CAPÍTULO 2: Amistad en la Oscuridad

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El día en que fui notificado sobre mi adopción me puse muy feliz. Nadie me lo dijo, solo me llegó un mensaje a mi teléfono personal, que todo niño tiene desde que es consciente de su entorno. Leí el mensaje con mis ojos destellando de expectativa, como el barro mojado que refleja la luz del sol. Naturalmente empecé a tener ensoñaciones de una familia ideal y dichosa:

Un padre que me enseñara cosas buenas y nobles, que me diera consejos en momentos de crisis, como sobre mi descontento frustrado en cuanto a mi pobre socialización en los jardines de crianza. "Si te cuesta mucho seguirles el ritmo a los de tu edad, podrías tratar de hablar primero con gente mayor, ellos te darán un poco de trote, o podrías inscribirte a un club y tratar de destacar, eso también es una opción viable", habría sido un buen consejo.

También soñaba con una madre cariñosa y atenta, que me consolara en mis momentos de debilidad y me arropara por las noches y me leyera cuentos infantiles, antes de darme un beso en la frente y despedirse con un cálido buenas noches y apagar la luz del dormitorio. Pero todo esto solo fueron ilusiones incompatibles con la realidad.

Cuando llegó el momento de mi traslado, ninguno de mis compañeros se alegró ni se despidieron de mí, pues algunos que incluso compartían dormitorio común conmigo ni siquiera sabían mi nombre. La única persona que me dijo algo fue la parvularia inexpresiva que me mostró las películas de disney, unas palabras frías y protocolares que aluden al fin de un proceso comercial: "Ha sido un honor ser parte del comienzo de su viaje. Ahora es momento de volar alto y perseguir sus sueños. Felicidades por su adopción y egreso de los jardines de crianza. Le deseamos un futuro brillante."

Y así fue como dejé los jardines de crianza, sin que nadie pudiera recordarme, y sin que yo tampoco pudiera recordar a nadie especial. Solo mis videojuegos, las películas de disney y mis frustraciones sociales infantiles.

Contrario a mi expectativa, fui metido en una jaula portátil y subido a un camión de carga, junto a un montón de cajas y otras jaulas de transporte, probablemente con niños que también serían trasladados de ciudad. "Es por su seguridad", nos habían dicho el encargado de fiscalizar las mercancías, el repartidor y el conductor del camión, hombres de gorra blanca y overol celeste.

No fue tan incómodo como imaginé en un principio. Mi jaula portátil era amplia y tenía cojines; el interior del remolque era cálido gracias a la calefacción, y aunque estaba oscuro, la penumbra no me aterró debido a que estuve jugando videojuegos en casi todo el camino, mientras el camión viajaba muy rápido por la carretera.

―¿Hay alguien ahí? ―oí que alguien preguntaba, la voz de una niña pequeña, seguramente de mi misma edad.

Me congelé por un momento, alzando la vista y dejando de lado mi juego, pues la voz sonaba asustada.

―¿Estás bien? ―pregunté, recordando la situación de una película.

―¿Te están trasladando como a mí? ―preguntó ella con evidente ansiedad. Solo entonces pude darme cuenta de que su voz provenía justamente de al lado. Era mi vecina de jaula.

No pude ver su cara, pues estaba oscuro y la jaula transportadora solo tenía rejillas en la parte del frente, mientras que atrás y los lados se encontraba tapada por una capa de plástico muy dura y áspera.

―Me están llevando para ser adoptado ―le conté a la niña con una voz insegura, sintiéndome nervioso por dentro, pero también olvidándome completamente de mi consola portátil, que dejé en un rincón de mi jaula.

―... ¿A qué ciudad? ―quiso saber ella, afirmándose con sus pequeñas manos a las rejillas frontales de su jaula. Me pareció sentir que apoyaba su rostro en las varillas metálicas, con la esperanza de que sus ojos alcanzaran a visualizar los míos.

SOLO UNO: Un Mundo sin MUERTE donde Todos Compiten para SALVARSEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora