En el banco, de regreso a ella, esa tarde se sorprendió al abrir en su teléfono una aplicación de videos porno y vio su reflejo en la pantalla donde dos chicas se lo montaban a las risas con un moreno que parecía, más que acariciar, adorar sus nalgas en un altar.
Ana sonrió porque notó que no fingían el placer pero sí los gemidos, que tenían ese matiz de repetición de la alarma en la madrugada. Estimula pero no agrada. Parecía un video amateur entre amigos. La realidad destaca. Es como pasar de un video a otro, entre bostezos y lagañas, y detenerte porque alguien, a cara lavada y pared con humedades detrás, cuenta una anécdota. Pasas lo más rápido que puedas. Huyes.
"Soy una perra", dice una de las chicas en el video.
Se escucha repetir esa frase.
- Soy una perra - levanta la vista de su teléfono y se pasa una mano por la cabellera - De las peores... ¿eso salió de mi boca?
Tenía la costumbre de ignorarse cuando se decía cosas en voz alta. Un muchacho la miró y continuó su camino. Ana se quitó uno de los auriculares para observar a los que pasaban, porque siempre creyó que ve mejor sin distracciones. ¿Y si la escucharon? Bueno, podía decir que se trataba de una canción que cantaba, aunque sabía que nadie la cuestionaría o la tomaría en serio. Por muy errático que parezca su comportamiento.
En el centro de una ciudad capital eres normal comportándote como un alucinado bajo las luces de los anuncios. Ana creía que por eso se alucina mejor en público, en la zona de comercios que no cierran, y no en la de chalets de puertas cerradas. La protección del anonimato está en el ruido y el movimiento. Se puede gritar entre la multitud.
Entonces distingue el rostro de una mujer que avanza con la vista puesta en ella. Es Wendy. Puntual. Así que Ana apaga su pantalla con un solo gesto de su pulgar y envuelve el cable de los auriculares alrededor del teléfono. Se pone de pie para recibir a su amiga y se sacude del abrigo el polvo que se pudo acumular mientras estuvo a la espera.
-¿Llevas mucho esperándome? - Dice Wendy mientras mira hacia el interior de la tienda ubicada a espaldas de Victoria, en cuyos escaparates se exhiben tangas de satén, sostenes de satén, batas de estampado animal que imitan el dibujo de la piel de guepardos - Uf, esto está lleno.
- ¿Me hablas a mí o a la tienda?
Wendy despliega una hoja impresa en una impresora doméstica, con imágenes de la tienda online. Ha hecho ella misma la lista, con los colores disponibles y los precios. Ana le da un vistazo y suelta una risa.
- ¿Ahí leo una barra de pan? - Dice, mientras se arrepiente de no haber hecho ella su lista, para recordar que debe comprar la barra de pan al regreso.
- Aproveché para hacer la lista de lo que no puedo comprar por internet.
- Mejor ¿Cómo nos veríamos si no fuera por estas tiendas?
- Siempre podemos vernos por teléfono
- Lo odio. Es incómodo verte allí la cara aplastada porque no creo que te estoy hablando a ti.
- Mentira, te molesta verte a ti y a tu papada - dice Wendy - como me molesta a mí, claro.
- Qué careto tenemos, verdad.
El planeta a esa hora y en ese cuadrante se movía hacia el atardecer y las fachadas recibían del cielo cierta luz que rebota entre ellas y penetra hasta el interior de las tiendas. Un matiz de todos dorados iba de prenda en prenda , en un brillo que murmuraba promesas. O podía ser esa música pop que te canta cuando entras y repite "eres la mejor, eres bella, eres sofisticada, cómpralo, te lo mereces, es para ti". Hasta el perfume que son capaces de rociar de manera programada te dice que ese es tu lugar, donde es lo mismo salir de compras y sentir placer. Por lo menos para las dos amigas que ya llegan a los cuarenta y eligen pantalones de vestir con zapatillas porque no sienten la necesidad de demostrar nada, subidas a unos tacones.
Ana y Wendy evitan a las dependientas que se visten con uniformes de sastre y se peinan con coletas que salen desde la coronilla como si toda la cabellera naciera allí. Recorren los pasillos, miran la variedad de lencería que se expone, desde ropa interior a pijamas, y se preguntan lo mínimo para saber si todo está en orden en sus vidas. La familia, el trabajo, la salud, el clima según cómo lo perciben en esa época. Ana cree que hay mucha humedad y Wendy cree que el calor no es lo usual. Ana se quita la chaqueta y Wendy abre la boca al ver a su amiga: debajo lleva un top en azul eléctrico que sólo llega hasta su cintura.
- Gracias al calor puedo seguir con el armario del verano - comenta Ana.
- ¿Por qué veo la piel de tus caderas? - replica Wendy, pero Ana se aleja con la clara intención de no responder a la pregunta.
Ante unas perchas con camisetas de algodón de diferentes tamaños, Wendy se detiene, levanta la hoja de papel con una mano a la altura de sus ojos, mientras que con la otra hace un recorrido, en busca de sus etiquetas para leer el talle. Ana se escabulle y se detiene en particular en la lencería donde utilizan mínimas cantidades de raso. Elige unas braguitas de laminado dorado, las que llaman aún hilo dental, que viene a juego con un sostén que se ata con vueltas de cintas alrededor del abdomen. Wendy la alcanza con un par de camisetas blancas alzadas en lo alto de una mano, va a pedirle opinión. Por un lado una camiseta de algodón blanco y por el otro una camiseta de algodón blanco "roto".
- Muéstrame más escote - responde Ana y provoca que Wendy tome aire como si fuera a zambullirse en el mar antes de volver a la carga
-¿Te ha pasado algo hoy? ¿Qué es lo que veo cambiado?
Ana continúa el recorrido de nuevo como respuesta, un pasillo tras otro, donde Wendy encuentra cada pieza como si las recolectara según un mapa con indicaciones.
Ana ya quiere marcharse y la espera en la fila de la caja para pagar, mientras observa a la dependienta pasar los códigos, cantar el precio, preguntar si quiere bolsa, desplegar una bolsa de papel que también pasa por el lector de códigos, pedir que se acerque la tarjeta. Una y otra vez, el ciclo se repite sin que la dependienta deba pensar demasiado. Victoria la admira, con su cabello tirante, su maquillaje, sus pendientes y su nombre escrito en una tarjeta que cuelga de su jersey. Piensa que es de chica lista estar en un trabajo donde puedes ser un robot y cobrar a fin de mes.
Cuando llega su turno, los pasos se repiten pero al querer pagar el teléfono muestra un ícono en la pantalla y no obedece al tacto. La dependienta se mantiene tiesa y sonríe, y sonríe, y sonríe mientras el teléfono de Ana sigue con el ícono de espera. Wendy se adelanta y Ana le entrega su teléfono para que le de un diagnóstico.
- Tienes demasiadas pestañas abiertas y algo que está corriendo en paralelo - Ana no le presta atención, porque nunca la entiende. Hurga en su bolso en busca de efectivo, suele tenerlo para evitar que la tecnología coarte sus deseos cuando falla porque una maldita golondrina se posó en un cable en medio del océano.
Wendy le advierte - Tengo que cerrar todas estas pestañas ¿Ok?
Otra dependienta que no se podría diferenciar de la que está de pie en la caja parece aprovechar para acercarse y se detiene firme junto a Ana. Comenta algo sobre una promoción que termina ese día. Ana la rechaza con un gesto e imita la sonrisa de la cajera. Entonces la ahora promotora le ofrece entrar en un sorteo por un viaje a Bali. La cajera que se inquieta por esperar y debe demostrar que es proactiva, controla los datos de Ana en su pantalla y le dice que tiene muchos puntos para utilizar como participaciones del sorteo.
Entonces escuchan en el teléfono de Ana el primer gemido. Wendy da un respingo y lanza una mirada a Ana que pide perdón. Wendy toquetea la pantalla mientras balbucea y se le cae el teléfono. Suerte que todas las tiendas tienen moqueta. Ana lo levanta y trata de silenciarlo. Las dos dependientes frente a ella se mantienen en la espera con media sonrisa como señal.
- Vale - dice Ana, que eleva la voz por sobre los gritos de su teléfono - ¿Qué tengo que hacer para apuntarme al sorteo?
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Verás tus piernas pasar
HumorAna cree que tiene una vida plena, hasta que descubre que puede viajar a su pasado. A través de fotografías, se desplaza en el tiempo y en su propia historia para descubrir a una Ana diferente a la que ella recuerda. Sólo se reconoce por sus piernas...