CAPÍTULO 2:

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-¡ALICE!

Abrí mis ojos con pesadez y bostecé. Bonito despertar, mamá. Me desarropé y noté como se encogió todo mi cuerpo por el frío. Mentiría si dijese que no quería haberme quedado en la cama, pero prefería no enfadar a mamá y menos en su, lo mas probable, estado.
Me bajé de la cama y me recogí el pelo en una coleta.

Bajé despacio las escaleras hasta llegar a lo que debía ser mi madre. La miré. Ojos llorosos, rímel corrido y rastros de pintalabios rojo hasta las mejillas. Llevaba una sonrisa tonta en la cara. Como si realmente fuera feliz. La ropa estaba sucia y la que no rota. Llevaba guardado su sujetador en el bolsillo y, aunque sé por qué, prefiero no pensar en ello.

Ahora es cuando pienso en mi padre. ¿Donde esta? Ni idea. Se marchó hace ocho, quizá nueve años. No le culpo y, en cierto modo, le envidio. Comprendo que no pudiera ni quisiera aguantar esto. Aunque para ello me abandonase a mí. Egoísta.
Humano, al fin y al cabo.

-¿Que quieres mamá?

Y la sonrisa se borró. Frunció el ceño y se tambaleó, aunque supongo que eso no fue por enfado.

-¡Tengo hambre!

Me ahorré el suspiro.

-No hay comida.-Dije en tono neutro.

-Ve a comprar, entonces.

Asentí. Es cierto que no quería ir a comprar, pero no había comida.
No lo hago por ella, aclaro. Pero me da demasiada vergüenza que alguien la vea en este estado (que, bien pensado, es su estado mas habitual).

-Iré ahora.

Bajé el último escalón y me acerque a la puerta. Tomé mis llaves y el monedero y abrí. Una vez fuera y con la puerta cerrada, me asegure de que mamá no fuera a salir.
Si, cerré con llave.
Tampoco creo que vaya a intentar salir.
Me dirigí hacia el supermercado.
Y... ¡Ahora es cuando me arrepiento de no haber cogido mis cascos!
Toca ir sin música.
Suspiré. Iba mirando mis pies, no me interesa el exterior.
Por suerte queda poco para la noche.
Después de unos 8 o 10 minutos llegué al supermercado.
De verdad que odio estas puertas con sensores. ¿Acaso soy un fantasma o simplemente se ríen de mi?
Después de unos cuantos saltos y saludos al sensor, por fin se abrió la puerta. Cogí una cesta y recorrí los aburridos y no-tan-limpios pasillos del supermercado. Compré algo, lo esencial.
No era como si tuviera poco dinero. Sea de la forma que sea, mi madre gana bastante. Es solo que me gusta comprar al día. Así tendré excusas para salir de casa al menos una vez cada dos o tres dias (sin contar con salidas nocturnas).

Salí del supermercado con dos bolsas en una mano y unos filetes de pollo en la otra.
Nunca pensé que podrían llegar a agotarse las bolsas de un supermercado.

Dejé mis bolsas en el suelo y abrí la puerta. Cogí de nuevo mis bolsas y empujé esta con mis caderas. Entré y me apoyé en la puerta para cerrarla. No dije ni una palabra, ya sabia que estaba en casa. Fui a la cocina y dejé las bolsas sobre la encimera. Guardé todo lo que había comprado menos los filetes de pollo y saqué una sartén.
Antes de nada, fui al salón y ahí estaba. Mi ejemplo a seguir. La mujer a la que llamaba mama, tirada en el sofá. Piernas y brazos abiertos. Un río de saliva caía por su barbilla y todo estaba adornado con el olor que desprendía el vómito que había al lado del sofá.
Menos mal que en su día se me ocurrió retirar la alfombra.

Mi vida.

Volví a la cocina y cogí la fregona y el cubo del patio. Volví al salón y con todo el asco de mi cuerpo (aunque este proceso era, prácticamente, diario) recogí lo que debía ser todo el alcohol mezclado con restos orgánicos. Posiblemente de algún vecino o, quien sabe. Asco.
Fui al baño y lo tiré por el váter. Aguanté las arcadas y tiré rápido de la cadena. Metí el cubo a la bañera y lo llene con agua, lejía y algo de ambientador que había allí. O mata mosquitos. No tengo claro lo que era, pero mejor que antes olía.
Volví a la cocina y recogí la sartén y los filetes. "No creo que tenga hambre después de eso", pensé; así que subí a mi cuarto y cerré al entrar. Me acerqué a mi mesa y encendí el ordenador. Mientras éste se cargaba, me quedé mirando una foto. Eramos mi hermano y yo. Su pelo rubio, esos ojos zafiro... Eramos tan felices. Sonreí amargamente y volví a depositar mi atención en el ordenador el cual ya estaba listo para mis antojos.

Pasé la tarde y parte de la noche buscando distintas cosas. Desde libros online, a películas y a musica. No me gustaban las redes sociales. Las redes son, pues eso, sociales. No me considero alguien con muchos amigos así que, supongo que somos incompatibles.
Miré el reloj. 22:48
Hoy era viernes.
Seguramente en 12 minutos el timbre de mi casa sonaría. Y a la vez que un desconocido entra por la puerta, yo desaparecere por ella hasta las 6 de la mañana.

Mi madre nunca me dice nada. De hecho no se ni si se da cuenta. Pero creo que así es mejor.

Cerré mi ordenador y me puse una sudadera, esta noche hacia frío. Tomé mi móvil y mi monedero y fui al baño. Abrí mi queridisimo cajón y saqué mi cajita de la felicidad. La guardé en mi bolsillo. Treinta cápsulas que te hacen sentir, volar y olvidar.
Salí del baño y regresé de nuevo a la habitación. Y justo me senté en la cama cuando sonó el timbre.
22:57
Alguien tiene necesidades.

Me levanté de la cama y baje las escaleras mientras oía a mi madre abrir. Justo llegué abajo para ver a un hombre parado delante de mi madre con la sonrisa mas malévola y vomitiva que he visto en mi vida.
Éste era alto. Parecía mayor, por el pelo cano y la falta de algún que otro diente, y tenia una gran barriga que le sobresalía por fuera de la camiseta, cual queso derretido que sobresale y cae de la sandwichera. Asco.
Pasé por su lado (bruscamente, para que mentirnos) y salí a la calle. Aire fresco, eso necesitaba. Oí como la puerta de mi casa se cerró y decidí no pensar en lo que pasaría ahí dentro.

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