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El traje del tío me quedaba suelto y olía a naftalina.

Los casamientos no eran lo mío.

El amor estaba lejos de ser algo con lo que me sintiese cómodo.

Arreglé mi cabello en una suave caricia y limpié los lentes con el borde de la sábana, hacía mucho había perdido la pequeña tela especial que el tipo de la óptica me dio.

Pensar en firmar un papel para comprobar una conexión se sentía como hacer un trueque a la vieja usanza; «prometo pasar la vida a tu lado porque este papel lo dice», ah, detestaba esa ideología.

Me senté en la parte trasera de la iglesia. Seulgi se descalzó al instante, empujando las sandalias entre nosotros y quejándose de lo hinchados que traía los pies gracias a la retención de líquidos.

No hablamos de lo que sucedió aquel día. Pero me hizo saber que se reunió con Seungkwan en la cafetería del colegio y que preguntó cómo me encontraba.

Me sentí mal por evitar el asunto... sucedía que ni siquiera estaba listo para discutirlo conmigo mismo.

Gracias a Dios Mingyu no se presentó el miércoles siguiente, ni el siguiente a ese. Tampoco me encontré con él durante las mañanas en que bajaba a desayunar y veía a su primo trabajar con papá antes de concentrarse en los exámenes. No sabía si Seokmin sabía lo que había descubierto, o si también estaba metido en ello, pero como una garantía de seguridad decidí mantenerme alejado lo más que pudiese de él. Convencer a papá de que no lo contratase para el verano fue una tarea imposible a la que renuncié en cuanto los vi a ambos sentados en el sofá de la sala, viendo un partido de fútbol y gritándole al árbitro.

Así como así, había sido desplazado del papel del hijo.

Chan me saludó durante nuestros leves cruces en la biblioteca, levanté la mano sin sacarme los auriculares y regresé a mi lectura sin dejarle tiempo para tratar de romper la burbuja.

No quería preguntas y tampoco necesitaba respuestas.

Estaba feliz ignorando lo que sea que estuviese sucediendo en esta ciudad. Capaz la señora Jang y sus cuentos del chupacabras no eran la locura que pensé la primera vez que lo escuché.

Aquel día tenía siete años, mamá estaba conversando con alguien a través de la cerca delantera de nuestra casa. Observaba las ondulaciones de su vestido y los pliegues que se le formaban sobre los talones de sus pies descalzos. Llevar de aquí para allá un animalito de juguete amarrado a una piola había dejado de ser entretenido hacía mucho tiempo. Y para un niño, la curiosidad era tan mágico como el hada de los dientes o las señales de una visita de los reyes magos. Me acerqué a mi madre y miré por detrás de sus piernas. Al otro lado de la cerca, apoyando los brazos regordetes en la madera, se encontraba una mujer cuyo rostro era salpicado por un montón de pecas.

Dijo: —Oh, dices que tienes una criatura. Cuidado con los duendes, les gustan los bebés.

Mamá se tocó la panza como si Seulgi aun estuviese allí.

La mujer también dijo: —Y cierra los postigos al anochecer, hay una bestia suelta por ahí.

Mi pequeña voz se alzó por sobre la de ella.

—¿Una bestia?

Mamá acarició mi cabeza, sus dedos deteniéndose en la etiqueta que sobresalía de la parte trasera de mi camiseta.

La mujer asintió.

—Papá, que en paz descanse, solía decir que era un monstruo. Pero yo lo vi una vez. Tenía la cabeza grande y los ojos prendidos fuego. Venía del infierno, estoy segura... un chupacabras me parece. Hay mucho de esos por estos lares.

Where the wolves hide...  -MinWon/MeanieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora