El soborno

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Si Kreacher había sido capaz de escapar de un lago lleno de inferi, Harry tenía la seguridad de que la captura de Mundungus le llevaría unas horas a lo sumo, pero aun así pasó toda la mañana rondando impaciente por la casa. Sin embargo, el elfo no volvió esa mañana, y tampoco por la tarde.

Al anochecer, Harry estaba desanimado y nervioso, y la cena, que consistió en un pan mohoso al que Hermione intentó sin éxito hacer diversas transformaciones, no logró mejorar su estado de ánimo.

Kreacher tampoco regresó al día siguiente, ni al otro. En cambio, dos hombres ataviados con capa aparecieron en la plaza frente al número 12, y allí se quedaron hasta el anochecer, sin apartar la mirada de la fachada que no veían.

—Mortífagos, seguro —dictaminó Ron, mientras los tres amigos los espiaban desde las ventanas del salón—. ¿Creéis que saben que estamos aquí?

—Lo dudo —respondió Lyra, aunque parecía asustada—. Si lo supieran, habrían enviado a Snape a capturarnos, ¿no?

— ¿Creéis que Snape entró en la casa y la maldición de Moody le ató la lengua? —preguntó Ron.

—Me parece que sí —contestó Hermione—; de lo contrario, habría podido decirles a sus compinches cómo se entra, ¿no opináis lo mismo? Seguro que están vigilando por si aparecemos. Al fin y al cabo, saben que la casa es de Harry.

— ¿Cómo lo? —se extrañó Harry.

—El ministerio examina los testamentos de los magos, ¿recuerdas? Por tanto, deben de saber que Sirius te dejó esta casa en herencia.

La presencia de aquellos mortífagos incrementó la atmósfera de amenaza en la casa. Además, los chicos no habían tenido noticias de nadie que estuviera fuera de Grimmauld Place desde que vieran el patronus del señor Weasley, y la tensión empezaba a notarse. Ron, inquieto e irritable, se dedicó al fastidioso ejercicio de jugar con el desiluminador que llevaba en el bolsillo; eso enfurecía sobre todo a Hermione, que mataba el tiempo estudiando los Cuentos de Beedle el Bardo y a quien no le hacía ninguna gracia que las luces se apagaran y encendieran continuamente.

— ¿Quieres estarte quieto? —gritó la tercera noche de aquella larga espera cuando, por enésima vez, se apagaron las luces del salón.

— ¡Perdón! ¡Perdón! —se disculpó Ron, y volvió a encenderlas—. ¡Lo hago sin darme cuenta!

— ¿Y no se te ocurre nada más útil con que entretenerte?

— ¿Cómo qué? ¿Acaso leer cuentos infantiles?

—Dumbledore me legó este libro, Ron

—Y a mí me legó el desiluminador. ¡Le habría gustado que lo utilizara!

Harry, harto de sus constantes discusiones, salió de la habitación sin que ninguno de los dos se diera cuenta. Se dirigió a la escalera con intención de bajar a la cocina, adonde acudía de vez en cuando porque estaba convencido de que sería allí donde Kreacher se aparecería. Pero cuando llegó hacia la mitad de la escalera que daba al vestíbulo, oyó un golpecito en la puerta de la calle, y a continuación unos ruidos metálicos y el rechinar de la cadenilla.

Lyra llego de inmediato a su lado.

Con los nervios de punta, sacó su varita mágica, se escondió entre las sombras (al lado de las cabezas de los elfos decapitados) y esperó. Por fin se abrió la puerta y, por la rendija, distinguió la plaza iluminada; entonces una persona provista de capa entró despacio y cerró la puerta. El intruso avanzó un paso y la voz de Moody preguntó: « ¿Severus Snape?» De inmediato la figura de polvo se alzó desde el fondo del vestíbulo y se abalanzó sobre él levantando una mano cadavérica.

Harry Potter y las reliquias de la muerte // Lyra GrindelwaldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora