Capítulo 42

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—¡Buenos días vampirilla!

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—¡Buenos días vampirilla!

Quién diría que se ha tirado más de media hora detrás de la puerta, debatiéndose entre contarle la verdad tras la madera, como un confesonario chapucero y un pecador avergonzado, o dar la cara, como quien da la hora de forma casual.

—¿Ya no soy mocosa?

—Desde que vives en completa oscuridad, no.

—Como si hubiera sido elección mía... —responde Elaina con pesadez.

Vale, los previos al bombazo no estaban siendo los mejores. La intención estaba ahí, la energía positiva también, pero le faltaba lo más importante: activar el cerebro en modo explicación seria. No es que Mat sea tonto, ni mucho menos. Es tan inteligente que evita tomarse las cosas en serio. Por eso, cuando detecta que el barco va a hundirse antes de soltarlo a navegar, se lanza al agua sin mirar.

—Tengo un plan horrible.

—Entonces conmigo no cuentes, mis ánimos para tonterías están en horas bajas —da media vuelta en la cama, quedando de espaldas a la puerta y Mat.

—Una mierda —cierra y se tumba en el hueco libre—, ¿acaso te he dejado alguna vez fuera de mis planes? Pues ahora tampoco. ¿Vas a dejar que me hunda solo? —Pestañea haciendo ojitos.

—Si hasta tú sabes que es un plan horrible, ¿por qué no abandonas el barco? —objeta desganada.

Mat hace un mohín con los labios, torciéndolos en una línea hacia abajo.

—Porque el plan no es horrible —rectifica—. Lo horrible va a ser cómo te lo vas a tomar tú.

Elaina gira con las sábanas enredadas en su cuerpo, queda boca arriba. Le dedica una mirada desconfiada a Mat, junta las cejas y resopla. Cierra los ojos cansada, ha olvidado la última vez que durmió a pierna suelta.

Por la noche el frío viento traspasa la persiana con un silbido que le quema en los oídos. Por el día si el sol sale lo celebra sentada en el suelo, de cara a los escasos rayos de luz que traspasan las grietas del plástico oscuro. Ha perdido las ganas de asomarse, de revisar las esquinas de la calle por si crecen flores nuevas. Las preocupaciones se le amontonan, los días pasan pero todos son iguales. Sobrepiensa cada cosa que le ocurre y cada adjetivo que cree definirla, más en los últimos días. Sus pensamientos la desbordan. Antes Mat le reprochaba que se ahogaba en un vaso de agua y ella alegaba que era normal, no sabe nadar. Ahora el vaso tiene la misma capacidad que el mismísimo océano Cómpora.

—¿Tienes algo que hacer el seis de enero? —Pregunta Mat acariciándose los muslos.

—Si no me han matado lo vecinos o cualquiera, no.

Mat chasquea la lengua y da un respingón menudo en el colchón.

—¡Estupendo! El plan es escapar de Alyhania tú, yo y unos amigos.

La oscuridad de Alyhania ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora