Lágrimas caían por su rostro como un río que fluye sin control, no podía contenerse y de haberlo intentado probablemente le provocaría a su pecho sucumbir ante la presión.
Una de sus manos sostenía la de Peter, verlo así le producía demasiada rabia, impotencia e indignación. Tenía ganas de romper algo, cualquier cosa que le permitiría expulsar aquellos sentimientos.
Algo dentro de ella se había roto, podía sentirlo, para su sorpresa no le aterró tanto como pensaba, aunque no sentía la capacidad de poder explicar por qué.
Con un sonido sordo se dejó caer cobre la silla pasándose las manos por la cortina oscura que era su cabello, lo tenía demasiado grasoso y seguramente llenó de una gran cantidad de arena y quién sabe qué otras cosas.
Hizo una mueca de asco, de pronto la asaltaron unas enormes ganas de vomitar, pero las contuvo, pensó que si lo hacía a lo mejor la cabeza dejará de martillearle sin cesar, pero se contuvo, no quería que la encontrarán en aquel estado, ya era suficiente con la apariencia que debía presentar.
«¿Acaso aún importa cómo te ves?» se reprendió mentalmente.
Quizás no, pero no era una cuestión de vanidad sino de imponencia, primero moriría antes que pensarán si quiera un segundo que Elizabeth Twoys era alguien débil; sólo eso la mantenía en pie, no podía darse el lujo de perderlo.
Alzó la mirada y observó a Peter quién dormía apaciblemente. La piel del hombre ya había recuperado algo de color, aunque aún estaba lejos de considerarse saludable. Elizabeth pasó una mano por sus cabellos con delicadeza, fue una caricia suave, pero lo suficientemente invasiva para que esté abriera los ojos, despertando asustado.
—¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado? ¿Elizabeth? ¿Julián? —chilló.
Peter gritaba desesperado e intentaba levantarse de la cama, lo hubiese logrado de no ser porque Elizabeth lo sostenía con fuerza a esta.
Le impresionó ver que estaba tan débil que ella podía someterlo sin tener que hacer ningún esfuerzo, anotó el dato mentalmente para conversarlo con el Dr Abayomi.
—Cálmate Peter, estás a salvo. Soy yo, Elizabeth. —susurró en su oído, tratando de que el hombre no se lastimara aún más. Funcionó, pudo sentir cómo se relajaba en sus brazos y recuperaba la consciencia poco a poco.
—¿Qué pasó? —preguntó entre sollozos lastimeros que destrozaban el alma de la pelinegra en cientos de pedazos.
Iba a responderle, pero fue interrumpida por la entrada de Abayomi y Julián, quienes regresaban del exterior.
El castaño se mostró sorprendido como si no pudiera creer que de verdad estuviese allí respirando. Elizabeth notó que soltaba un suspiro de alivio e inmediatamente su atención se posó sobre ella.
Había preocupación en la mirada de Julián, entonces recordó que aún tenía los restos de lágrimas en el rostro, se las limpió lo más rápido que pudo, pero aun así sentía la mirada penetrante del castaño.
—Señor Peter... Soy el doctor Abayomi Alhal, lo atendí por una herida de bala. ¿Cómo se siente?
El hombre se movió con rapidez para examinarlo, revisó sus signos vitales y la velocidad del pulso. Ambos jóvenes lo miraban con intensidad, buscando comprender algo en las expresiones de Abayomi.
_La cabeza parece que me va explotar y siento que me atropelló un camión. —respondió Peter. Las palabras le salían atoradas, como si le doliera pronunciar cada una de ellas.
Elizabeth se levantó de la cama para darle más espacio al doctor para trabajar, caminó hasta la entrada quedando a un lado de Julián quién le pasó un brazo por encima de su hombro; se tensó con el toque, pero aun así no hizo intentó de alejarse.
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Ankh ©
Teen Fiction«Lo que se escribe en la arena se lo lleva el viento, pero lo que se talla en una piedra perdura para siempre». Elizabeth Twoys vive una vida solitaria, sus padres murieron hace muchos años, y solo cuenta con su mejor amiga, Carmen. Una llamada de...