Prólogo

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Planeta colonia: Harvest.

"Si lo que quieres saber es si eso nos sorprendió" contestó dejando escapar una amarga sonrisa. El sargento Johnson llevaba décadas vistiendo el uniforme, pero ninguna experiencia previa lo había preparado para el horror que acababan de presenciar.

Sintiendo aquel frío muro de concreto a sus espaldas, dejó caer su maltrecho cuerpo permitiéndose tomar un merecido descanso. Las piernas le temblaban y la adrenalina aún corría por sus venas, manteniendo sus sentidos alerta pese al cansancio extremo.

"Entonces lamento decepcionarte chico, pero no lo hizo en lo más mínimo" el viejo sargento afirmaría con gran pesar mientras sacaba un viejo paquete de cigarrillos de su chaleco. Se lo pensó un momento antes de encender uno, la nicotina siempre lograba calmarlo tras un combate especialmente duro.

"Es una constante en la historia del hombre, la guerra siempre termina por alcanzarnos" dijo finalmente exhalando una nube de humo gris. Sus ojos cansados se clavaron en los jóvenes marines que lo rodeaban. Apenas unos reclutas cuando todo este infierno comenzó.

"Haaaa" suspirando profundamente, aquel viejo lobo de mar, ante la incrédula mirada de sus pequeños pupilos, exclamó. "Solamente esperaba no estar vivo para entonces".

A su avanzada edad de 91 años aún era capaz de moverse con bastante libertad, en realidad su rendimiento físico así como su eficiencia en combate sin duda habrían dejado a algunos de los mejores y más jóvenes operativos de fuerzas especiales de la UNSC como nada más que un grupo de novatos inexpertos. El sargento Johnson era un auténtico superviviente, forjado en mil batallas.

Sin embargo, el aspecto mental, bueno, ese era un asunto totalmente diferente. Las últimas horas habían sido un brutal recordatorio de las atrocidades que puede cometer el ser humano. Vio cosas que lo perseguirían en sus pesadillas durante el resto de su vida.

"Lo tenía decidido ya ¿saben?" comentó con la mirada perdida en la lejanía. "¿Sargento?" cuestionó una joven marine de aspecto desaliñado con un tono de desconcierto en su voz.

Johnson reaccionó y la miró con ojos vidriosos. "No tenía ni 20 años cuando ya estaba corriendo a la estación de enrolamiento más cercana" respondió con un toque de nostalgia, perdido en sus recuerdos de juventud.

La chica esbozó entonces la más sincera de sus sonrisas, una que no transmitía nada más que admiración y respeto hacia el legendario soldado que tenía ante ella. "Debió ser duro. No me imagino a mí misma sirviendo durante tanto tiempo como usted, señor."

"Pero lo que hizo tiene significado, señor" intervino un joven marine. "Esos años no fueron en vano, ninguno de nosotros estaría aquí si no fuera por usted."

"Y eso aplica tanto a hoy como a aquello que hizo hace más de una década, señor" añadió una tercera marine, como para terminar de cerrar su argumento.

El viejo sargento no podía negar ese hecho. Sin duda, este pequeño grupo de novatos difícilmente habría logrado llegar hasta aquí sin la atenta guía de un héroe de guerra tan experimentado como lo era él.

"No tienen que decirme si lo que conseguí tuvo significado o no. Llevo toda una vida a disposición de la humanidad y ciertamente no me arrepiento" afirmó encogiéndose de hombros. Una mueca de dolor cruzó por su rostro cuando movió su hombro mal vendado.

Derribando sus barreras mentales, aquel experimentado sargento se permitió por un segundo apreciar los calcinados páramos de Harvest. No hace mucho que este lugar era un deprimente invierno nuclear, frío y abandonado. Las cicatrices de la guerra tardan en sanar y este mundo no era la excepción. Pero los recientes avances habían permitido a la humanidad regresar y recolonizar el mundo agrícola. Extensas llanuras de praderas habían comenzado a resurgir de  entre las cenizas, como un símbolo de esperanza y renacimiento para la humanidad.

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