Capítulo 2

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Con el paso del tiempo el ambiente con mi padre se fue tensando, especialmente después de que un negocio importante no salió como él esperaba, y como él siempre hacia se desquitaba con las personas que lo conocían sin las máscaras, si no era yo eran los sirvientes, aunque el abuso no fue físico al principio todo cambio después de una noche.

Mi padre se había marchado a unas negociaciones, cuando regreso la noche ya había caído, yo me encontraba en mi alcoba como siempre, cuando escuché un estruendo en la primera planta de la mansión, por curiosidad decidí asomarme y ver por las escaleras, ahí se encontraba mi padre, al parecer venia pasado de copas y muy enojado, el estruendo había sido porque no se fijó que estaba una mesa con un florero, que ahora estaba roto.

- ¿Dónde está esa maldita? – grito mi padre con todo su pulmón, de repente salió el mayordomo el cual intento calmarlo. – Ah, es verdad ahora está enterrada y en el infierno como debería de ser. – se empezó a reír a carcajadas, yo estaba enojado, agarrando el mango de la escalera con toda mi fuerza, él es la razón por la cual mi madre ya no estaba conmigo.

- Mi señor, por favor cálmese, ¿Qué pasaría si el joven amo lo escucha?, ella era su madre y la duquesa de esta casa. – dijo el mayordomo el cual intento sostener a mi padre, pero lo único que recibió fue una manotada.

- No me toques, él debe de saber qué clase de perra era su madre, ¿No lo crees?, a pesar de que me costó una tierra y varias monedas de oro, no me valió para nada más que darme un hijo, uno que se parece a ella, ni eso pudo hacer bien. - debería de irme, respirar y no hacer caso a lo que él decía, pero no pude, lo intente respire varias veces, pero el hilo que sostenía mi paciencia y la resistencia contra mi padre se habían roto.

Bajé las escaleras y me coloqué delante de él, apestaba a alcohol y a perfume, posiblemente de alguna dama, pero la combinación de las dos cosas hizo que me dieran ganas de vomitar.

-Pero si es el próximo duque de Monmouth, Liam Barton. – se agacho un poco para que estuviéramos en la misma altura. - ¿Dime hijo que se siente haber nacido de esa mujer vulgar?, para que después te dejara solo. – ese fue el último empujón que necesitaba, me le abalancé y le di un golpe, como estaba pasado de copas se derrumbó en el suelo, iba a darle más golpes si no fuera porque el mayordomo me sostuvo, en la cara de mi padre pasaban muchas cosas, entre ellas rabia, mucha rabia.

Fue ahí que me di cuenta de lo que había hecho, no había pensado en las consecuencias de lo que provocaría esto, lamentablemente ya era muy tarde.

-Llévalo a la sala de castigo, ¡¡AHORA!! – El mayordomo intento detener lo que iba a pasar, pero mi padre ya lo había decidido. – la sala de castigo estaba diseñada para castigar a sirvientes que no obedecían las ordenes de sus amos, ahí eran azotados hasta que el señor de la casa quisiera, pero sabía que mi madre había pasado por esta sala un par de veces, ahora era mi turno.

La sala era oscura y solo se veía lo poco que una vela alumbraba, podía ver un tronco que se encontraba en el centro de la habitación, el látigo de cuero estaba en una cubeta, mentiría si digiera que en ese entonces no tenía miedo, lo tenía, pero ya era demasiado tarde para arrepentirme.

Mi padre se sentó en una silla que estaba cerca de la puerta, el mayordomo me amarro a el tronco con unas cuerdas, mi padre llamo a un sirviente para que empezara con el castigo, al parecer mi nana se dio cuenta de lo sucedido y ahora estaba afuera de la habitación suplicándole a mi padre que ella recibiría el castigo en mi lugar, pero sus suplicas fueron ignoradas.

-Dale 30 latigazos, en la pierna ahí no dejara marcas, pequeño infeliz te mostrare lo que pasa cuando no respetas a tu padre. – en su mano tenía una botella de alcohol, por la forma que estaba amarrado podía verlo directamente.

Las Mentiras del duqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora