Capítulo 12: La Ensencia de una Inocencia Perdida

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La luz se ha ido, todo es sombrío, un niño camina sin rumbo ni brío. Tras un tiempo, flores brotan en el suelo, blancas como el ropaje del pequeño. El niño busca entre ellas un tesoro que se escondía, para llevarle un regalo a su madre querida.

En aquel campo de blancas flores, una resplandece con más fulgores. Con cuidado y delicadeza es tomada sin pretensiones.

El niño corre hacia su madre con aquel regalo en manos. Y al entregarlo, la mujer decide mirarlo.

—Qué bonita es la flor —dice con emoción.

Pero pronto su rostro pierde el color. El cabello rubio de la mujer carmesí se tiñó, y su vestido blanco, como ninguno escarlata, se volvió.

Las flores también cedieron. Perdiendo aquel brillo, una por una oscurecieron.

El niño aterrado se encontraba y, paralizado, se hallaba; aquel siniestro paisaje ya no se ocultaba. El suelo se empezó a agrietar para así al niño tragar.

31 de agosto de 2018 / 7:36 a. m.

Alex abre los ojos, sobresaltado, y mira a su alrededor con desconcierto. No reconoce la habitación en la que se encontraba. Era grande y a la vez vacía, con una cama, una mesa de trabajo y una mesita de noche. En las paredes no había ningún adorno, solo una foto de una mujer sonriendo. Alex sintió un vacío en el pecho al verla. ¿Dónde estaba él? ¿Qué había pasado?

Intentó recordar lo que había ocurrido el día anterior, pero solo le vinieron imágenes borrosas y confusas. Un coche, policías, una sirena, un supermercado, su madre. Y luego, el silencio. El silencio que lo envolvía todo, que lo aislaba del mundo, que lo dejaba solo.
Se levanta de la cama improvisada y empieza a llamar a su madre con voz temblorosa. Nadie le responde. Se puso el abrigo que siempre llevaba puesto y sale de la habitación. Encontrándose con un pasillo largo. No había nadie. Todo le parecía extraño y ajeno. ¿Dónde estaba su casa? ¿Dónde estaba su familia?

De pronto, se escuchan unos pasos que se acercaban. Era Ruben, quien se encontraba subiendo las escaleras. Alex lo reconoce al instante. Siempre le había caído bien, pero ahora lo miraba con recelo.

—Buenos días, Alex, ¿cómo estás? —le dijo su tío con una sonrisa forzada.

—¿Tío Ruben? ¿Dónde está mami? —le preguntó Alex de inmediato, con voz angustiada.

En ese momento, una ola de recuerdos le golpea con fuerza. Recordó la cara de su madre, pálida y ensangrentada, en aquella pesadilla. Recordó las palabras de Ruben, frías y duras, que le anunciaron lo que más temía. Recordó que su madre había muerto.

—¿Mami está bien, verdad? —insiste Alex, buscando una respuesta que lo tranquilizara.

—Seguramente... —murmura el hombre, sin saber qué decir. No quería mentirle, pero tampoco quería herirlo más.

—¿Ella está muerta, no? —suelta Alex, con un hilo de voz.

Ruben guarda silencio, viendo al niño, que permanecía callado. Ruben siente un nudo en la garganta mientras asentía con la cabeza. No podía evitar arrepentirse al ver la expresión de incredulidad y dolor en el rostro de Alex.

Él sabía que no había palabras que pudieran consolar al niño, pero tampoco le gustaba verlo en aquel estado.

—Tiene que ser mentira... solo es mentira, ¿verdad? —se repite Alex, con la voz entrecortada y los ojos llorosos.

El chico trata de aferrarse a la esperanza de que todo es parte de una pesadilla, de que su madre apareciera en cualquier momento y lo abrazara con fuerza. Pero la mirada de aquel que considera su tío rompía aquella ilusión y le confirmaba lo que más temía: ella se había ido para siempre.

Alex simplemente se derrumba en el suelo y se echa a llorar. Su tío decide simplemente observarlo, a veces lo mejor era hacer silencio. El niño empieza a maldecir una y otra vez. Ruben intenta decirle algo, pero el niño le grita que se alejara.

Tras calmarse un poco, Ruben lo ayuda a levantarse y lo lleva al comedor, donde le esperaba un sándwich de queso. El niño solo mira la comida con desgana. El silencio se hizo tan pesado como una losa en el pasillo. Solo el tic-tac del reloj irrumpía en el momento, como un recordatorio cruel del tiempo que ella se había perdido y que no volvería.

Alex se quita el abrigo que siempre había llevado y lo tira lejos. Su camiseta roja y blanca relucía, al igual que un pequeño reloj que siempre llevaba. Era un regalo de su madre, que le había dicho que siempre estaría con él. Alex dio un fuerte golpe a la mesa y empieza a comer. Aunque confundido por las acciones de Alex, Ruben simplemente va a recoger aquel abrigo y se da cuenta de que en una parte tenía algo escrito, como si lo hubieran cosido. "Tu madre siempre te protegerá".

—Será mejor que tomes una ducha —le sugiere Ruben, caminando con el abrigo en la mano.

En eso se fija en que Alex se empezaba a sentir mal, y reacciona con rapidez, apartando el plato y sujetando al niño, dejando caer el abrigo al suelo. Lo carga hacia la cocina, pero no llega a tiempo y el niño termina por vomitar lo poco que se había comido.

—Tranquilo, mantén la calma —le dice Ruben, viendo cómo la piel de Alex se ponía más pálida.

Ignorando el desastre, lo llevó a la fregadera, donde el niño sigue vomitando. Una vez que todo parecía haber pasado, Ruben le lava la cara, lo deja nuevamente en el comedor y le pide que tomara el agua que había servido. Mientras el niño se la tomaba, él limpió rápidamente el lugar.

Luego, al ver a Alex más tranquilo, vuelve a sujetarlo y lo lleva arriba, entrando al baño del pasillo, donde le pide al niño que se quitara la ropa sucia y que lo esperara sentado en el inodoro.

Trozos del Pasado: Entre Sombras Y EstrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora