Esa misma noche, Jude se encontraba ya en su antigua mansión, sentado en un elegante sillón de mármol frente a la chimenea. El salón estaba en completa paz y en silencio, y para ser más sinceros, él más que nadie precisaba de aquella soledad rodeada de aquel sosiego que pondría melancólico a cualquiera. Necesitaba de aquella calma, para así, llegar a poner en orden aquellos pensamientos que tanto atormentaban su mente.
Había regresado del baile que había organizado lady Sallow, suponiendo que ya era demasiado tarde. Especuló que muy pronto un nuevo día daría comienzo; sin embargo, Jude tenía la mente alborotada. Se sentía intranquilo y acelerado que el sueño no se había apoderado de su cuerpo. Sus ojos estaban abiertos y puestos en el fuego que ardía frente a él. Sus recuerdos del pasado de nuevo lo atacaban, lo atormentaban, lo herían. Quería beber. El alcohol podría llegar a tranquilizar aquellos pensamientos impulsivos; como siempre lo habituaba hacer. No obstante, él se había prometido no volver ahogar sus penas con alcohol, no cuando había jurado convertirse en mejor persona.
<<¡Ja!, como si pudiera ser mejor persona>>, sintió como las paredes le hablaban; era la voz de su padre que susurraba cerca de su oído. <<La sangre de tu progenitor está en ti, no serás ni peor ni mejor persona que él, nada más serás su viva imagen>>.
Y tenía razón, cuánta razón tenía.
Todos los recuerdos de su niñez junto con su padre venían a él. Era esa parte oscura de su mente. Recordaba todo lo malo de aquel pasado. El mal marido y padre que había sido el difunto vizconde con él y su madre. Los momentos en donde había creído que su padre terminaría con la vida de su madre por los golpes que le proporcionaba. Él apretó con fuerza sus ojos para alejar aquellos horrendos recuerdos, pero allí estaban, no se movían de su cabeza. Las paredes gritaban y le hacían recordar el llanto desgarrador de su madre que provenía desde su habitación de arriba.
Quiso taparse los oídos como lo hacía cuando era todavía un niño; sin embargo, no lo hizo. Se puso de pie y fue hasta la cocina en busca de alcohol. Busco en la alacena y lo halló. Abrió aquella botella de licor y de un solo trago bebió una cantidad de alcohol.
No lo toleraba más, pensaba que se volvería loco.
Sus oídos le retumbaban y la imagen de él acurrucándose en una esquina se hizo más visible. Todas las noches de otoño… Todas las miserables noches de otoño parecían ser iguales. Bebió otro sorbo de vino; uno grande para aliviar su pesar. Luego se secó la boca con el dorso de su mano. Se visualizó acurrucado en una esquina mientras apretaba sus orejas con ambas manos rogando a Dios que aquellos llantos acaben y así, poder conciliar el sueño.
Eran alucinaciones por parte de su cabeza o, ¿en verdad se estaba volviendo loco?
Dejó la botella sobre la mesa y fue a sentarse en una silla en medio de la oscuridad, solamente el brillo de la luna se colaba por el gran ventanal que tenía su vestíbulo.
Como deseaba que todos aquellos recuerdos de su niñez desaparecieran para siempre. Tenía ganas de renacer de nuevo. Sin embargo, era un deseo infantil, se rió para sí mismo. Nada cambiaría; todo seguiría igual. Las noches de pesadillas siempre lo atormentarían, para toda su vida. La voz de su padre siempre resonaría en las paredes y él volvería a caer en la angustia y en la desesperación, se aferraría al alcohol, con tal de deshacer aquellos traumas del pasado.
Bajó su mirada y miró sus nudillos con atención. Se preguntó entonces si él llegaría a convertirse en un hombre idéntico a su progenitor. Toda las personas siempre se lo hacían recordar: "eres idéntico a tu padre", "de grande serás igual a él", "eres su retrato vivo".
Jude realizó una mueca llena de amargura al evocar esos pensamientos. Se levantó de su silla y fue por un vaso de vidrio en donde se sirvió un poco de whisky escocés. Observó su vaso por unos minutos, la angustia de nuevo se había apoderado de su cuerpo, nunca quería despegarse de él. De un solo tirón se bebió todo el whisky, quiso volver a servirse otro trago, pero antes de poder hacerlo se detuvo en seco. Entonces recordó el motivo por el cual había prometido no beber ni una sola gota de alcohol; su razón para no volver a caer en la bebida, pero ahí estaba él, rompiendo aquella promesa.
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La apuesta de un vizconde.
Ficción históricaMargaret McLaren, o Maggie, es tan aburrida y tan corriente para todos los caballeros apuestos de Londres que no capta la atención de ninguno. Esta sería su sexta temporada buscando un pretendiente, y Emile, su hermano mayor, está dispuesto a casarl...