Capítulo 4:

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Ya de mañana, Maggie y su tía Judith, disfrutaban de unas galletas cubiertas con chispas de chocolate, mientras deleitaban su paladar con té caliente que su tía había ordenado a su doncella preparar. Cerca de la ventana, donde la brisa fresca de Londres se colaba, estaba la pequeña mesa de té, y alrededor de la mesa, estaban sentadas Maggie y Judith. 

Maggie la estaba poniendo al tanto de toda la situación a su tía, en aquella mañana fresca; desde la llegada de Jude a Londres, hasta su decisión de finalmente casarse. Su tía le escuchaba con detenimiento y atención a cada palabra que había dicho. Cuando Maggie le dio la palabra, su tía bebió un sorbo de su té caliente, y comentó: 

—No pienso que sea buena idea que te cases al azar. Debes de conocer bien a la persona a la que pretendes volver tu marido, puede que luego, te arrepientas de aquella decisión precipitada. Es mejor utilizar la cabeza, aunque claro, sientes tanta presión encima de ti. Pero sigo insistiendo, que no es bueno actuar a las apuradas. 

Maggie tomó una galleta con su mano enguantada, e hizo una mueca temerosa. 

—Pero, tía, ni siquiera nadie lo intenta. Estoy tan exhausta con todo este tema del matrimonio, me lo recuerdan a cada segundo, ¿qué se supone que deba hacer? Aunque en parte tienes razón, no desearía casarme con alguien que haya perdido parte de su dentadura. No estoy así de desesperada, pero, si no llegó a encontrar a un hombre adecuado en estos meses que dure la temporada, me veré obligada a aceptar la proporción de uno sin dentadura. 

—Cielo santo, Dios no lo permita. 

Su tía dio otro sorbo a su té, mientras observaba a otra dirección, lejos de los ojos de Maggie. Pareciera estar analizando la situación. 

—Sin embargo, es entendible cómo te sientes, nadie en realidad quisiera casarse con un anciano decrépito. Soy honesta con decir que ni yo misma lo haría, y eso que ya estoy bastante mayorcita. 

Maggie sonrió ante las palabras de su tía. Hizo un gesto con la mano, para restarle importancia a sus palabras. 

—Tonterías, estás espléndida, tía. Si ya no te conocieran los de esta ciudad, dirían que eres más una prima para mí, que una tía. 

Su tía se echó a reír ante los dichos de Maggie. 

—No digas mentiras solamente para hacerme sentir mejor, Margaret. 

—¿Pero cuáles mentiras, tía? Estás bellísima. Y además, podrías conquistar a muchos hombres sí te lo propones. Quién no quisiera a una mujer rica y bella a su lado. 

—Mejor paso. Sinceramente, no creo que nadie llegué a igualar los encantos de tu tío. 

—Hablas como mamá. 

—Bueno, las dos éramos jovencitas muy enamoradizas, es entendible. 

Maggie al oírlo, no pudo evitar sentirse angustiada ante aquello. 

Era verdad, su madre y su tía se habían casado por amor. Y tanto ellas, como sus esposos, estaban tan enamorados, que Maggie alguna vez pensó poder vivir lo mismo que su madre y su tía, pero ese anhelo cada vez se estaba haciendo más inalcanzable. Era un sueño lejano para ella. 

—Ahora bien, dejando atrás ese tema, ¿qué me dices sobre Jude? Me contaste que había regresado a Londres; eso es una buena noticia. 

Maggie hizo una pequeña risa irónica. Arqueó una ceja, al responder a su tía. 

—Quizás para los demás sea una gran noticia, pero para mí, es una tortura diaria. No quisiera estar fingiendo constantemente que todo está bien, cuando él se encuentra a mi lado. Debo reconocer que aún me lastima verlo, es como si no hubiera ocurrido nada entre nosotros en el pasado. Él hace verlo como si no hubiera ocurrido nada, como si todo estuviera maravillosamente bien, y no es así. 

La apuesta de un vizconde. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora