Capítulo 4. ¿Qué me estás haciendo?

25 4 1
                                    

Unos golpes fuertes en la puerta de mi habitación me despiertan. Me levanto de la cama un poco asustada y con el corazón en la boca, de la impresión. Camino hasta pegar la oreja en la puerta; no es como si yo fuera a abrirla sin saber quién hace tanto ruido a esta hora de la madrugada.

—¡Andrea! —grita, Christian. Me sobresalto con su tono ronco y apresurado—. Sé que estás ahí. ¡Ábreme!

Lo pienso unos segundos, a la legua se escucha que está borracho. Si sigue gritando despertará a toda la residencia y eso podría traerle problemas, porque no se supone que deba estar aquí. Tomo una respiración profunda y pongo la mano en el picaporte; cuando lo giro, la puerta vibra otra vez con el golpe de sus puños. Al abrir, un cuerpo musculoso, ancho y pesado se inclina hacia mí, como si hubiera perdido el equilibrio. Por poco puedo sostenerlo y lo guío hasta el interior de mi habitación. Lo dejo caer en la silla de mi pequeño escritorio y me alejo de él.

Christian tiene sus ojos medio cerrados y apesta a alcohol barato. La camisa que llevaba puesta antes, ahora está amarrada a su cintura y solo una camiseta blanca fina cubre su trabajado torso. Su cabello castaño está todo desordenado, como si él mismo u otra persona, hubieran pasado muchas veces sus dedos por él. Y su boca, esos labios carnosos y suaves, están manchados de rojo; al igual que el cuello de su camiseta.

—¿Qué estás haciendo aquí? —espeto con molestia, con mis brazos cruzados a la altura de mi pecho. Me rejode mucho que haya venido aquí, luego de revolcarse con cualquiera por ahí.

Mi voz llama su atención y fija sus hermosos ojos en los míos, luego hace un barrido completo de mi cuerpo y un brillo se enciende en su mirada. Miro mi cuerpo y al instante me arrepiento de no haberme dado cuenta ante. Estoy vestida con mi ropa de dormir. Un short extremadamente corto y un sujetador deportivo; lo que significa que mi vientre y mis piernas están descubiertas.

Se relame sus labios antes de abrir la boca, dispuesto a decir algo que sé, me molestará.

—¿Por qué no puedes ser fea?

«¿Eh?», me pregunto interiormente, pero no digo palabra alguna.

—¿Por qué tienes que ser tan sexy...y prohibida?

—Christian, estás desvariando, dime de una vez qué diablos haces aquí y, si no es algo importante, puedes irte por dónde mismo viniste.

—Y tan terca —insiste, mirándome con expresión frustrada.

—¿No me escuchaste?

Hace un puchero y con voz lastimosa, dice:

—¿Quieres que me vaya?

—¿Todavía no te queda claro? —Ruedo los ojos, cansada de su forma de actuar.

—Pfff, mentirosa. —Suelta un resoplido y desestima mis palabras.

«Me cansé».

—Christian, ¿por qué no te vas a buscar a alguna puta? —pregunto, con mis manos cerradas en puños y alzo mis hombros, cuando agrego—: Como haces cada noche.

En un segundo, estaba sentado y al otro, lo tengo pegado a mí, empujando mi cuerpo hasta que la parte trasera de mis muslos choca con la cama.

—¿Estás celosa? —pregunta, sin rastro alguno de borrachera.

Ruedo los ojos y trato de separarlo de mí.

—¿Quieres saber qué estaría haciendo ahora, de no haber venido en tu busca? —insiste, eliminando la distancia que a duras penas había logrado entre nosotros.

—No creo...

—Follando, Andie...follando con una mujer que sí está dispuesta a darme lo que yo quiero. Que no le importan mis malditas reglas —declara, su ceño se profundiza y al mencionar las reglas, es como si la palabra ardiera en su garganta.

SOLO UN PARA SIEMPRE [Trilogía Destinados 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora