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"Estás tratando de encontrar un lugar seguro
Tratando de encontrar un lugar al que puedas llamar hogar
Pero a veces siento que soy un peligro
Y no sé cómo protegerte de mi propia sombra"

"Estás tratando de encontrar un lugar seguroTratando de encontrar un lugar al que puedas llamar hogarPero a veces siento que soy un peligroY no sé cómo protegerte de mi propia sombra"

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—Adalie— susurró Beelzebub, dejando a un lado el experimento al que había dedicado días enteros de esfuerzo.

Con su mirada carmesí, desolada y sin brillo, el demonio se quedó en silencio, con las manos entrelazadas, sentado en su cómoda silla que había sido su refugio durante gran parte del tiempo. Esperó pacientemente a que su amiga le respondiera, quien contemplaba el fuego ardiente que crepitaba en la estufa.

—Dime— dijo Adalie con una voz sutil, mientras su atención permanecía en el fuego que iluminaba su rostro con una suave luz anaranjada.

—¿No tienes miedo?— la pregunta sombría de Beelzebub resonó en el aire como un eco siniestro, provocando la confusión en Adalie, quien lo miró desde lejos con curiosidad.

—¿Miedo?— inquirió ella, ladeando la cabeza con perplejidad.

Beelzebub frunció el ceño, perdido en la profundidad de sus pensamientos. Un suspiro abrumador escapó de sus labios mientras se inclinaba hacia adelante en su asiento con un aire de resignación.

—Tal vez pueda protegerte de todo, Adalie— susurró —pero llegará un momento en el que no podré protegerte de lo que más temo, de mí mismo— sus ojos fríos se encontraron con los azules cristalinos de Adalie, quien se sobresaltó ante la confesión, comprendiendo a lo que su amigo se refería —decidiste permanecer a mi lado, y por lo tanto, es posible que salgas lastimada—

Un silencio sepulcral envolvió la estancia, como si la mismísima muerte hubiera desplegado su manto sobre aquel lugar. Ambos  permanecieron enmudecidos, incapaces de quebrantar la el mutismo del momento con una sola palabra. Adalie, cuyo corazón latía con fuerza en su pecho, sabía que Beelzebub tenía razón. Desde que se le reveló la terrible maldición que lo acechaba, supo que estaba jugando con fuego, que aquella historia podía tener un final desastroso.

Sin embargo, decidió arriesgarse.

Adalie podía distinguir en los ojos de Beelzebub una profunda y desgarradora soledad, un abismo de dolor y desesperación que parecía consumirlo. Sus ojos estaban desprovistos de vida, apagados como una llama extinta. Y ella, más que nadie, conocía de primera mano lo horrible que era sentirse solo, ser considerado un monstruo y permanecer alejado de todos.

—Ya veo— Adalie se incorporó lentamente, su atención fija en las llamas danzantes que crepitaban ante ella.

En silencio, se acercó al hombre de cabello oscuro y se detuvo frente a él con una expresión melancólica que adornaba su rostro. Beelzebub no levantó la mirada, pero percibió como la joven se arrodillaba a su lado y como su mano tibia se posaba sobre la suya, que estaba fría como el hielo.

—Desde que mi conciencia se formó, el temor a la muerte se ha aferrado a mi de manera persistente hasta hace poco. Pero más allá de esa inquietud, hay algo que me aterroriza aún más y el solo pensamiento me hace estremecer. Y es que no podría soportar la idea de dejarte solo en este mundo, enfrentando esa horrenda criatura— Adalie frunció el ceño, y él levantó la mirada, asombrado por sus palabras —y no tengo la menor idea de cómo lo voy a lograr, porque soy simplemente una humana. Pero te lo juro, Beelzebub, que pondré todo de mí para permanecer a tu lado, sin importar el sacrificio que implique—

La faz de Beelzebub, antes impávida, se había transformado en una mueca de estupor y sus orbes se dilataron ante la confesión que le había arrebatado hasta el habla.

—Jamás podría abandonar a mi mejor amigo— musitó ella, incorporándose.

Adalie se encontraba a punto de retornar al cálido abrazo de la estufa, sin embargo, en cuanto dió un paso, los brazos de Beelzebub la rodearon por detrás, y su contacto la elevó a un estado de exaltación. El azabache mantuvo sus ojos cerrados con fuerza, como si temiera dejarla ir. En ese momento, un sollozo brotó de lo más profundo de él, y Adalie, al volverse hacia su dirección, lo abrazó con la intensidad de quien sabe que su vida pende de un hilo. De esta forma, le hizo saber que ella estaba allí, presente y dispuesta a acompañarlo en todo momento.

—Está bien, tranquilo—



—Comienza a hacer calor— susurró Adalie con una sonrisa que reflejaba su anhelo por el cambio de estación.

La primavera, con su delicada brisa y sus suaves rayos de sol, comenzaba a despertar a la naturaleza y a alegrar el espíritu de la joven.

Una vez concluida la alimentación de las gallinas, la pelirroja se adentró en su hogar, cuyo ambiente se tornaba silencioso y vacío. Su familia había partido al pueblo vecino para visitar a la familia de su padre y mientras tanto, Adalie se quedó atrás con el fin de cumplir con sus deberes cotidianos y atender a los animales, quienes dependían de su cuidado.

De pronto, un escalofrío recorrió su cuerpo, inundándola de intranquilidad. Un mal presentimiento se apoderó de ella, haciéndola sentir en alerta. Escuchó entonces, el sonido de los cascos de  caballos acercándose, pero algo le decía que no podía tratarse de su familia, quienes habían partido hacía tan solo unas horas y se encontraban a un día de distancia en carreta.

Con rapidez, se cubrió con su capa y, con sumo cuidado, se asomó por la ventana. Sus ojos se toparon con la inquietante imagen de cuatro hombres que habían detenido sus caballos frente a su casa, sin descender de ellos. Al parecer, habían decidido tomar un descanso en ese lugar.

Con el corazón latiendo a mil por hora, Adalie se agachó rápidamente para no ser vista, tratando de ocultarse de la mirada de aquellos sujetos. Su cuerpo entero se sobresaltó cuando percibió los pasos de uno de ellos acercándose y golpeando la puerta que se hallaba a su lado con violencia. La pelirroja no pudo evitar cubrir su boca, presa del miedo y la incertidumbre. Si aquellos hombres resultaban ser forajidos, ser quemada en una hoguera sería el menor de sus temores.

—¡¿Hay alguien ahí?!— gritó el hombre con impaciencia —parece que aquí nadie sabe lo que significa la amabilidad— bufó, dejando en evidencia su frustración.

—Solo entra y toma lo que tengan. No hay nadie cerca— habló otro desde la distancia.

Los ojos de Adalie se abrieron de par en par ante la sorpresa. Aunque había asegurado la puerta antes de realizar sus tareas, no dudaba que pudieran tumbarla con facilidad, pues era antigua y frágil. La joven temblaba de miedo, sintiendo que su seguridad había sido vulnerada de manera implacable.

El hombre se acercó a la sucia ventana que se encontraba sobre ella, asomándose para echar un vistazo. Y de repente, la rompió con violencia, haciendo que los pedazos de cristal cayeran sobre Adalie, quien se quedó inmóvil y aterrorizada.

—¡Maldición! ¿Qué demonios estás haciendo, Tom? ¡Vas a armar un escándalo!— exclamó uno de sus amigos, acercándose para apartarlo—La ventana es demasiado pequeña, no cabe nadie por ahí. Deberíamos rodear la casa y buscar alguna entrada abierta. Y si no la encontramos... bueno, siempre podemos derribar esta puerta de porquería— se burló.

Adalie se maldijo por dentro.

Estaba en problemas.

Safe & Sound 《Beelzebub》 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora