8.

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Comencé a soñar con Mingyu el día después de nuestro último encuentro. No era algo de lo que Jeonghan podría enorgullecerse. No tenía nada que ver con probar cosas nuevas.

Estábamos él y yo, en medio de la nada, y el lobo lo masacraba. La bestia salía del oscuro páramo, escuchaba sus pisadas como un eterno eco en un pasillo hecho de tierra y hojas de otoño. El lobo saltaba encima de él, la sangre salpicaba mi rostro, mis manos y mis pies que no se movían.

Solo podía gritar, viendo los ojos de Mingyu volverse opacos, huecos, como un par de canicas con las cuales jugábamos en el patio de recreo.

E incluso mi grito era mudo.

Entonces me despertaba con el corazón en la garganta, esperando que mi mente comprendiese que solo fue uno más de esos malos sueños.

No debería estar buscándole con la mirada un lunes por la tarde, con la bandeja cargada de gaseosas para adolescentes casi tan flacuchos como yo. Ninguno de esos era Mingyu. Y no debí sentirme decepcionado. Por supuesto no era que quisiese meterme con el chico, ¡Era un chico, por el amor de Dios! Pero yo era un tonto paranoico, y anteriormente había tenido el collar para calmarme. Ahora que no lo tenía parecía que todo fuese a desmoronarse con el peso de mis nervios.

Ni siquiera sabía por qué estaba tan nervioso en primer lugar. Seguro que soñar cuatro días seguidos con que alguien es comido por un lobo frente a tus ojos tenía algo que ver, pero ya era grandecito para saber que aquello era mi inconsciente siendo un buscapleitos, o tratando de decirme algo que de seguro la psicopedagoga de la escuela primera a la que iba sabría encontrarle sentido. Yo no lo encontraría, y no comenzaría a meterme con mi inconsciente en este momento de mi vida, ambos podíamos compartir el mismo cuerpo sin involucrarnos demasiado.

Lastimosamente el corazón se me alertó cada vez que la puertecita de la cafetería se abrió. Ninguna de esas personas fue mi acosador.

Genial. Ahora era yo quien se comportaba de forma espeluznante.

Eso no me detuvo de esperar en casa la mañana siguiente, con mi jugo de manzana en la mano y la baba seca en el mentón. Salí al jardín, donde la voz de papá se escuchaba fuerte y claro. El chico, Seokmin, cargaba una bolsa dentro de la cual, supuse, había escombros sacados de la última casa a la que él y papá habían ido esta mañana.

—¡Wonwoo! —dijo papá, demasiado alegre para ser tan temprano— ¿No tienes clases hoy?

Miré el reloj en mi muñeca.

—Solo una a las once— respondí, cruzándome de brazos y observando como un depredador al pobre muchacho cuya mirada iba en todas direcciones menos en la mía. Sonreí un poquito—. Ey, tú... ¿Dónde está el otro?

Su espalda se irguió y sus cuencas oculares amenazaron con desprenderse. Había una gran mancha de sudor en el centro de su camiseta azul marino, el gorro de lana le quedaba patéticamente adorable, lo que me molestó porque yo jamás logré lucir bien en uno de esos. Se enredó con su propia lengua un par de veces, tan obvio que le incomodaba mi presencia como a mí me incomodaba todo lo que tuviese que ver con él y su familia.

Comenzaba a sospechar que eran una anomalía de la naturaleza.

(Debí prestarle más atención a esa idea, me habría horrado muchas sorpresas)

—Ehh... Min... él... eh... está ayudando en la gasolinera por hoy— se frotó las manos, una cosa que había visto hacer a Mingyu un par de veces.

—Bien. —Rasqué mi panza por debajo de la camiseta y le hablé a mi padre—. Me iré ahora, pasaré por lo del viejo Jeon después de clases así que no tienes que ir a buscarme.

Where the wolves hide...  -MinWon/MeanieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora