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Una sensación en el aire le hizo olisquear el campo en el que se encontraba. Cinco segundos después decidió volver a presenciar la forma en que la diminuta abeja picaba la flor y volaba a la siguiente.

Era un verano caluroso. Uno de esos días en los que sí mirabas hacia la carretera podías ver las pequeñas ondulaciones del aire caliente. Él se había escapado de sus padres para correr con sus delgadas piernas hacia el otro lado del camino, donde el campo de girasoles le aguardaba y le atraía como una mosca que era conducida hacia la trampa de una araña. Y es que Wonwoo siempre había sentido un intenso deseo por oler las flores que crecían por todas partes cerca de la vieja casa de su abuela.

No le importaba pasar dos semanas en el campo, alejado de todo lo que conocía, porque siempre había sido agradable estar con su abuela y su tía, ellas eran como él... y a Wonwoo siempre le costó encontrar un lugar en el que no le hiciesen sentir... diferente.

Cumpliría doce años dentro de tres días y parecía que todo había cambiado demasiado rápido. Su padre le llevaría a pescar la próxima semana, solo los dos, porque por primera vez Wonwoo se sentía un chico grande. Ese año sería grandioso, por fin había juntado el dinero suficiente para ese campamento que comenzaría en las vacaciones de mediados de año y su madre le había dicho que le compraría un par de nuevos libros una vez estuviesen de regreso en la pequeña ciudad.

Nada podía ir mal.

Se relajó en la pradera, sometiendo la sensibilidad de su piel a las ráfagas vaporosas del verano. La abeja zumbó por sobre la cara de Wonwoo y él simplemente la observó. Era consciente de que el sudor le resbalaba por la frente y que debía volver pronto a casa. Miró la carretera, esperando que su madre no hubiese enviado a su tío en su búsqueda.

No era que se llevasen mal, pero su tío era la mayoría del tiempo callado, un gran e intenso observador que hablaba cuando se le preguntaba algo y prefería pasar el tiempo en el taller de carpintería que con la familia. Wonwoo era un chico tranquilo, pero se emocionaba con demasiada facilidad, así que no culpaba al hombre por mantenerse distante.

Escuchó algo a lo lejos, un sonido que espantó a la abeja y meció las flores como si estuviesen impacientes por alejarse de la prisión eterna que era la tierra. Wonwoo esperó a que su tío le llamase desde la distancia, sin embargo, aquello que divisó a lo lejos no fue nada que le resultase familiar.

Se levantó de prisa, tambaleándose por el repentino mareo. Cuando logró recomponerse colocó la mano a modo de visera contra los rayos del sol y admiró la soledad del bosque que comenzaba al final de los girasoles.

—Extraño...— susurró.

Habría jurado que alguien estuvo allí. Y, entonces, unas orejas oscuras se pasearon por entre los grandes pinos, rompiendo los tallos de las flores y marchitando sus pétalos.

Wonwoo retrocedió.

Lo estás imaginando. Pensó, porque lo primero que se le vino a la mente fue que parecía haber visto ojos tan salvajes y brillantes como los de un monstruo. Un lobo vino a su mente al instante en que la idea del monstruo fue descartada. Pero también era ridículo, ¿Qué haría un lobo por una zona rural como esa?

Algo siseó. Las orejas reaparecieron y el animal que definitivamente no era parte de su imaginación se movió en zigzag, procurando no tropezar con los troncos caídos ni con las raíces que sobresalían de la tierra.

Wonwoo palideció.

Un lobo definitivamente.

El animal se había detenido en la misma fila de girasoles que él. Le miraba con las orejas erguidas y la nariz olfateando el aire. Era grande, quizá demasiado menudo y tan oscuro que lucía irreal. Wonwoo había visto lobos en los libros de caza de su padre, esto era una alucinación, tiene que serlo.

Where the wolves hide...  -MinWon/MeanieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora