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No se lo dije a nadie, esperaba no tener que hacerlo.

El bosque y sus secretos llenaban mis pensamientos.

Pero la llegada del invierno me alejó de ello por un tiempo, hasta que el lobo regresó.

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El primer día de invierno vino con una ventisca que amenazó con romper los postigos. La alerta estaba sobre gran parte del país, incluyéndonos. Me puse calcetines dobles y salí por la puerta trasera de la casa, apenas estaba atardeciendo cuando cargué la leña que papá había cortado por la mañana.

–Estás temblando– dijo mi hermana y su problema de señalar lo obvio.

–Casi me congelo el trasero allí afuera.

Avivé el fuego dentro de la chimenea, agradecido por el festival de chispas que creció y creció junto a las llamas.

–Bebe un trago de vodka, debilucho.

–¿Quién eres, un camionero?

Resopló detrás de la pantalla de su móvil. Estaba acurrucada en el sofá, la manta que la abuela nos hizo hacía tantos años colgaba sobre sus piernas. Los cuadros hechos de diferentes retazos de tala habían comenzado a descolorarse, y lo sentí en el alma. Quise esconder esa cosa vieja en un lugar seguro, como si los recuerdos de las historias que mamá nos contó enredados en ella, historias sobre los abuelos, sobre el tío siendo un adolescente normal, o sobre ella enamorándose de papá, permanecieran impregnados en la tela y se desgastasen con el uso. Era ridículo, mamá se había ido de casa quién sabe por qué razón y la abuela todavía seguía en este mundo, pero como una persona de naturaleza ansiosa, el futuro era tan aterrador como lo era la muerte.

Seulgi fue diferente desde el principio.

Le temía a cosas reales, cosas palpables. A veces quería ser así también.

Un día, mi tío me contó una historia, era sorbe criaturas tenebrosas que se alimentaban del alma de las personas. Absorbían los colores y la felicidad, dejando en el mundo una sensación aterradora, desconocida. Pasé años de mi infancia temiéndole a esas cosas, hasta que mamá obligó al tío a decirme que se lo había inventado como el maquiavélico hombre que era a veces.

Seulgi llamó mi nombre, la observé acariciar su barriga por debajo del suéter que le pertenecía a papá.

—Ajá.

–Creo que... tengo una idea para su nombre, ¿quieres oírlo?

Lucía cohibida, apenas me miró cuando hizo la pregunta. Y los latidos de mi corazón se aceleraron. ¿Estaría ella temiendo ser rechazada?

–Por supuesto.

La vi perderse en el fuego, parpadeando en cada estallido de la madera al quemarse. Para tener diecisiete años uno podía apreciar lo agotada que estaba. Y Me hubiese gustado abrazarla, cubrir su escuálido cuerpo y obligarla a apoyarse en mí. No hice nada de eso. Ella no lo apreciaría. Me quedé en mi sitio, con las piernas flacas presionadas cerca de mi pecho en el sillón algo destartalado por el tiempo.

—Estaba pensando en... Eunsang.

El murmullo quedó entre los dos, ni las paredes de la casa podrían haberlo escuchado. Estaba todo tan en silencio, como en aquellas noches en el campo donde los muebles de madera sonaban de vez en cuando y uno podía escuchar algún que otro ronquido de papá.

—Es lindo, ¿de dónde lo sacaste?

Se encogió sobre sí misma, el fuego coloreó la habitación, pero su rostro permaneció pálido.

Where the wolves hide...  -MinWon/MeanieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora