Capítulo 8:

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Maggie estaba sentada en el jardín trasero de la casa de su tía Judith, mientras dibujaba a Bukayo, que en ese momento, estaba concentrado en su trabajo de cortar el césped con una guadaña. Pero aunque Maggie estuviera frente a su lienzo y con sus pinturas a mano, no se lograba focalizar en su arte. 

Su mente estaba en la noche de ayer. La noche en donde había hablado y confesado de más. 

Durante la noche, en su habitación, se había maldecido una y otra vez por haber abierto su bocota más de lo que debería, para así, dejar ver sus emociones reales. Había dicho tantas cosas que no debía y ¡justamente se lo había dicho a Jude! La persona a la que menos le quería llegar a demostrar sus sentimientos reales. Hasta estuvo a punto de confesarle que aún lo seguía amando. 

Cerró sus ojos sintiéndose miserable. 

¿Cómo volvería a ver su rostro a partir de ahora? No se atrevería ni siquiera a mirarlo a la cara. Él estaría al tanto de todo sus pensamientos y emociones, y eso le llegaba a molestar, más ahora sabiendo que nunca fue considerada como algo más que no fuese una simple hermana. Y eso le dolía. 

Estaba tan desanimada esa tarde, que ni la pintura le llegaba a borrar aquella noche tan dolorosa para ella.

Pero, ¿cómo no iba a explotar en furia?, pensó. Jude trataba siempre de sacarla de quicio, era un completo idiota. 

Primero, quería convencerla de que no se casará con sir John Lucas. Segundo, pretendía emparejarla con otro hombre. Y el tercero era el peor de todos, le había confesado que su estima hacia ella era solamente un sentimiento de hermandad. 

Tenía ganas de gritar, pero se contuvo. No quería asustar o espantar a Bukayo, mucho menos preocuparlo, pero, necesitaba desahogarse como de alguna manera. 

¿Cómo se atrevió a tratarla de una manera tan bonita si lo único que sentía era un amor de hermanos? Se hubiera ahorrado tantas palabras dulces, y tantas cosas que le llegaron a cautivar, y de seguro ella no se terminaba de enamorar de él. Pero Jude siempre fue tan diferente a todos los hombres que conocía; y lo amaba, aunque le doliera admitirlo, lo seguía amando. 

Cada roce, cada palabra, cada mirada, hacía que su corazón latiera con mucha más fuerza; y eso le llegaba a irritar demasiado. 

¿Por qué simplemente no lo olvidaba y ya? 

Pero ella sabía la respuesta a esa pregunta. Jude fue el único hombre que le hizo sentir tantos sentimientos juntos. Ninguno la cautivo como él lo logró. 

Lo amaba, y lo seguiría amando por siempre. 

Se sintió estúpida por eso. 

Bukayo por su parte, se había percatado que algo no iba bien con Maggie. Notó que varias horas habían transcurrido, para que ella continuará en el mismo trazo de pintura. Además, tenía la vista perdida en su lienzo, y su semblante estaba decaído. 

—¿Maggie? —preguntó Bukayo, y al ver que ella no lo escuchaba, volvió a insistir con un tono más elevado—. ¡¿Maggie?! 

Ella al oír su voz, se sobresaltó y deslizó su mirada en dirección a Bukayo. Le dedicó una dulce sonrisa al percatarse del semblante confundido de su amigo. 

—Bukayo, ¿qué ocurre? ¿Necesitas mi ayuda? 

—Ah…, de hecho, no pasa nada, milady, pero usted… pareciera ser que su mente no está aquí. Digo, algo la mantiene en otro lugar. 

Ella abrió sus ojos, sorprendida. 

—Ah… no, yo… ah, estoy bien —balbuceó, sin tener una respuesta clara—. De en serio, ¿por qué supones que mi mente está en otra parte? 

La apuesta de un vizconde. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora