7. Lo que la prensa dice

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CLARISSE

—¿Ya te vas? —le pregunté a Castro cuando lo vi correr de un lado a otro por mi sala. En el recorrido, guardó en una de mis maletas su reloj, ropa sucia, celular, mi laptop de repuesto y unos cuantos documentos.

Su cabello aún goteaba agua. Iba de un lado a otro como una pelota de tenis, descalzo, buscando su maletín. Nos habíamos tomado una ducha en la madrugada y, después de eso, nos quedamos dormidos en mi sofá mientras veíamos las lucecitas de mi candelabro parpadear con lentitud. Mi habitación por el momento no era un lugar habitable para Castro: seguía oliendo a pintura fresca por la remodelación y eso le provocaba una horrenda alergia en la piel. Así que optamos por lo más cercano. Seguía sintiéndome molesta con él, pero tampoco quería matarlo. No en mi departamento.

Miré la hora en mi celular: 7:36 a.m.

Desde mi lugar en la mesa lo observé asentir como respuesta a mi pregunta. Ahora se estaba amarrando las agujetas de sus mocasines a toda velocidad. Mientras que yo iba acomodando a su paso todo lo que dejaba caer al suelo. Le dije que no era necesario que se llevara la ropa sucia porque Susana, la empleada doméstica, vendría más tarde a hacerlo. Pero él negó con la cabeza y me dijo que no dormiría en mi departamento hoy. Esa afirmación me dejó un vacío en el estómago.

—No me mires así —se incorporó en su lugar para ofrecerme una sonrisa—. Es porque tengo mucho trabajo hoy. Y tú también tienes muchas cosas que hacer hoy.

—¿Ah sí? —respondí mientras regresaba a la mesa para apilar los platos sucios de mi desayuno.

Desayunaba lo mismo todos los días: tostadas con banano y miel y una taza de té de matcha. La combinación de estos, era lo que me producía la gastritis estomacal de las mañanas. Pero, por supuesto, no podía dejar de comerlo.

—Harrods nos da ha dado el visto bueno para comenzar hoy con la investigación —me comentó emocionado, acercándose a la mesa para comerse las sobras de mis tostadas. Lo miré horrorizada y le reproché—. Tu trabajo el día de hoy es enviarle el cronograma a La banda, y verificar la disponibilidad de cada uno. Tenemos que empezar con las grabaciones lo antes posible. Hoy volvemos al juego Clarisse. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que producimos algo? —terminó por decir, tragándose el último pedazo de la tostada de un bocado.

No hacía mucho tiempo que se había producido el documental de Halley en 2017, pero para Castro parecía haber pasado una eternidad. Cuando hablaba de "La banda", se refería al equipo de producción que había trabajado con él en el documental de Halley. La mayoría éramos excompañeros de la universidad, y el resto eran almas piadosas que Castro había conocido a lo largo del camino y a quienes quiso ayudar dándoles empleo. Entre estas personas se encontraban Erik Ramírez, mi amante, y Victoria Malboro, mi amiga y asistente de producción.

Castro nos llamaba el grupo dorado porque fue trabajando con nosotros que se catapultó a la fama.

Cuando hizo el ademán de volver a levantarse, lo tomé del horrendo suéter negro con el rostro de Hellboy que había decidido —de manera desafortunada— ponerse ese día y lo obligué a quedarse quieto. Me provocaban náuseas sus ramalazos de hiperactividad.

—¡Pero quédate un momento quieto, me mareas! —parecía un crío agitado, desesperado por salir a jugar—. Ordenemos tus ideas, ¿qué es lo primero que tienes que hacer hoy? —le pregunté cuando acabó sentándose a mi lado. No dejaba de verle ese suéter—. Y, cariño, no vuelvas a comerte las sobras de mis tostadas, no seas corriente. Puedo prepararte algo, pero supongo que no quieres.

Me amarré el cabello en un moño, preparándome para escucharlo. A veces simplemente saltaba de un tema a otro, sin que pudiera seguirle el ritmo.

—No, no me prepares nada. Voy a desayunar con el Dr. Alexander —me tranquilicé. Alexander tendía a ponerlo sensato—. Pasaremos a La prisión estatal de Bradfield. Eso es lo primero que tengo que hacer, y luego...

El Oasis de Mujeres  +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora