Al día siguiente, por la mañana, Maggie se encontraba encerrada en su cuarto, mientras se observaba frente al espejo, las ojeras de gran tamaño que se habían formado en los contornos de sus grandes ojos castaños; a causa de no haber podido dormir adecuadamente durante la noche.
Estaba hecha un embrollo, luego de lo que había sido una noche de feroces combates de boxeo, en donde había presenciado demasiada violencia entre hombres; como sí fueran primitivos. Pero, de igual manera, aunque ahora mismo estuviera en su peor estado y aspecto, ella se encontraba satisfecha.
Bukayo había logrado vencer a aquel sujeto, tal y como ella lo había planeado y suponido. Y es que cómo no iba a hacerlo, Bukayo era extremadamente fuerte y apasionado en todo lo que realizaba, le tenía una enorme fe en que él saldría vencedor en sus peleas; además, habían ganado una suma de dinero abultada; fue una grandiosa noche para ambos. Y después de la pelea, ella se había encargado de curar todas las heridas que poseía Bukayo en sus manos y en su rostro, pacientemente, y ya luego, lo había dejado partir de vuelta al trabajo.
Por su parte, ella había regresado de vuelta a su hogar esa misma mañana, muy temprano, sin que aún hubiera nacido un nuevo sol. Ni siquiera su familia aún estaba despierta, solamente unos cuantos criados que se encargaban de preparar el desayuno, o cerciorarse de que todo estuviera bajo control.
Y ahora, que Maggie estaba frente a ese inmenso espejo, con la cara somnolienta, y las ganas de echarse una buena siesta, que no podía darse, ya que su madre había preparado planes para ese mismo día.
Un maravilloso y estupendo día elegido por su madre, ni hablar.
En realidad, sería un estupendo día sí ella pudiera pegar su cabeza sobre una almohada, y empezará a contar como las ovejas blancas iban saltando sobre el corral.
Sonrió para sí misma tras ese pensamiento, sin percatarse que su doncella, Emily, había entrado a su habitación con una fuente que contenía su desayuno.
Su doncella al percatarse de su estado decaído a causa de la falta de sueño; como si estuviera en las nubes, frunció su ceño, molesta.
—¡Milady! —exclamó con voz firme y alta—, ¿aún no se ha arreglado? Sabe perfectamente que su madre desea salir a pasear esta misma mañana acompañada de usted. Se lo ha prometido, ¿lo olvida?, no puede faltar a su palabra. No es propio en su familia faltar a lo prometido.
Maggie hizo una mueca, con disgusto, al escuchar la voz chillona de su doncella, a horas tan tempranas de la mañana.
Había acabado de salir el sol, y su doncella ya le estaba dando un sermón, ¿acaso no eran amigas? Las amigas no daban tantos sermones.
Cerró sus ojos con fuerza, y mandó una mano directo a su cabeza. Empezó a masajear de manera circular, en la parte en donde más le retumbaba aquel dolor, a causa de la migraña.
—Cielos, Emily, no alces tanto la voz, que mi cabeza está a punto de estallar del dolor.
Emily puso la fuente de desayuno frente a una mesa que se ubicaba frente a la cama de Maggie. Luego, se acercó a donde estaba sentada Maggie.
—¿Se puede saber en dónde estuvo? —La señaló con la mano bien extendida—. Mire nada más su semblante. Se encuentra pálido, y… ¿esas son ojeras?
Maggie dudó en responder aquella pregunta. Deslizó sus ojos hacia los costados, tratando de esquivar aquella pregunta.
—Emmm… ¿no?
Su doncella al oírlo, frunció aún más su ceño.
—Usted ni siquiera sabe mentir, se le nota en la cara. Ahora, respóndame con la verdad, ¿en dónde se ha metido anoche?, ¿acaso no ha podido dormir bien durante su visita a la casa de su tía?
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La apuesta de un vizconde.
Ficción históricaMargaret McLaren, o Maggie, es tan aburrida y tan corriente para todos los caballeros apuestos de Londres que no capta la atención de ninguno. Esta sería su sexta temporada buscando un pretendiente, y Emile, su hermano mayor, está dispuesto a casarl...