- Dime que no perdiste tus piernas - Ana le habla al par de piernas que asoman debajo del sofá.
Acaba de entrar por la puerta y aún con las llaves en su mano y el ánimo agitado, el aroma de la tienda de lencería pegado a a nariz y las cervezas que se bebió con Wendy descarrilando el torrente sanguíneo en su cabeza, ve las piernas de Mauricio.
Los zapatos de Mauricio muestran agujeros en las suelas. Son los que utiliza para estar en casa. Ana los compara con el conjunto de lencería que lleva en su bolso y vuelve a pensar en Tatiana. Cierra sus puños pero en el segundo después sacude su cabeza y cierra la puerta tras ella.
- Hay algo flojo en este sofá - le escucha decir a su marido - y creo que lo encontré.
Ana sabe que hay una herramienta en manos de Mauricio. Del sofá salen sonidos metálicos de fricción. Mauricio agita sus pies y repta con esfuerzo hasta salir y dejarse ver, tumbado en la alfombra.
- ¿Vas a prepararte? - dice Mauricio, y como la respuesta que recibe es una expresividad que parece un silencio de radio, agrega, con las manos sujetas sobre su estómago - La cena, es hoy, estarán por llegar los invitados...
¡La cena! Ana siente una descarga eléctrica ¿Cómo pudo olvidarse? Repasó en su memoria la cantidad de veces que pensó en esa cena. Justo ese día, dejó de recordar que vendrían los amigos a cenar.
Se levantó con ímpetu de la butaca desde la cual miraba a Mauricio, dio un par de vueltas sobre sí misma para quitarse la chaqueta y dejarla en la percha del recibidor, el bolso y las llaves en una bandeja con cartas y folletos del correo, los zapatos de tacón quedan como la escena de un atropello, y se dirige a su habitación.
Mauricio sólo la observa mientras se pone de pie.
-¿Te has hecho una manicura extrema? - pregunta sin esperar respuesta y se dirige a la cocina.
Hay aroma a carne asada con hierbas. Mauricio regresa con un mantel y una bandeja de copas. Los coloca en una la mesa del comedor cuando Ana regresa a buscar dentro de su bolso. Saca su teléfono.
-Deja que yo ponga la mesa, no descuides la carne - le dice, mientras la pantalla, donde apenas puede poner su dedo pulgar con esa uña que choca toda superficie, ilumina su rostro.
Suena el portero.
- Esa debe ser Camila. Me mandó un mensaje hace unos veinte minutos, que no leí hasta ahora.
Mauricio asiente sin decir palabra. Vuelve a la cocina, poniendo cada paso en el mismo lugar donde los puso al hacer el recorrido de ida. Viste un mandil que no se diferencia de la ropa que quiere proteger de las salpicaduras de salsas y aceites.
Ana abre la puerta a Camila, que antes de entrar la abraza con aire distraído y mantiene el abrazo. Ana sabe que Camila debe tener un día de los malos. Así que finaliza el abrazo al tomar por los hombros a su hija y mirarla a los ojos.
-Tenemos que hablar de los hongos que me diste - le dice, modulando con la boca abierta cada sílaba.
Camila fija entonces la mirada en el rostro de su madre.
-No me los recuerdes, es lo único que me quedó de Tomás.
-¿Y ese? No lo conozco.
-Ni lo harás, era un chaval encantador que conocí en las vacaciones en Puerto Rico. Ya se murió.
-¿Fueron los hongos? - se asusta Ana.
-No, fueron los tiburones.
- No quiero detalles - dice Ana, levantando la palma de su mano para detener el relato de Camila.
-¡Mamá! - Camila cambia su expresión -¡Qué uñas tan largas tienes!
Ana imita a un felino que rasga el aire con sus uñas.
- Son para marcarte mejor... - Y cambia su pose de mobiliario a femme fatale, con las manos en su cintura, y cruza las piernas delante suyo.
Camila tiene en los ojos un brillo que puede ser tanto incredulidad como esperanza. Tocan al portero un par de veces y Ana vuelve a la posición recta y rígida. Mira a su alrededor y el telefonillo vuelve a sonar. Como Ana no reacciona, Camila es quien atiende al portero y anuncia la llegada de la tía Lucía, Wendy y Layla.
Eso es lo que Ana necesita para reaccionar. Deja a Camila encargada de los invitados y se mira en el espejo de la sala. Entonces descubre que lleva puesto un vestido que muestra sus piernas, botas y el cabello suelto.
Se gira sobre sus talones y en un par de movimientos deja la mesa lista para recibir la cena. Para cuando Lucía, Wendy y Layla entran y comienzan con los saludos, Ana terminó de servir la primera botella de vino en las copas.
- Comenzamos - exclama al extenderles a cada cual su copa.
Es entonces cuando Ana ve en el grupo de mujeres que la rodea la misma expresión que vio en su familia, en su viaje alucinante a una playa de su pasado.
Layla levanta el teléfono con el que la apunta como si fuera a fusilarla, dice:
- Sonríe -
El flash es lo último que ve.
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Verás tus piernas pasar
HumorAna cree que tiene una vida plena, hasta que descubre que puede viajar a su pasado. A través de fotografías, se desplaza en el tiempo y en su propia historia para descubrir a una Ana diferente a la que ella recuerda. Sólo se reconoce por sus piernas...