Si algo puede incomodar a Ana es la presencia de Tatiana y su mirada, lista para arrojar sobre ella un cubo de agua fría y condescendencia. De hecho, una vez le arrojó en plena calle con un cubo de agua fría. No podía ser más explícita porque no sabía deletrear e-x-p-l-í-c-i-t-o.
Tatiana, la que se alquila bolsos de lujo pero jura que se los compra. O consigue copias falsas, porque lo que importa es el chisme que provoca. Eructa con la sonoridad que ruborizaría a un camionero. Pero luce unos aretes con un logotipo de alguna casa de moda, en un país muy lejano donde nunca piensan en esas tierras.
Cuando se despidió de Wendy en una esquina, Ana se tomó el tiempo para regresar porque no había cómo dejar de pensar en Tatiana. Con lo que lo había evitado en las últimas décadas. Y ahora estaba allí, por un encuentro no deseado, mascullando una ira que había acechado en su memoria.
Tatiana se rodeó desde niña sólo de las personas que van a admirar, elogiar y envidiar esa altivez copiada de los personajes de las novelas que ella aún ve en la televisión. Repite lo que aprendió y le funcionó cuando no era más que la chica que utilizaba siempre el mismo corsé para que la dejaran entrar en la discoteca de moda de esa temporada.
Las discotecas de moda cambiaban cada año. Era necesario porque así captaban a quienes querían ser los siguientes niños ricos, gracias al trabajo y esfuerzo de sus padres. Los que se sentían seguros al mantener la distancia con los hijos de las familias de suburbios. Querían ser los primeros, entonces, de probar cualquier novedad traída de verdaderas ciudades cosmopolitas, donde ellos no habrían podido destacar.
También se abrían discotecas para los que tenían aspiraciones y se gastaban el dinero en la entrada, un trago y otro trago para Tati (aún no era Tatiana). Los menores de edad podían beber hasta el coma etílico. Y Tati los cazaba, no fallaba con ese corsé. Todo lo que tenía para ofrecer era la piel aceituna de sus hombros y el canalillo de sus pechos. Un regalo de Dios.
Tati no trajo nada de valor al mundo, repudiada por su padre quien, aún así, la recibía en su casa y en su familia en ciertas temporadas. Lo hacía para poder enviarle a su madre el mismo mensaje de haber sido un capricho satisfecho, con consecuencias mínimas para él. Eso era una demostración de crueldad, que en esa tierra era lo mismo a mostrar poder.
Escuchar en susurros la historia de su gestación y descifrar los silencios de su madre generó oscuridad en Tati. Una mezcla de pánico y furia alimentó una bestia que controló los hilos de Tati para escapar de su destino. En un lugar donde su destino sería el mismo que el de su madre.
Así llegó a la adolescencia, en un instituto que se caía a pedazos y tenía charcos de aguas fétidas en los pasillos, con un diente partido que mal pudo arreglar el dentista barato al que su madre la llevó. Y entonces, un milagro le infló tanto los pechos que nadie notaba su sonrisa. Las miradas bajaban desde sus clavículas. Con eso tuvo todo lo que necesitaba, y tiró el resto al limbo de la pereza. Con eso entró por primera vez en todos los lugares donde la gente como ella no entraba. Con eso se rodeó de un círculo de pobretonas menos agraciadas pero igual de desesperadas y repudiadas por un padre, o ambos, que sostenían la esperanza de escapar, como ella, de esa esquina del castigo donde ese tiempo, ésa época, ese país, esa cultura, las había dejado en penitencia, para que no arruinaran el paisaje.
Tati utilizó por igual a chicos y a chicas. Se volvió popular gracias a manipular sus esperanzas, que eran debilidades. No saldrían del lodazal estudiando mucho, eso decía ella y se lo repetía en su cuarto decorado de peluches, sin cambios desde sus cuatro años. Tati llegaba acompañada a todas las discotecas, cada noche, y cuando la dejaban pasar dejaba, en la puerta y pagando, a su séquito.
El problema de los candidatos era la pobreza crónica, la falta de experiencia, el horizonte pétreo. Tenían una enfermedad invisible que los consumía de miseria. Un horizonte que no se movía, que se burlaba de ella y de su carrera para alcanzarlo. Se mantenía como una línea que dividía la luz de la oscuridad y en donde se divisaban luces de una fiesta. Distante.
Hasta que una noche conoció a un chico, su primer escalón. Sus cinco minutos de fama. E hizo del odio hacia una chica que casi desarma su plan maestro para usurpar ese terreno al mundo, todo su núcleo el resto de sus días.
Esa chica fue Ana.
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Verás tus piernas pasar
HumorAna cree que tiene una vida plena, hasta que descubre que puede viajar a su pasado. A través de fotografías, se desplaza en el tiempo y en su propia historia para descubrir a una Ana diferente a la que ella recuerda. Sólo se reconoce por sus piernas...