Luna de fresas

714 25 1
                                    


Brady se marchó después de tres días, dijo que, más que nada, había ido allí porque tenía muchas cosas que pensar y que la ciudad ni sus padres le dejaban en paz, además quería pasar tiempo con nosotros antes de que nos encontráramos con una sorpresa que nos habían preparado para cuando volviéramos a Arizona y que todo quedara patas para arriba. La verdad es que lo había visto muy distraído el poco tiempo que estuvo aquí, parecía en otro planeta y a veces lo veía muy concentrado pensando. Algo se tramaba, y por lo que vi, era algo que no les agradaría a sus padres.

Las dos semanas de luna de miel pasaron rápido, en un abrir y cerrar de ojos ya nos quedaban dos días para volver y en realidad no quería, ya que eso significaría regresar al trabajo, dar el examen de admisión para la universidad y comunicarle a mi madre lo que quería estudiar finalmente. Sabía que mamá y Val me apoyarían, pero mis suegros.... tenían muchas expectativas de mí y eran como mis segundos padres.

Le aparté un mechón de cabello a Val del rostro, siempre tenía el cabello cubriéndole los ojos y eso a veces me molestaba, no me dejaba verla en todo su esplendor. Aunque también era una buena excusa para acercarme a ella.

—Val, despierta, hay examen de matemática—le susurré al oído.

Se despertó de golpe y miró a todos lados, seguramente buscando a la maestra.

—¡Dios, no estudié, qué hago, voy a reprobar! —exclamó al borde de perder los nervios. Luego enfocó mejor la vista y se dio cuenta que seguíamos en el caribe, de luna de miel y que aparte eran vacaciones. Me dedicó una mirada asesina y salí corriendo de allí, estábamos en una hamaca colgada entre dos palmeras, en plena playa tropical.

La arena era blanca y el mar tan celeste como el cielo, corrí a través de ese fantástico paisaje sin mirar atrás, sabía de antemano que buscaría venganza por haberla asustado así. No había muchos turistas por allí, hoy había un recorrido en canoas por las orillas del mar y la mayoría había ido allí. Así que aprovechamos el día para disfrutar de la playa sólo para nosotros, aunque se había quedado dormida nada más recostarse en la hamaca.

De pronto, Val se lanzó sobre mí y ambos caímos. Rodamos por la arena hasta llegar a la orilla del mar, nos mojamos un poco y en cuanto
reaccioné, Val me tenía acorralado entre sus
brazos.

—De aquí no te escapas, gigante —sonreí al escuchar el apodo que me había puesto. La miré con intensidad, esperando ponerla nerviosa, pero había olvidado algo: desde nuestra primera vez parecía que ya nada le avergonzaba, y eso era una desventaja para mí, que no podría molestarla por más tiempo.

—Bueno, ya que no puedo escaparme, qué tal si hacemos algo —levantó una ceja y me observó sugerente, esperando mis palabras—. Sabes... siempre me pregunté cómo sería hacerlo en la playa..

—¡No, Miguel, ni siquiera lo imagines! —se levantó de un salto y comenzó a caminar en cualquier dirección con tal de alejarse de mí, sabía que aún le molestaba que me refiriera a tener relaciones en público como si nada, era el único punto a mi favor
que tenía.

Me coloqué de pie y fui tras ella, cuando la alcancé la sujete del brazo y la atraje hacia mí. —Estaba bromeando, aunque admito que me encanta verte así —le dije mientras la abrazaba y me reía se su rostro.

Tenía las mejillas infladas y enrojecidas, como cuando era niña y hacia escándalos por comer galletas.

—Alguien te podría oír, Miguel—me dijo, acercándose a mí.

—Sí, claro. Las toallas y las palmeras son tan chismosas —me golpeó el brazo y me abrazó en seguida.

Val se había puesto muy cariñosa y tierna, nunca en mi vida la había imaginado así. A pesar de continuar con nuestras peleas habituales, era extraño tenerla sólo para mí.

Marry meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora