¡Un brindis!

2 0 0
                                    

- Otra vez aquí - dijo Ana, al abrir los ojos.

Otra vez esa playa, esa noche y la música que se mezcla con el olor de la fruta abierta sobre hielo. La misma familia, su familia, a unos pasos de ella. Su madre se aparta y llega hasta el paseo de baldosas, se sacude los pies y saca de su bolso unas sandalias de tiras de piel. Bajo las luces del paseo que se elevan y superan a las palmeras, se reúne cada miembro de la familia.

Su padre tiene la piel color chicle de sandía. Estira el cuello para acercar su rostro a la estatura de su esposa. Ana descubre las manchas que le hizo el sol. Ya están ahí. Decide acercarse a su padre y tomarlo del brazo.

- Papá ¿Por qué no te pones filtro solar? - le dice mientras presiona con el dedo índice la piel para ver cómo queda marcado el lugar de contacto, por unos segundos, antes de que el color chicle regrese a ocupar su puesto.

- Estoy bien, sólo me pica un poco - responde su padre.

No se va a quedar así, piensa Ana.

- Claro que pica. El sol te deshidrata la piel, que pierde la barrera de agua, se hace más sensible y tiene que meterle melanina para defenderse. Por eso este color ¿Y sabes qué mas? Que donde no pueda con el stock de melanina se rompe. Las células se dañan, se vuelven kamikazes en el mejor de los casos o psicópatas en el peor. Se camuflan y convierten al resto a su secta de asesinas y un día tienes un tumor de varias de estas cositas. El sindicato del mal. Que no será gran cosa hasta que haga contacto con los fluidos que abren sucursales de su organización... en tus órganos.

Lucía niña se rasca la cabeza y Diego niño se hurga en la nariz, mientras escuchan a Ana. Lidia evita ir al rescate de su marido y muestra algo como una sonrisa, a una distancia que impone con sus brazos en cruz. Su padre se aparta y apunta a Ana con la cámara de fotos.

- Pero no te pongas filtro si quieres el pack de cuidados paliativos, sin morfina. Es una experiencia alucinante para llegar al final de tu vida - apura la frase y recibe el flash que la enceguece.

Entonces se encuentra sentada a la mesa. Es lo que encuentra al abrir los ojos. Tiene una copa en la mano, igual que el resto de los comensales. Mauricio mira el líquido en su propia copa, Wendy tiene el cuerpo un tanto inclinado hacia Ana, Layla hace sonar sus uñas contra la copa.

- ¿Por qué querías brindar? - pregunta Wendy, que consigue atraer la atención de Ana para guiñar un ojo y levantar las cejas. Algo ha pasado y Ana así lo entiende.

- Brindemos porque en alguna de tus cenas traigas un soltero, un divorciado o al menos algún hombre con fortuna y un matrimonio aburrido - suelta Layla.

- Y yo ¿Qué soy? - dice Juan. Como respuesta, Layla se lleva el índice a la garganta, provocando las risas de Juan y Víctor. No toman en serio sus comentarios mal intencionados, algo que enfurece más a Layla, que se revuelve en su silla.

Ana pone orden en su cabeza. Vino a la cena su amigo Juan, alguien invitó a Víctor, Camila y Lucía eligieron sentarse juntas para compartir un plato vegano. Mauricio usó su energía por completo en la cena y hace un esfuerzo por contener un bostezo y abrir los ojos.

- Ana, el brindis - insiste Wendy.

Siente arena entre los dedos de los pies, que calzan unos tacones. El sonido del mar pica en su oído. Su piel está tirante. Sabe que no ha podido influir en su padre, que su regreso no fue para salvarlo. Mira su copa en alto.

- Brindo por este vino - dice Ana al levantar su copa - ¿Por qué más?

Los comensales cruzan miradas a un lado y otro de la mesa, levantan sus copas.

- ¡Por el vino! 

Ana se pone de pie.

- Y por la carne que asó Mauricio. Por el gluten de los panes. Por la sal. Por la tarta helada que trajo Juan, cargada de azúcar para disimular la falta de lácteos ¡Brindemos!

Lucía se cruza de brazos.

- Yo no voy a brindar por la muerte de un animal que cocinó tu marido.

Ana la señala con su copa.

-¡Brindemos por la muerte, que llega a todos, también a los veganos!

Sólo levanta su copa Mauricio. Wendy bebe de la suya con la mirada clavada en el líquido tinto. Layla suelta una risa y mira de reojo a Lucía. 

- Y también - dice Ana, al sentarse - brindo por los amigos.

Camila levanta su copa y dice:

- Brindo por la anfitriona, que está hilarante ésta noche.

- Es el coraje - responde Ana, que da una señal a su marido, sentado a su lado, para que sirva su preparación - Coraje para aceptar que el pasado no se cambia.

Suena un teléfono. Es el de Ana, que por alguna razón está en la mesa, junto a su servilleta de lino. Ana no responde. Oculta el teléfono debajo de la servilleta y vuelve a sonar. Ana pone su teléfono en silencio. Mauricio le sirve su plato con un trozo de carne que suelta jugos y se mezclan con el puré de patatas. Entonces el teléfono de Ana se ilumina.

- Voy a tener que responder, disculpen - dice y se pone de pie con el teléfono pegado a su oreja - ¿Hola?

Los invitados se mantienen ante sus platos mientras Ana tiene una conversación con alguna operadora de call center.

Mauricio sirve vino en todas las copas y deja que Lucía y Camila se repartan un pastel de verduras asadas, impregnado del aroma de la carne que se asó en el mismo horno.

Ana cuelga su llamada y suelta una carcajada. Mauricio se sobresalta y queda de pie, con una botella en cada mano, de vino tinto y vino blanco. Con una bocanada Ana regresa a su lugar y retoma su copa para anunciar:

- ¡Por el viaje a Bali que acabo de ganar!

Verás tus piernas pasarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora