Capítulo 4

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Aquel gran secreto estaba siendo una tortura días tras día, el fingir que no se sentía extraño con la lejanía qué había entre sus amigos y su familia lo enfermaba, pero ¿tenía otra opción? Si ellos se enteraban de lo que estaba haciendo, es casi seguro que lo llamarían loco y un arrastrado, porque sí, era cruel pensarlo y oírlo en su cabeza, pero eso era. Hace aproximadamente cuatro meses desde que había decidido quedarse en el club de lectura que daba el profesor Song, él odiaba leer, pero haría lo que fuera por sentirlo así como ahora. Su respiración detrás de él, ese brazo rodeando su carpeta y el susurro de sus comentarios en su oído, Dios, le encantaba demasiado esa atención. Tanto que podría dejar su uso de razón para tener la oportunidad de verlo directamente a los ojos y sonreírle.

En la culminación de esas reuniones de lectura, siempre esperaba para irse con él por los pasillos, ya que escucharlo se había vuelto en su pasatiempo favorito. Desde su cercanía hace dos meses, veía señales que otros no lo hacían, como el que dejara dulces en su carpeta antes de salir del salón, llamarlo "pequeño Ji" y el apretón de mejilla cuando hacía algo bien. Tomó todo aquello como algo normal, no vio malicia en él y eso le daba mucha paz. Incluso ahora, que andaba leyendo el libro que le recomendó hace semanas, "El infierno de Gabriel". Las páginas pasaban y el tiempo era corto, sus nervios estaban a flor de pie luego de todo, ya no podía ocultarlo más, luego de llegar al final, supo que también había algo de interés por parte de él, por lo que decidió actuar sin importar qué.

Un jueves por la tarde, siendo las cinco de la tarde y el aula vacía, ambos se encontraban ordenando el salón en el que se había realizado el debate sobre un libro que se había encargado de reseñar. Jisung no encontró las palabras exactas, pero no las necesitaba como tal, ya que un pequeño empuje hacia los estantes de libros de la esquina del aula y besos labios chocando con los de su profesor, fue lo único que le bastó para casi terminar por correr hacia su hogar. Más eso no sucedió, él había tomado su brazo e hizo que sus miradas volvieran a encontrarse. Y esperó todo, sea lo que sea que le toque pagar por su terrible error, lo aceptaría.

Pero que sus labios estén sobre los suyos otra vez no estaba en sus opciones. De acuerdo, lo aceptaría sin peros por esta vez, estaba bien si solo es por esa ocasión. Aunque eso implique cargar con la culpa después.

"No podemos hacer esto",

"No debí hacerlo, lo siento tanto"

"Soy una persona horrible"

"Por favor, no le digas a nadie sobre esto. Te lo suplico"

"¿Puedes hacer eso, por mí?"

Su cuerpo se quedó helado luego de ese rechazo instantáneo, pero lo esperaba llegar y era mejor que fuera pronto. Esa tarde fue cubierta por un cielo gris, viento y algo de silencio por las calles de regreso a casa. Las cosas ya estaban hechas, no había porque desear volver a corregir sus errores, ya que ¿Qué podría hacer? Las fantasías así no se cumplen tan fácil y para alguien ordinario como él, siempre sería llamado como un error o descuido.

A las semanas siguientes, el lazo qué habían formado se convirtió en ignorarse y jugar a la ley del hielo.

Si bien aún asistía a las clases del club de la tarde y todo volvió a la rutina anterior, aparecían ocasiones en que la realidad retrocedía ligeramente a su favor, lo que lo hacía replantearse sus actos futuros. Como aquel martes en que estaba por llegar tarde y por mera casualidad se lo encontró en el paradero cerca a su casa, él iba en un auto negro y se había ofrecido a llevarlo a la escuela, siendo esta su única — al menos por el momento — oportunidad de irse juntos y a solas. También fue la primera vez en que sintió su tacto firme sobre su piel desnuda, su mano acariciando su pierna en su short deportivo. Aquel movimiento que hacía su pulgar sobre sus muslos le provocó algo de temor, no sabía exactamente como actuar, pero cuando elevó el rostro para hablar sobre lo que trataba de hacer, le sonrió diciendo que "era muy bonito". En ese momento, su corazón palpitó de alegría, tanto que se avergonzó y sonrió a escondidas mientras se olvidaba de todo y gozaba de su atención, la quería a partir de ahora así.

Días después, en una conversación que tuvieron al final de su clase por la tarde, ambos se dispusieron a hablar de cosas más íntimas y privadas. Le gustaba tanto que estuviera interesado en conocer sobre su familia, cosas que le gustaban o cómo veía ciertas cosas. Entre bromas y palabrerías dulces, el tema de la sexualidad salió a flote, trayendo consigo preguntas extrañas que le hicieron sentirse como un niño señalado por su poca "inexperiencia" en los temas de mayores.

"Entonces ¿cómo estás seguro de que te gustan los chicos, si nunca has estado con uno?"

O lo otro, que era más personal.

"Con hombres es distinto, lo sabes ¿no es así? El sexo, por ejemplo, es diferente cuando se lleva a cabo. Aunque, bueno, es seguro que ni siquiera podrías saberlo, aún eres muy chico para averiguar o conocer sobre eso"

Desde esa situación ocurrida, las cosas cambiaron, investigó más sobre lo que él creía que desconocía y se esmeró en aprenderlo no para complacerlo, sino también porque estaba curioso, es su deber después de todo. El descubrirse así mismo ante todo. La pornografía fue la primera opción, libros y preguntas aleatorias en internet, todo estaba ahí y le había servido demasiado bien. Sin embargo, luego de lo teórico...

— Eso Han... Sigue así, lindo, lo haces estupendo, no te detengas por nada. — mencionó con suavidad, a la par que limpiaba con su pulgar los rastros de saliva que escapaban de sus labios mientras succionaba su miembro con entusiasmo — Eres muy precioso, mi querido Han Jisung.

Se debía pasar a la práctica. Sin importar si es extraño o no, debía seguir lo que había iniciado.

El juguete del profesor | MINSUNGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora