Stan abrió los ojos pesadamente. Su cuerpo temblaba, era inútil volver a dormir. El frío era insoportable.
Levantándose lentamente busco sus gafas. Miro su habitación, estaba a oscuras. Aún con su ventana violeta que siempre resplandecía tenuemente durante todo el día y la puerta que dejó abierta, entraba muy poca luz natural.
Notó que la caldera que tenía estaba apagada. Eso explicaba porque hacía tanto frío. Un crujido en su espalda le hizo hacer una mueca, se levantó y camino hacía la caldera. La toco y el metal estaba helado. Reviso en su interior y la madera se encontraba totalmente congelada.
Eso le extraño, tocando la madera se dio cuenta que la fina capa de hielo que cubría varias partes de la madera, y no solo de esta, el interior metálico de la caldera parecía más la de un congelador.
Temblado de frío y con un escalofrío bajando de su espalda, rápidamente se puso su bata, que de inmediato le resulto insatisfactoria, así que se coloco su abrigo y no dudo en ponerse los pantalones.
Una de las cosas que más disfrutaba era poder estar en ropa interior con toda la confianza y comodidad del mundo, pero tal parece que no sería el caso.
Sus manos estaban frías, sus píes estaban fríos, constantemente se frotaba para intentar calentar sus manos. Este frío era insoportable, para alguien de su edad esto era mortal, solo esperaba no atrapar una hipotermia.
Ni siquiera pudo dormir bien y mirando la hora, se dio cuenta que apenas y durmió tres horas. Lo estaba notando en el cuerpo y en ese constante dolor de cabeza.
Suspiró.
Una expresión consternada se dibujo en su rostro. Se la paso casi toda la noche angustiado. Entre todo lo sucedido con los niños y con el descubrimiento de que había más criaturas no identificadas por su hermano, despertó en él una profunda preocupación.
Saber que el trabajo de su hermano estaba incompleto solo hizo más que aumentar su paranoia. Luego de que consiguiera que los niños durmieran pasó casi toda la noche estudiando los diarios. Necesitaba comprobar que no hubiera más información oculta. Lo de la tinta invisible no le agrado para nada, solo complicaba más su meta. Aún así, pudo descubrirla antes de que la maquina pudiera crear un agujero negro en medio del pueblo o algo así. Stanford era muy detallista con las consecuencias que la maquina podría ocasionar.
Ya no estaba cómodo en el pueblo. Le costó mucho adaptarse cuando llegó por primera vez, luego, suplantar la identidad de su hermano no fue tan difícil como pareció en un inicio. Desde entonces todo había ido con una relativa tranquilidad, claro, esto desde lo que puede resultar tranquilo en la complicada vida de Stanley.
El punto era que no encontró nada sobre los elfos oscuros. Nada, ni remotamente. Anoche, los niños no fueron tan detallistas, le dijeron lo más importante y no estaban en condiciones como para hablar fríamente del asunto. Eran niños después de todo. Muy inteligentes, muy astutos, pero excesivamente tercos e imprudentes.
Él no era nadie para hablar sobre ser prudente, pero su vida había probado volverse más y más complicada desde que inició este verano.
Pasó por la habitación de los niños y decidió echarles un ojo. Probablemente habrían tenido pesadillas o solo habrían fingido dormir anoche. No los culparía. Era horrible la situación que vivieron.
Lo peor era que no sabía como abordarlo, estaba muy inseguro con lo que decirles, ayer solo pudo limitarse en ser el hombro en el que pudiera llorar, pero sabía que eso no sería suficiente.
Esa culpa los perseguiría por el resto de sus vidas. Eso era lo que más le consternaba. Él había dado un saltó de fe y le salió fatal. No quería volverse un paranoico sobre-protector. Eso le recordaba a la última vez que vio a Stanford.
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Hilcoln: Una aventura sobrenatural
AventuraUn peliblanco y una peli-azul sin ninguna memoria de su pasado al cuidado de un anciano a cargo de una cabaña del misterio en un pueblo que no aparece en los mapas del país y lleva consigo misterios, monstruos y gente muy rara, ¿Qué podría salir mal...