Un día después, Maggie estaba sentada en el sofá, que se encontraba en el salón color melocotón de su tía Judith. Adoraba los días en donde la iba a visitar, y juntas, conversaban de cada cotilleo, o cada escándalo nuevo que surgiera en Londres, y por supuesto, escándalos en donde ella y sus demás hermanos no estuvieran involucrados, y así mismos, no fueran los protagonistas de aquellos segmentos sin censura que habituaba publicar aquel diario: "The Wolf".
En este caso, Maggie le estaba poniendo al tanto a su tía de aquel plan que ella había ideado, para así, ayudar a Bukayo a conseguir un trabajo en Inglaterra, y no tener que recurrir a marcharse tan lejos de ella. Le estaba relatando con lujos de detalles aquella idea de aceptar ser la esposa de sir John Lucas, ya que sabía, con certeza segura, que cuando ella se convirtiera en la esposa de sir John Lucas, ella podría convencer a su marido de meter a trabajar en la empresa a Bukayo, y deducía, que sir John Lucas, como el hombre amable que se había mostrado hasta ahora, aceptaría hacerlo sin dudarlo.
Pero mientras le iba comentando a su tía la idea del casamiento y su plan (que para ella era magnífico), el semblante de su tía pasó de interesada, a llenarse de incertidumbre y dudas, y de que no estaba del todo convencida con aquel plan que ella había ideado. Había puesto la misma expresión que su madre, la otra vez que Maggie había aceptado la proporción de casamiento del pobre hombre mayor.
Su tía había arqueado una ceja con desdén, y preguntó con voz tranquila y relajada:
—¿Y ese es tu extraordinario plan? ¿Amarrarte a un hombre al que ni siquiera pretendes querer o apreciar? —Ella le dio un sorbo de su té, antes de añadir con un gesto vacilante—: En verdad, Margaret, ¿estás usando tu cerebro?
Maggie dio un largo suspiro, al evidente gesto titubeante de su tía. Pensaba que ella estaría de acuerdo con su plan.
Es que nadie ni siquiera intentaba apoyarla, solamente Emile, el resto la analizaba como si hubiera perdido la cordura, o estaba a punto de hacerlo.
Era irritante.
—Desde luego que sí, tía, es un plan maravilloso. Y además, no solo se trata de ayudar a Bukayo a conseguir un mejor trabajo del que tiene. No. También me estaría sacando una gran carga para mí. Me estaría deshaciendo de esa responsabilidad detestable de buscar un marido adecuado para mí. —Maggie hizo un gesto con ambos brazos, hastiada—. Venga, tía, que tú más que nadie sabe lo cansada y harta que me tenía todo ese asunto del matrimonio. Sí llegó a contraer matrimonio este año, ya no tendría que estar tolerando tardes enteras de conversaciones sobre pretendientes, o bodas, ya no, todo se acabaría finalmente para mí.
Judith hizo una mueca comprensible.
—Lose, mi niña, pero me tienes que perdonar, pero no pienso que la solución a esos dos puntos sea el de aceptar a sir John Lucas como tu esposo.
Maggie se hundió en el sofá, mientras observaba el techo.
De nuevo, volvería a escuchar otros puntos del porqué su plan, no era tan buen plan.
—¿Por qué lo crees, tía? ¿Qué tendría de malo que me llegara a casa con sir John Lucas? Todas las mujeres se casan con un hombre, ¿por qué el mío estaría mal?
—No digo que esté mal que te cases con un hombre, el problema es que ese hombre es demasiado…
—Mayor —la interrumpió antes de que pudiera terminar la palabra—. Ya lo sé, mi madre ya me lo ha advertido, pero no me interesa aquello, puedo tolerarlo.
—Margaret, no lo comprendes del todo, ese hombre es demasiado, aunque creo que excesivamente suena mejor. Bien, lo dejaré en excesivo. Ese hombre es excesivamente mayor para ti. ¿Te has puesto a reflexionar que cuando tú llegues a los treinta años, ese hombre ya ni siquiera contará con todos sus dientes? ¿No te suena desagradable la idea?
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La apuesta de un vizconde.
Historical FictionMargaret McLaren, o Maggie, es tan aburrida y tan corriente para todos los caballeros apuestos de Londres que no capta la atención de ninguno. Esta sería su sexta temporada buscando un pretendiente, y Emile, su hermano mayor, está dispuesto a casarl...