«No voy a sobrevivir a esta noche». Kimu Jongdae tuvo que tragarse un quejido al ver a Min sentado frente a la chimenea de su casa y gemir al dar el primer bocado al s'more, un tradicional sándwich de galleta de malvavisco tostado y chocolate derretido que le había preparado: se le cerraron los ojos y sacó la lengua para atrapar las gotas de chocolate y malvavisco que se le pegaron a los labios. El chocolate nunca le había parecido tan erótico.
«Joder. Lo deseo». Los instintos posesivos de Chen lo golpearon de lleno y apenas pudo contener el deseo punzante de tenerlo más cerca y de lamer esos deliciosos labios él mismo. Él seguiría dedicado a la tarea mucho después de que el maldito chocolate y el malvavisco hubieran desaparecido.
«No debería haber venido a Jeju esta noche. Sabía que probablemente estaría aquí». Sí, lo sabía, y para ser sincero, admitiría que el hecho de que estuviera allí era parte del atractivo que lo había llevado a Jeju. Claro que quería ver a los hermanos Cho, especialmente a Kyuhyun, porque quería conocer a la persona que le había robado el corazón a su solitario amigo. Pero se mentiría si no reconociera que saber que Minseok estaría allí era tanto un elemento disuasorio como una tentación. El encanto de volver a verlo ganó, la victoria contra su fuerza de voluntad llegó con bastante facilidad.
Disgustado consigo mismo, Jongdae había intentado olvidar el deseo torturado que lo golpeó cuando vio al Xiumin de dieciocho años. «Joder». Acababa de graduarse del instituto y, aunque por aquel entonces él sólo tenía veintitrés años, aun así, le parecía algo... malo. Minseok era el hermano pequeño de Kyuhyun y Chen era amigo de todo el clan Cho. Xiumin era un chico triste y tímido, un niño pelirrojo con unos adorables cachetes, pecoso y de gran corazón al que Jongdae siempre había querido hacer sonreír. Lo adoraba como al hermano que nunca había tenido y lo había protegido como lo haría cualquier hermano mayor. Aun así, todo cambió cuando pasó por su fiesta de graduación del instituto. Al verlo quedó desconcertado y confuso con respecto a toda su relación. Entonces quiso hacerlo suyo. Ahora, ocho años después, el deseo era una maldita obsesión. Por desgracia, su polla tampoco había olvidado a Min. No había sentido esa clase de deseo arrasador desde que lo vio a los dieciocho años, pero su polla se puso firme una vez más y con la misma adoración ferviente en el momento en que lo divisó al otro lado de la sala aquella noche.
A lo largo de los años, se había encogido cada vez que oía decir a Kyuhyun que Xiumin estaba saliendo con alguien. Los celos prácticamente lo consumían vivo cada vez que lo veía, conocedor de que otro hombre lo tocaba. Pero había lidiado con ello trabajando y acostándose con otras personas; esperaba que ese miedo constante de que terminase permanentemente unido a otro hombre pasara tarde o temprano. No había pasado. Sus ansias por poseerlo sólo se habían vuelto más fuertes, más profundas. Y ahora estaba viviendo un infierno.
Si su manía hubiese sido por cualquier otra conquista, la habría seducido hacía mucho tiempo, habría intentado sacársela de la cabeza acostándose con ella. El problema era que se trataba de Minseok y que lo conocía casi desde hacía tanto tiempo como podía recordar. Así que estaba completa e irrevocablemente jodido en ese momento. No solo quería acostarse con él más que respirar, sino que además le gustaba de verdad. Xiumin era una de las personas más dulces que había conocido nunca y su gran corazón era auténtico.
«Min, también me desea».
Su cuerpo había respondido a él, y eso hacía que se volviera aún más loco. Que hubiera química por parte de ambos hacía que le resultase prácticamente imposible no tocarlo.
Gracias por llevarme a ver los fuegos artificiales.
La voz de Xiumin interrumpió los pensamientos lujuriosos de Chen. Después de marcharse de la fiesta de Kyuhyun, condujeron hasta la playa y vieron los fuegos artificiales desde su coche de alquiler. Se dieron la mano como adolescentes, porque Jongdae parecía incapaz de soltarlo completamente ahora que estaba allí... libre de trabas. Dae tenía que reconocer que había observado a Min más que el cielo iluminado de colores brillantes, pero su rostro era tan expresivo que no pudo evitarlo.