22.

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[NIALL]

—¡Rano!

La rana de peluche fue empujada hacia mi rostro antes de que pudiese reaccionar, la pelusa inundo mis ojos y boca, dejando pequeños pelos en mi lengua y nublando mi visión por un momento. Ni siquiera tuve tiempo de apreciar el objeto debidamente antes de que el enano en pañales se arrastrara por la cama, abandonando el juguete para poder tomar otro. Había estado enseñándome las cosas que Kaled le había comprado por unos buenos diez minutos y tenía como para tres horas más, el tipo realmente no había bromeado cuando prometió comprarle a su hijo todo lo que deseara.

El león animado en la parte trasera del pañal del mocoso me saludo cuando gateo hacia la parte superior y comenzó elegir entre la montaña de peluches. El niño ya estaba en edad de comenzar a usar el baño, pero era demasiado perezoso para avisarle alguien que debía ir, por lo que Suri había decidido esperar un poco más para volver a intentarlo.

Un conejo marrón tuvo el mismo trato en sus manos regordetas cuando volvió a mí y lo sacudió en mi rostro, enseñándomelo—. ¡Ejo!

Y como todos los anteriores, el orejón fue descartado antes de que pudiese darle un vistazo apropiado. Alguien debía tomarse el tiempo para enseñarle al niño que no era necesario colocar los juguetes en mi boca para que los viera.

La puerta del baño se abrió y Suri salió, poniéndose una camiseta—. Gracias por cuidarlo mientras me duchaba, Niall. Se lo hubiese pedido a Kaled, pero no tengo idea de donde se metió el idiota.

—No me molesta vigilarlo, pollito, pero estaré escupiendo pelusas por una semana si no se le acaban los peluches pronto.

—¡Bubba! —algo peludo fue empujado en mi mejilla.

—Ya lo vi, enano, es lindo —aseguré, sin atreverme a girar la cabeza por miedo a que el peluche terminara en mi boca.

Suri se paseó un momento por la habitación antes de detenerse cerca de la puerta del baño con un par de tenis en la mano—. ¿Has visto a Kaled?

—Nop.

—Voy a estrangular al idiota en cuanto lo atrape, he estado enviándole mensajes desde hace casi una hora y no me quiere decir donde está. —gruñó.

Yo sí sabía dónde se había metido el idiota mayor pero no me era permitido decírselo al pollito, era sorpresa. Kaled estaba intentando terminar con todos los detalles de la boda que faltaban, tenía a todos los invitados en el mismo pasillo de hotel, el niño de los anillos sacudiendo muñecos en mi dirección y bueno, el novio, aun inconsciente de la situación, pero presente.

Tenía la impresión de que la boda seria en las próximas veinticuatro horas.

—¡Bubba! —un jalón en mi oreja me obligó a voltear la mirada de nuevo a la pequeña molestia.

—Eso dolió, mocoso —gruñí, abalanzándome sobre él, subí su camiseta y soplé una pedorreta en su pancita, ganándome una sonora carcajada—. Ahññ, pequeño mocoso insoportable.

—¡Titi Bubba! —chilló entre risas, jalando mi cabello para que dejara de soplar.

—Querías mi atención, ya la tienes —sople nuevamente y él se retorció, su risita contagiosa haciendo eco en la habitación.

Me aparté de él cuando me di cuenta de que comenzaba a faltarle el aire. La pequeña mierda estaba sonriendo brillantemente, esa inocencia infantil brillando en sus ojos verdes. Estuve totalmente sorprendido cuando se inclinó hacia adelante y dejó un beso en la punta de mi nariz—. Te quiedo, Bubba.

Parpadeé hacia su pequeño rostro, intentando procesar las palabras mal pronunciadas, pero claramente comprensibles. Estaba un tanto avergonzado del peso que presionó mi pecho al darme cuenta de que ese pequeño mocoso, era el primero en decirme eso en mucho tiempo. Ni siquiera Dacel había pronunciado esas palabras en mi dirección a pesar de haberme expresado su cariño reiteradas veces, nunca lo dijo.

Escuché la puerta del baño siendo cerrada y supe que Suri había dejado la habitación, dándome el espacio que necesitaba. No me gustaba que ellos me vieran débil y el mocoso había golpeado un punto doloroso en mí.

Pequeños dedos torpes se arrastraron por mi mejilla—. No llore, Bubba —pidió, su otra mano en mi otra mejilla mientras un puchero aparecía en sus labios—. No, Bubba.

Sus ojos comenzaron a brillar antes de que un sollozo rompiera sus labios. Mierda, ¿por qué la pequeña mierda tenía que ser tan sensible sobre mí?

Tomándolo de debajo de los brazos, lo acerqué a mi pecho y rodeé su pequeña forma con mis brazos, sintiendo el sutil calorcito de su cuerpo contra mí. No lo comprendía, no era capaz de entender como una personita tan pequeña había podido traspasar todos mis muros con tanta facilidad y llegar al corazón que hacía años, pensaba, había enterrado bajo muchas capas de hielo.

No había estado preparado, no pude defenderme contra él.

¿Qué tan patético era eso? Un niño de un año había logrado romper mi brillante armadura y traído las lágrimas que tanto había estado negando.

—Yo también te quiero, Tommy —susurré, pasando mi mano por su espalda en un intento de que sus sollozos se detuvieran—. Detente, mocos, todo está bien, no llores. Soy un idiota, no quería hacerte llorar.

—¡Bubba llora! —sollozó.

—No lloro —me limpie el rostro, intentando poner una sonrisa en mis labios, pero debería haber sabido que él no se dejaría engañar por ello, porque eso solo hizo que otro sollozo saliera de sus labios—. No estoy llorando, Tommy.

Poniéndome de pie, me balancee a los lados, sacudiéndolo con suavidad en un intento de que se calmara—. Bubba tiste —lloró.

—No lo estoy, soy feliz, muy feliz —aseguré, limpiando su rostro con mis pulgares—. Deja de llorar, ya, ¿sí?

Sorbió su nariz aun mirándome cuando me senté el borde de la cama y lo acomodé en mis brazos con suavidad. Mi mente era un desorden y mis sentimientos estaban un desastre monumental. Ni siquiera me di cuenta cuando las lágrimas comenzaron a correr de nuevo hasta que una humedeció la camisa estilo jean de Tommy.

—¿Quieres que vaya a buscar a Dacel? —Suri preguntó desde la puerta del baño.

Lo miré a través de mi visión borrosa—. Por favor.

Asintiendo, se apresuró fuera de la habitación y me envolví alrededor del mocoso nuevamente, intentando encontrar algo de la hombría de la que tanto me jactaba anteriormente. No sé cuánto tiempo lloramos, porque sí, él tampoco se detuvo cuando yo comencé sollozar.

Brazos cálidos nos rodearon a ambos cuando un peso hundió la cama a mi lado—. ¿Qué sucede, rubio?

—No sé —sollocé, escondiendo el rostro en su cuello—. Ayúdame, Daz, por favor.

—Dime que hacer, mi amor, haré cualquier cosa por ti, solo debes decírmelo.

Tomé un respiro profundo de su perfume, buscando tranquilizarme—. Enséñame a querer de nuevo. 

La locura de Niall |Niall/Dacel|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora