Capítulo 40

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Erik aporrea la puerta de su habitación por décima vez en menos de un minuto

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Erik aporrea la puerta de su habitación por décima vez en menos de un minuto. Ha perdido la cuenta de las horas invertidas en esfuerzos vanos por abrir la puerta, y es que desde que supo lo de Peter y fue escopeteado al despacho de su padre, con la ayuda de Guideon, lo encerraron a cal y canto en sus aposentos. Esa noche había dormido en el suelo, con la espalda pegada a la puerta y la cabeza ladeada. Su padre jamás había hecho tal abuso de poder. Erik estaba acostumbrado al silencio de su padre tras cada discusión, saltar al precipicio de llevarle la contraria estaba convirtiéndose es una hábito.

Huir del bullicio de la maldad humana cada vez se le antojaba menos apetecible, más aún tras lo de Peter y las otras muertes innecesarias. Sentía que su plan hacía aguas, caía por su propio peso y dejaba al descubierto su vanidad. ¿Estaría su madre orgullosa de él? Lo duda.

En mitad de la noche, harto de gritar y golpear la puerta y paredes sin recibir respuesta, cogió el abre cartas que guarda pegado bajo la mesa de madera que usa como escritorio. Coló el largo objeto en la pequeña ranura que queda entre la puerta y el marco. Hizo esfuerzos mayores por mover el resbalón, pero fue inútil, más cuando en un intento sobrepasó la madera y llegó al otro lado de la puerta, palpando las cadenas que amarraban la puerta en caso de conseguir abrirla desde dentro. La esperanza se esfumó y con ella las ganas. Lanzó el abre cartas al otro extremo de la habitación.

Ahora, con el sol apretando en las cortinas, más enfadado que frustrado, agarra con fuerza el pomo y tira de él.

—¡Joder!

Erik frunce el ceño, levanta el labio superior y gruñe. Va al baño a echarse agua en la cara y cogote, necesita relajarse. La ansiedad desenfoca la imagen que le devuelve el espejo. Está colorado, con la cara contraída en una mueca de enfado. Nunca antes se había visto de esa manera y le espanta. Tampoco antes lo habían encerrado en su habitación a cal y canto.

En su cabeza despierta el momento en que, ayer, entró al despacho de su padre justo cuando estaba diciéndoles a Dylan y Guideon que no sabían con quién se han metido, que mataría a los que se sublevasen, fueran de la condición que fueran. Erik abrió los ojos con exageración, aquellas palabras se le clavaron a fuego, como la primera vez que intentó ayudar en la cocina y se le olvidó usar la manopla para sacar la bandeja caliente del horno. Estuvo una semana con la mano quemada, y una marca gruesa de la bandeja en la palma.

—¿Te has vuelto loco?

Fue lo único que logró expresar antes de que Errald diera la orden de sacarlo y encerrarlo en su habitación.

Erik se mesa el cabello, camina hacia la cama y se deja caer con aplomo. Mira de reojo el reloj de la mesita auxiliar, las agujas marcan las ocho de la mañana. En un día normal estaría haciendo su rutina de footing. Aplana las manos sobre las sábanas y las aprieta, haciéndolas un gurruño.

El sonido de unos pasos a lo lejos del pasillo le hace saltar de la cama y aporrear la puerta.

—¿Papá? —Exclama desconcertado—. ¡Sácame de aquí! No puedes mantenerme encerrado para siempre. Conseguiré salir y, créeme, voy a actuar peor de lo que puedas llegar a imaginar.

La oscuridad de Alyhania ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora