Capítulo 1: Que Estupidez

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Abrió los ojos, aún no amanecía, pero podía oír a un pichón solitario cantar. Se levantó perezosamente y se estiró para espabilar, de una mesa tomó una manzana y se comió, no era su tipo de desayuno favorito, pero era lo que había.
Se puso un abrigo ligero, tomó su arco y unas cuantas flechas, ya listo salió a cazar algo para comer, al salir de esa pequeña cabaña pudo sentir el aire, cálido y a la ves tan fresco que lo hacía inhalar y exhalar con un raro alivio.

Él ama a los animales, pero tiene hambre, y él está primero, eso es lo que les enseñaron sus madres y no pueden equivocarse las dos ¿verdad?. Él lo logra, dos grandes y apretables conejos, se siente culpable, pero que más da.
No se había dado cuenta hasta entonces, pero estaba alto en la montaña, su cabellera dorada sucumbía a la brisa mientras él miraba el pueblo a la lejanía, montón de hipócritas, pensó  en que si pudiese tirarles la montaña encima lo haría

—Que estupidez, también hay niños —se dijo para alejar esos pensamientos y se dispuso a volver a su cabaña, esa mal hecha cabaña que él mismo hizo, aunque solo tenía catorce años en ese momento, ahora tiene diecisiete, lleva tres años alejado de todos y, odia admitirlo, pero le gustaría algo de interacción no hostil con otra persona, como su madre, realmente la extrañaba mucho.
Ya en casa despellejó a los conejos, uno lo descuartizó para cocinarlo y al otro lo cortó por la mitad para dárselos a su perra Laika, ella era su única compañía y amiga, solía tener más amigos, personas, pero las personas abandonan y al primer problema ellos lo abandonaron, no importa, no los necesitaba, no a ellos.
Luego de acariciar a Laika se va a cocinar, por suerte sabía hacerlo. Luego de comer, calentó agua para bañarse, ya eran como las once de la mañana, así que mientras el agua se calentaba él hacía ejercicio, debía estar siempre en forma, era vital en las montañas. Él siempre ah sido limpio, odia la suciedad, así que todo allí estaba ordenado y limpio, lo poco que tenía, él también, ya que había empezado a bañarse a base de un balde y una tasa.

Mientras tanto en el pueblo


Un hombre joven con capucha y capa blancas se acercó a unas chicas que hablaban en la calle.

—¿Disculpen señoritas, han visto a alguien de cabello dorado por aquí? — pregunta de manera gentil, pero parecía cansado, algo angustiado también.
—Cabello dorado.. SI, habla de Selim! —responde una de ellas, la otra la silencia preocupada.
—Shh, te pueden escuchar. Él se encotraba en esas montañas de allá —dice mientras apunta con el dedo —es lo último que sabemos.

Él  las vio irse, intrigado por la escena siguió su camino por donde la chica le había marcado, no podía dejar de pronunciar ese nombre, Selim.

En la cabaña


Selim , ya vestido, se encontraba cortando leña, la noche iba a ser fría. Ya eran la seis de la tarde y empezaba a oscurecer.
Él estaba tomando una infusión de hierbas cuando alguien golpea a la puerta, eso hace que se asombre y de un brinco ¿Quién iba a una cabaña en plena montaña, al anochecer?
Tomó su hacha con la mano izquierda, y con la derecha abre cautelosamente la puerta. Un hombre de capucha blanca es lo que se encuentra, este al verlo sonríe enormemente, con alivio.

—SERIM! NO NO, Sselim.. Selim,si así —dice para luego realizar un reverencia, confundido el chico deja el hacha donde estaba y abre la puerta dejándose ver entero y lo hace pasar, no lo iba a dejar en el frío de la noche.

El Ilegítimo 5° PríncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora