Capítulo 42

73.1K 4.9K 838
                                    

«Vamos, Alena, no seas cobarde»

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

«Vamos, Alena, no seas cobarde»

Las manos me sudan y el corazón me late a cien kilómetros por hora. No quiero hablar con él, no hasta que logre saber qué demonios voy a hacer. Sabía que no debía tener sentimientos hacia él; él me lo advirtió y, tontamente, caí. Ahora no sé cómo diablos enfrentarlo. Sé que me dirá que sigamos teniendo una relación meramente sexual, pero yo ya no quiero eso. Lo peor es que no sé cómo decírselo sin quedar como una tonta.

Además, supongo que sigue molesto conmigo por la mentira que le dije sobre estar casada. Eso no me ayuda en nada para soltarle lo que siento; es capaz de lastimarme por proteger su maldito orgullo.

Entro como si nada a su habitación después de haberle avisado a su papá que había despertado. Aún no me creo que Jared no me haya dicho nada acerca de estar saliendo con su hijo. Pensé que me colgaría viva, que me mandaría a Timbuktú en pedacitos, pero no, al parecer le da igual las relaciones que tenga su hijo.

—Ya le avisé a tu padre que despertaste. Me pidió que le llames apenas estés mejor —le notifico al pelinegro, quien me repara de arriba abajo, haciendo que se me baje el azúcar.

—Ven —me dice, extendiendo su mano—. Necesitamos hablar —suelta lo que menos deseo escuchar. Camino dudosa, sintiendo cómo voy perdiendo fuerza en las piernas.

—Tregua —suelto, haciendo que enarque una ceja—. No hablemos de nada de lo que ha pasado hasta que te recuperes. Dijo el doctor que tardarás aproximadamente de tres a seis semanas en recuperarte. Esperemos ese tiempo —me le acerco de forma tímida.

—Estás mal si crees que voy a esperar tanto tiempo. Además...

—No te voy a escuchar. Hablas de ese tema y me voy; hablo en serio, Alexander —lo interrumpo, tapándome los oídos y actuando como una cría, pero es que de verdad no quiero escucharlo decirme que se termina o que no debí enamorarme. Porque lo hago. Verlo en ese estado me hizo darme cuenta de que estoy enamorada hasta la médula del maldito hijo de perra de Alexander Hoffmann.

—Buenas tardes, vengo a revisar al paciente —habla una enfermera, salvándome.

—Adelante —le digo, sentándome en el reposet del cuarto. La enfermera se encarga de revisarle las heridas. Los ojos de Alexander no dejan de detallarme, sonrojándome por lo que debo desviar mi vista.

—Todo está bien. El doctor vendrá a firmar su alta, señor Hoffmann, y su padre ordenó que me encargara de su atención estas semanas —dice la enfermera tímidamente.

«¿Le está coqueteando? ¡Está loca si cree que la dejaré cuidarlo!»

—No será necesario; yo me encargaré de sus cuidados. Puedes retirarte —le informo, levantándome más rápido que un rayo y caminando hacia la cama de Alexander, quien no puede evitar sonreír. Lo sé, me veo patética armando una escena de celos, pero es que este hombre saca lo peor de mí.

PROHIBIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora