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Ni el ardor de las llamas devorando su carne la contuvo, ni el aguijón del dolor la detuvo.  Su aflicción, colosal, aplacaba cualquier sensación física y condujo sus manos hacia los restos carbonizados de su muñeca. Las lágrimas se agolparon en sus ojos, y un torrente de espasmos sacudió su cuerpo, mientras suplicaba a los cielos que al menos una parte de su juguete amado fuera salvada de las fauces del fuego.

Mientras Adalie luchaba inútilmente contra el cruel destino de su muñeca, sus hermanos contemplaban la escena con los ojos fríos, careciendo de compasión. Lily sonreía triunfal, segura de la derrota de su hermana menor, pues las llamas lo habían devorado todo, dejando apenas un puñado de cenizas humeantes. 

—No, no, no— se repetía una y otra vez, con un nudo en la garganta que oprimía su pecho, mientras las lágrimas caían sin cesar sobre sus manos devastadas.

Aún ciega de dolor, rebuscaba entre los restos carbonizados como si en ellos pudiera encontrar mágicamente intacto lo más preciado que tenía. Pero solo quedaban cenizas. Cenizas de lo que fue su fiel compañera en las largas noches de soledad, su única amiga en la inhóspita morada de la infancia.

El último recuerdo de Lucifer había sido reducido a cenizas.    

—Padre ha sido demasiado indulgente contigo durante años— dijo Lily, avanzando un paso hacia ella.     

Adalie se incorporó de un salto, volviéndose hacia su hermana con una mirada sombría que le heló la sangre. En aquellos ojos, que antes rebosaban inocencia, ahora solo había oscuridad.

Los orbes azules se habían transformado en portales al infierno.

 
—Calla— susurró Adalie con voz helada. 
 


—¿Entonces insinúas que tus manos se quemaron accidentalmente?— inquirió Beelzebub, acabando de envolver con vendas las manos de Adalie, cuyos cabellos rojizos caían sobre su rostro.

Un moretón oscurecía su ojo derecho, fruto de la pelea que había tenido con su hermana luego de que ésta arrojara su muñeca al fuego.

La pelirroja mordisqueaba su labio inferior, evitando la mirada de su amigo. Se había desconocido totalmente en aquel momento, lanzándose sobre su hermana con una furia que había brotado de repente. Dominick y Peyton trataron en vano de separarlas, hasta que sus padres llegaron apenas a tiempo. 

La ira de su madre era incontenible y, por un momento, estuvo decidida a salir y acusarla de brujería ante la iglesia, no obstante, una vez más, su padre se lo impidió con la excusa de que tendrían graves problemas si lo hacía.
 
Y siempre era la misma historia.

—Estoy bien, no es nada— aseguró con voz apagada mientras las sombrías imágenes invadían su mente, reviviendo como las llamas  habían devorado implacablemente cada parte de su más preciada muñeca.

—Adalie, soy todo menos estúpido— habló Beelzebub, con sus ojos fijos en ella, como si quisieran leer su alma.

Adalie suspiró con resignación, incapaz de esconderle la verdad por más tiempo. Tomó asiento en la camilla, con la vista perdida en la nada.  

—Mi hermana redujo a cenizas la  muñeca que Lucifer me había fabricado— confesó y las cejas del azabache se juntaron al oírlo —me enfadé tanto que terminé por atacarla— dijo mientras una lágrima silenciosa rozaba su mejilla.

Safe & Sound 《Beelzebub》 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora