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⁠☆— Invitar a salir al chico de pestañas bonitas. Pero no solo a una salida. 




Roier estaba más que armado de valor para este momento que tanto ansiaba. 


Estaba seguro, confiado y listo. Invitaría a Spreen a salir. 


Estuvo toda la mañana llenándose de ánimos para ir a pedirle una salida al pelinegro para que al final cuando lo viera toda su determinación se fuera al carajo. 


—Ro ¿qué pasa? —le preguntó el híbrido mirándolo con aquellos ojos violetas, tenía una ceja arqueada para arriba en forma de curiosidad. 


El mexicano sintió un revoltijo en su estómago al sentir la mirada de su amado sobre él, las palabras que tanto había estado repasando se le olvidaron al instante. 


Se maldijo internamente y no le quedó de otra que preguntarle, después de todo ya no había escapatoria. 


—Y-yo, Spreen q-quisieras, umh —las palabras salían de manera atropellada y nerviosa de su boca, apenas y podía formularlas sin sentir sus labios temblar. 


Las manos del argentino se posaron en sus mejillas y dejó unas leves caricias en estas, el más bajo le dedicó una sonrisa compasiva y habló —Roier, calmate primero y después hablás, ¿sí? Está todo bien, no te preocupés. 


El castaño inhaló y exhaló lentamente intentando calmarse, una vez sintió sus nervios bajar, volvió a empezar. 


—Spreen, ¿quisieras salir conmigo hoy?


Las mejillas del pelinegro se colorearon levemente y asintió con su cabeza para luego sonreír —Sí, me encantaría. 



—⁠☆— 



—¡Roier mirá! ¡Vamos a ese en dónde podés matar zombies! —dijo entusiasmado el híbrido tirando de la muñeca al castaño para llevarlo a dicho juego.


El mexicano no se negaba a ninguna de las peticiones del más bajo, la estaba pasando tan bien con él y amaba tanto verlo tan feliz que le daría con todos los gustos posibles sin problema alguno. 


Habían ya terminado de ver una película, y antes de ir a comer algo decidieron pasar por los jueguitos del arcade. 


Después de un rato estando ahí, a ambos les dio hambre y decidieron finalmente ir a algún local de comida que estuviera cerca. Una vez entraron a uno, se acomodaron en una mesa y luego de pedir sus órdenes, un camarero llegó dejando sus comidas en su mesa. 


Empezaron a comer tranquilamente mientras hablaban de cosas triviales, podían sacar plática de lo que fuera estando tan cómodos con el otro. 


—Entonces me terminé cayendo del árbol y me hice como 20 raspones, uno de mis papás me quería matar mientras que el otro lloraba preocupado. —rió Spreen contando aquella icónica anécdota, y también al recordar a su papá Rubius lloraba abrazándolo mientras que su papá Vegetta lo regañaba a pesar de estar preocupado también. 

¡Mírame, chico de pestañas bonitas! | spiderbear.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora