Trampa

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El autocontrol puede irse a la mierda en una fracción de segundo, y más cuando la sangre de mi esposa va corriendo por su piel de manera rápida. Ver esa imagen causó cientos de choques para nada buenos en mi mente. Uno detrás del otro sin detenerse me fue llevando a la furia del momento más grande que haya podido sentir durante toda mi vida. Lo que tanto temí se ha hecho una realidad; de esto quería protegerla, pero el egoísmo de mantenerla en una caja de cristal y a mi lado fue mucho más grande que la sinceridad y darle una advertencia de que en algún momento esto podría legar a suceder. Sara es mi mundo, sin ella, esta vida no tendría ningún tipo de sentido. Si la pierdo, yo me pierdo con ella.

—Mantenlos seguros y cuídalos por mí —dije, haciendo un conteo rápido de los hombres que nos apuntaban—. Sácala de aquí, y pase lo que pase, no te devuelvas por mí. Solo llévalos a un lugar seguro.

—No puedes quedarte solo, son muchos...

—¿Qué es eso que tanto se secretean ustedes dos? Todos queremos saberlo, en especial tu querida esposa, Bardot.

Rechiné los dientes, soportando unos segundos más la fastidiosa sonrisa de suficiencia de este maldito imbécil.

—Déjala, aquí me tienes. ¿No es a mí a quien buscabas? —levanté las manos al aire, posicionando mi arma entre mis dedos y de cara apuntando al suelo—. Sé un verdadero hombre por primera vez en tu vida y soluciona tus problemas con el que te los causa, no con terceros que no tienen velas en este entierro.

—Tú eres mi problema, Bardot, pero fíjate que ahora tengo muchas ganas de esta mujercita tan bella que tienes como esposa. Debo reconocer que tienes muy buenos gustos. Aunque para ser honestos, Sara Golden pega mejor que ese apellido tuyo tan asqueroso —acarició la mejilla de Sara con la filosa punta del cuchillo—. Yo sí puedo ofrecerle una vida mucho mejor de lo que puedes hacerlo tú, ¿no es así, mi lindura?

—Acabalo —susurró Adriel, en clara señal de atacarlos en este preciso momento.

Solo bastó una fracción de segundo para que nuestras armas fueran detonadas en contra de él y sus hombres. Bala tras bala, logré arrinconar a Golden y así tomar ventaja para que Adriel y Marino se pudiesen llevar a Sara lo más rápido posible, pues los segundos están contados y no es mucho lo que pueda retenerlo. Me acerqué a Golden, dándole una patada en la muñeca para desarmarlo, a lo que tuve éxito y me encarnicé en su cuerpo.

La rabia que siento por ver la sangre correr de lo más importante en mi vida y el dolor que Sara me transmitió estando inconsciente, estalló contra cada parte que su cuerpo. Mi plan es matarlo con mis propias manos si es posible, por lo que mis nudillos solo sienten mera satisfacción y placer en cada puño que voy dejando a su cuerpo.

—¡¿Qué pensabas, hijo de puta, que podrías salirte con la tuya, así como así?! —reventé su nariz debido al fuerte golpe que le propiné—. Debiste haberte quedado en el hueco donde te encontrabas, porque de esta no tienes salida.

Soltó una risa descabellada, a la vez que se retorcía del dolor en el suelo.

—Estás justo donde queremos que estés, Bardot —lamió la sangre que de su nariz brotaba y caía a sus labios—. Buen viaje, salúdame a tus papis, a tu hermanita y muy pronto al bastardo —sonrió torcido.

—Ni estando muerto dejas de hablar tanto —apunté a su cabeza, pero la quemadura y el seco impacto que recibí por la espalda me dobló de dolor.

Sentía la bala incrustarse en mi piel lentamente, haciendo imposible que pudiera defenderme con mi arma. Caí al suelo instantáneamente, degustando el sabor metálico de la sangre en mi paladar. La patada que me proporcionaron desde atrás, me dejó a los pies de mi mayor enemigo. Sabía que Caruso me daría cara, pero no tenía idea que sería tan pronto. Mi única tranquilidad es saber que mi esposa, mi hijo y mi hermano están completamente a salvo. 

Perfecto Desconocido[✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora