5. Y supe de inmediato que era ella

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Verlo así, atontado, apartándole las extensiones castañas que le caían sobre los pechos a la prostituta, me hacía reír.

No éramos tan diferentes después de todo.

Me temo que mi amigo solo era un cabrón en rehabilitación que huía constantemente de su verdadera esencia. No por nada nos convertimos en buenos amigos cuando estudiamos juntos en la universidad.

Alexander era ese tipo de chico que te topabas en los pasillos y, por su personalidad y vida desordenada, jamás pensarías que estaba estudiando una carrera sobre salud mental. Pero ese era Alexander Bennett: estudiante de psicología, adicto a las anfetas que se tomaba detrás de la cafetería de la universidad, y quien se acostaba con cuanta mujer tuviera oportunidad; siempre justificándose con la muerte prematura de su madre y rara vez pidiendo perdón.

En su defensa, ya casi no quedaban rastros de ese Alexander. Su fallo aparecía cuando bebía; ahí sí sacaba a relucir su patanería de alguna u otra forma. Se delataba.

Justo cuando pensaba en volver a encender mi celular, una mano con uñas extravagantes rozó mi hombro. En ese instante, fui yo quien se giró en el banco y se encontró con los ojos verdes, adornados con pestañas y sombras oscuras de la pelirroja que daba por perdida.

Ella vestía uno de esos corsés con lentejuelas verdes, ceñido como los que lucen las bailarinas del burlesque sobre la tarima. Estaban a punto de presentar un nuevo baile, pero ella no hacía ademán de irse; tenía toda su atención puesta en mí. Aunque evitaba mirarme a los ojos, su mirada recorría mis labios, mi cuello y mi pecho; nunca se encontraban con mis ojos. De manera inocente, yo la recorrí de pies a cabeza, comenzando por sus ojos y deteniéndome un momento en sus pechos, que apenas se escapaban del sostén, adornados con una leve capa de brillantina.

Ninguno de los dos había dicho ni una palabra todavía.

Ella olía a perfume barato. Tal vez usaba el Her Golden Secret o alguno parecido. Pero definitivamente era barato. Había aprendido a identificar las réplicas de los originales por Clarisse. Porque ningún perfume es tan caro como el de ella.

Ella siempre usaba uno con notas de rosas y jazmines: el Good Girl de Carolina Herrera. Del cual me resultaba gracioso el nombre, porque Clarisse era de todo, excepto lo que se hace llamar una buena chica.

—Te conozco. Eres famoso —finalmente dijo ella, todavía sin verme a los ojos.

Comencé a reírme en respuesta, mostrándole todos mis dientes en una sonrisa que, sin duda, le mostraba toda mi emoción. Así que eso explicaba su timidez hacia mí.

—Algo así —acerqué mis labios a su oído para responderle.

La batería había anunciado el comienzo del nuevo espectáculo, alborotando más al público y dejando al bar a oscuras un momento, para darle paso a las luces parpadeantes de color rojo pegadas en el borde del suelo y techo. Y, de esa forma, el bar adquirió por completo presencia escénica. Los borrachos comenzaron a acercarse a la tarima para no perderse ni un solo minuto de los pechos, nalgas y piernas largas de las bailarinas. Algunos recibían gustosos las plumas de colores que les lanzaban una que otra. Por otro lado, algunos comenzaron a abuchear en cuanto notaron la nueva presencia de un chico rubio de traje ajustado también incorporándose en la escena.

Uno de los borrachos azorados pasó corriendo al lado nuestro, propinándole un empujón a la pelirroja que la hizo trastabillar y casi caer al suelo. El hombre apenas se giró a verla, específicamente a los pechos; le sacó la lengua de manera lasciva y después continuó su camino a la tarima.

Por suerte, tuve el reflejo de sostenerla rápido del codo y ayudarla a estabilizarse. Mientras le acomodaba el collar que se le había desprendido del cuello en ese momento, ella aprovechó para colocar sus manos en mis rodillas, separándolas y metiéndose entre ellas, obligándome a sujetarla por la cintura. Entonces, delineó mi rostro con ternura con uno de sus dedos, como nunca lo haría una prostituta del pueblo. Quise acallar mis dudas y preguntarle si era de esas, y si estaba quedándose en el bar y qué pensaba hacer después de que lo cerraran. Pero me abstuve de hacerlo.

El Oasis de Mujeres  +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora