Los rayos del sol entraron por su ventana, revelando lo que sin duda alguna sería otro luminoso día, pero a su vez, ocasionando que se despertará.
Elizabeth se removió en la cama con disgusto.
La noche anterior luego de terminar de hablar con Cristina tardó un buen rato en conciliar el sueño. Eran pasadas las dos de la madrugada cuando Morfeo le permitió caer en sus brazos, aunque siendo honesta a la verdad, tampoco pudo descansar en ellos.
Las pesadillas volvieron a acosar a Elizabeth jugando sin parar con su mente, impidiéndole pensar con claridad y robándole tranquilidad.
No había corrido las cortinas, y la luz se filtraba a su cuarto, pegándole directamente en el rostro. Abrió los párpados con molestia e incomodidad, sus ojos no se estaban acostumbrado a la claridad y no podía enfocar bien lo que la rodeaba.
Pasados unos minutos al fin dejó de ver borroso con cuidado se restregó los ojos al mismo tiempo que soltaba un bostezó. Se inclinó para ver la hora en su celular, el cual se encontraba en una mesa a lado de la cama que ocupaba.
7:30 am.
Bufó con fastidio. Aún era muy temprano, pero se tendría que levantar, pues una vez despierta no podía volver a conciliar el sueño. Se quitó las sábanas de encima y posó sus pies en el piso. Su cuerpo se estremeció en cuanto lo tocó. Está muy frío, pensó colocándose las pantuflas.
Entró al baño que se encontraba dentro de la habitación, encendió la luz y comenzó a asearse. Abrió la regadera y se desvistió, metiéndose debajo de esta.
El agua caliente caía tibia relajando sus músculos en el proceso, tomó la pastilla de jabón y la deslizó por su cuerpo; el olor a jazmines la embriagaba por completo.
Una vez lista agarró la toalla que colgaba fuera de la ducha, secándose cuidadosamente. Había llevado con ella algo de ropa y estando ya vestida salió del baño. Fue directamente a su bolso y sacó una liga, mientras recogía la larga cortina negra que tenía como cabello, sonó su celular.
Elizabeth revisó la pantalla para averiguar quién era.
Mike.
Sonrió involuntariamente.
Hacía tan solo veinticuatro horas que se separaron y sus amigos ya la llamaban. Aunque no podía ser hipócrita, ella también los había extrañado en ese corto tiempo y no se avergonzaba de eso pues ellos eran los más cercano que tenía a una familia.
Divertida, atendió la videollamada.
—Chicos... Son las siete y media de la mañana. ¿Qué carajos quieren? —preguntó en cuanto vió que Carmen acompañaba al rubio.
—Vamos, no seas amargada. Agradece que tienes unos geniales amigos, que se preocupen por ti.
Elizabeth rodó los ojos, su amiga no podía ser más exagerada.
—¿Cómo estás? —le preguntó Mike. Él sabía que, si dejaba que ambas chicas empezarán a discutir, nada terminaría bien. Así que se arriesgó a convertirse en el foco de su furia.
—Estoy muy bien, el viaje fue cansado, pero solo eso. El hotel dónde me alojó es hermoso.
Nos alegramos por ti Liz, sabíamos que te gustaría el viaje. —Asintió, el trayecto hasta allí le había encantado, pero no lo reconocería frente a ellos. Obviamente.
—¿Novedades? —preguntó Carmen.
—Como va a tener novedades. Llegó ayer, seguro no ha tenido tiempo ni de desempacar.
—Te equivocas Mike, si tengo una novedad. Algo que me sucedió al llegar.
Elizabeth les contó acerca del incidente con la alcoba. Los chicos la escucharon atentos y muy sorprendidos por todo. Se dio cuenta que se estaban conteniendo para no interrumpirla, pues se notaban visiblemente interesados con aquel relato; sobre todo la pelirroja.
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Ankh ©
Teen Fiction«Lo que se escribe en la arena se lo lleva el viento, pero lo que se talla en una piedra perdura para siempre». Elizabeth Twoys vive una vida solitaria, sus padres murieron hace muchos años, y solo cuenta con su mejor amiga, Carmen. Una llamada de...