El ambiente estaba completamente a oscuras cuando Elizabeth entró, sentía la oscuridad más densa que afuera; no le gusto para nada ese sentimiento.
Con cuidado de no tropezarse con nada caminó hasta la cama de Peter, quién dormía plácidamente con Mark sentado en una silla a un lado.
Elizabeth sonrió, esperaba que sus amistades fuesen tan duraderas como la de ellos y con la misma cantidad de lealtad.
Se acercó a Mark e intentó quitarle el libro que tenía en las manos con cuidado de no despertarlo. Sus esfuerzos fueron en vano porque al más ligero movimiento, este abrió los ojos de par en par.
—Lo siento, no quise despertarte. —se disculpó.
—No te preocupes, estaba en una posición incómoda, que bueno que lo hiciste. —le agradeció enderezando se en la silla.
—¿Hace mucho que está dormido? —preguntó señalando a Peter.
—Una media hora aproximadamente.
Elizabeth asintió y buscó algo para sentarse, encontró una caja de madera y la utilizó a modo de silla; notó que Mark la miraba entre divertido y confundido.
—¿Qué sucede?
Mark negó rápidamente.
—Nada, es sólo que hiciste un gesto que me recordó enormemente a tu padre. Tienes un gran parecido con él. —admitió.
—Mi madrina Cristina suele decir lo mismo, dice que, de haber nacido hombre, no me pareciera tanto. —comentó entre risas.
—Sin embargo, el color de tus ojos es una copia exacta al de tú madre.
—¿Cómo era ella?
Mark hizo silencio por un momento, tratando de sopesar la respuesta que le daría, Elizabeth comenzaba a impacientarse pues la paciencia nunca había sido una de sus virtudes.
Empezó a jugar con sus uñas, un mal hábito que tenía desde niña. Estaba a punto de quitarse un trozo con la boca, cuando por fin Mark habló:
—Hay una palabra para describirla: mágica. Tú madre llamaba la atención donde quiera que llegará, no por su físico, aunque dicho sea de paso que era una mujer muy atractiva. —explicó con una expresión melancólica. —Ella desprendía un aura muy particular que hacía que todos quisiéramos estar a su alrededor. Cómo polillas atraídas por la luz.
Elizabeth sintió la añoranza que había en las palabras de Mark y eso la entristeció, no podía ser más obvio que extrañaba a su madre.
—¿La quisiste mucho? —interrogó de pronto.
El hombre la miró sorprendido, no esperaba aquella pregunta. Aun así, decidió hablarle con la verdad.
—Con todo mi corazón. La quería de la misma forma en que el sol lo hace con la luna: De lejos, pero siempre presente.
Elizabeth tomó las manos de Mark y las apretó con fuerza en un intento de reconfortar, él las apretó de vuelta agradecido por el gesto.
Tenía las palmas duras y ásperas, la piel de un hombre que había trabajado toda su vida, incluso pudo ver algunas líneas blancas, el único vestigio que quedaba de antigua cicatrices.
Eran bastantes, lo que le hizo preguntarse dónde se las había hecho.
—Estoy segura que de dónde quiera que esté, te agradece todo el apoyo que me has brindado y te recuerda con mucho cariño. —afirmó confiando en cada una de las palabras que pronunciaban sus labios.
Mark levantó una mano y la puso sobre su cabeza dejando ligeras palmaditas sobre esta, un gesto tan paternal, que enterneció su corazón.
Ese cariño tan familiar la hacía añorar a sus padres, recordar algo que nunca había podido tener: una familia. Se levantó con cuidado y abrazó a Mark con fuerza, él se sorprendió al principio, pero terminó abrazándola de vuelta.
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Ankh ©
Teen Fiction«Lo que se escribe en la arena se lo lleva el viento, pero lo que se talla en una piedra perdura para siempre». Elizabeth Twoys vive una vida solitaria, sus padres murieron hace muchos años, y solo cuenta con su mejor amiga, Carmen. Una llamada de...