erguido en ese momento, tan propia de Kalego, terminó de romperle el corazón, y no encontró las ganas de explicarse el porqué. No le gustaba que las cosas la llevaran por delante, aunque fuera una grata sorpresa. Se vio contrariada con la idea de tenerlo a su lado sin importar lo especial y adorable que resultó. Al final dominó la sensación de ternura. No quiso más que un consuelo y él, de todas las personas, se lo entregó.

No le importaba si su intención era cierta o no. «Cuentas conmigo». Su frase honda y extraña le perforó la mente varias veces hasta poder digerirla, y se le hicieron agua los ojos otra vez, y volvió a sumergirse en sus brazos.

Su frase fue tan reconfortante que se le hizo cruel.

Kalego suspiró mirándola huir de su palabra. "Tener compañía" fue tan nuevo para ambos que casi confundieron la novedad con alerta, que era lo único que la rutina los enseñó a sentir. Desde entonces, la noche procedió en silencio hasta que ninguno lamentó nada. Más tarde pensaron en que habría sido bastante cínico traicionar esa pequeña tregua, el diminuto privilegio de compartir un secreto que nadie más conocería. Que sería sólo para ellos dos. Y permanecieron leales a esa mísera muestra de simpatía.

«Gracias». Nunca notaron que aquello lo dijeron en voz alta. Era mejor así. Vivos o muertos, pero sin enterarse, y como si ninguno conociera la verdadera intención del otro.

𝐴𝑟𝑐ℎ𝑖𝑣𝑒𝑟𝑜 𝐾𝑎𝑙𝑒𝑟𝑎 - EN PAUSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora