Capítulo 66

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Me rindo después de una hora de gritarle y pedirle que me responda, trato de resignarme y aceptarlo pero me instinto me hace correr al jardin, llego a la puerta pero está cerrada «¿Por qué?» Paso mis dedos temblorosos por mi cabello mojado, mis oj...

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Me rindo después de una hora de gritarle y pedirle que me responda, trato de resignarme y aceptarlo pero me instinto me hace correr al jardin, llego a la puerta pero está cerrada «¿Por qué?» Paso mis dedos temblorosos por mi cabello mojado, mis ojos se llenan de lágrimas de desesperación. No sé qué diablos estoy haciendo, solo sé que necesito hablar con él, explicarle todo, asegurarme de que no se vaya con una idea errónea.

No puedo permitir que se aleje sin saber la verdad, sin saber lo que realmente siento por él. No quiero que piense que soy indiferente, que no me importa. No quiero que se vaya nunca, porque sin él mi mundo se desmorona, mi corazón se desgarra y mi alma se desvanece.

La desesperación me consume, y mi mente se llena de pensamientos caóticos. ¿Por qué no puedo hablar con él? ¿Por qué la puerta está cerrada?

Grito su nombre una y otra vez, como si eso pudiera hacer que apareciera de la nada. Pero el silencio es mi única respuesta, y me siento más perdida que nunca.

La sensación de impotencia me aplasta el pecho. Quiero gritar, quiero golpear la puerta hasta que se abra, pero sé que eso no resolverá nada.

«¡A la mierda!»

Me coloco la pijama, sé que todos se van a dormir a las 10, a esa hora la seguridad baja, he estado aqui semanas, sé donde está cada cámara, sé la rutina de todos aqui, he pensado en escaparme cientos de veces, pero siempre me detenía y luego conocí a Alexander y las ganas de irme desaparecieron.

Me acuesto en la oscuridad, apagando las luces de la habitacion. Mi mirada se posa en el reloj del teléfono, y la espera comienza. Las horas pasan lentamente, como si el tiempo se hubiera detenido, pero mi ansiedad no hace más que aumentar. La lluvia comienza a caer, y los truenos resuenan en el cielo, aumentando mi inquietud. Siempre les ha tenido miedo, pero ahora mi mente está enfocada en un solo objetivo, sigo esperando y cuando por fin dan las diez de la noche me levanto.

Salgo sigilosamente de mi habitación, con la confianza ganada a pulso con Paula, quien ya no cierra. Cada paso es calculado y silencioso, esquivando con destreza cada cámara de seguridad y sorteando a los guardias que patrullan el lugar.

Mi determinación es inquebrantable mientras me dirijo hacia el centro de mando, el corazón latiéndome con fuerza en mi pecho. Una sola misión ocupa mi mente: encontrar el control que abre y cierra cada puerta en caso de emergencia.

La adrenalina corre por mis venas mientras llego al centro de mando. Ahí está, el guardia, concentrado en servirse una taza de café. Aprovecho el momento, me acerco sigilosa y rápida, como una sombra, y en un movimiento ágil lo tomo del brazo.

Nuestros ojos se encuentran por un instante, su sorpresa se refleja en su mirada. Sin darle tiempo a reaccionar, lo sujeto con firmeza.

—Lo siento —le digo sometiéndolo dejándolo inconsciente.

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