El asesinato

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•15 Años•

Miguel estaba sentado en el sofá con un cuaderno y dos libros a su lado. En el otro sillón se encontraba Mason, recitando los deberes que tenían para esa tarde. La mesa de centro estaba cubierta de comida chatarra que seguro a mí no me dejarían comer nunca, o al menos no frente a mi madre, que hace uno meses se le pegó la idea de llevar una vida saludable y natural.

Miguel sonrió y golpeó con su lápiz a Mason.

De acuerdo, lo estaba espiando. Pero no era mi culpa que después de besarnos hace más de un año él no haya hablado del tema. Volvíamos a la relación de antes, esa de los buenos días y aquí no ha sucedido nada. Ya no siquiera sabía si tenía celos, había fingido estar interesada en otros chicos, pero Miguel me ignoraba y seguía con su vida.

Incluso, tuvo una novia.

Me costó mucho admitirlo, pero al final tuve que hacerlo. La verdad estaba frente a mis ojos y yo me vendaba para quedar ciega, me gustaba Miguel y no podía evitarlo.

Aún lo odiaba, a final de cuentas era un intruso en mi casa aunque lo conozca de niño, pero por otro lado era inevitable no sentir ese hormigueo en la piel cada vez que él sonería o cuando su mirada se iluminaba y demostraba lo feliz que era.

No era bueno para mi salud mental, me desvelaba pensando en por qué ya no me hablaba.

Tampoco lo era para mí sistema nervioso y respiratorio, mi corazón se aceleraba de una manera increíble cuando estaba cerca de él y me faltaba el aire cuando él me decía todas las mañanas "Buenos días".

Algo andaba mal conmigo. Hace unos años me habría tirado del segundo piso hasta que mi cabeza sangrara y recobrara la razón, sin embargo, ahora no me importaba demasiado.

Estúpido amor que no controlaba a las personas, ¿hacer que me enamorara de Miguel?

Estúpido, estúpido, estúpido.

Y Miguel volvió a sonreír y dejé de pensar
por unos cuantos minutos.

—¿Espiando a tu amor? —salté del susto al oír la voz de Finn en mi oído. Como estaba en las escaleras, rodé hasta llegar abajo y chocar con un ruido seco contra el suelo.

—¿Qué fue eso? —escuché que preguntó Cole.

No alcancé a levantarme antes de que Mason y Miguel llegaran hasta donde yo había caído. Tirada en el suelo, con el cabello sobre el rostro y con Finn diez escalones más arriba riéndose, no era un buen momento para que Miguel me viera. Sin mencionar que él ya sabía cómo lucía cada mañana, esto era peor.

Mason me ayudó a pararme, Miguel se quedó mirándonos y no movió ni un dedo. A veces su actitud me molestaba. No tenía ninguna enfermedad contagiosa ni tampoco lo iba a morder si me tocaba.

—Gracias, Mase—le dije cuando me
quitó el cabello del rostro.

—De nada. Aunque me gustaría saber cómo fue que te caíste.

—Porque es torpe, se tropieza con sus propios pies —dijo Miguel.

Eso dolió.

Fue un comentario frio y tosco. Ni una mirada, ni una emoción.

Agarró a Mason del brazo y se lo llevó de regreso al sofá para continuar haciendo los deberes.

—Amargado —dije en voz alta para que él lo alcanzara a escuchar.

—Reprobada —golpe bajo por parte de Carazarez.

—Rizos tontos —contrataqué.

Aparte de los saludos matutinos, teníamos una pequeña rutina que se daba en casos especiales como estos: pelearnos como niños de seis años por una tontería.

Marry meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora